Política
Manifiesto Progre Oscuro
Si seguís los debates políticos de redes seguramente viste el términos #DarkWoke. Este ensayo es una micro-genealogía de una nueva escena política: un progresismo que se intenta deshacer de la corrección política, la cultura de la cancelación y la solemnidad retórica para convertirse en otra cosa.
Por Augusto Villarreal
02 de diciembre de 2025
El 14 de julio de 2024 ocurrio un hecho que pasó desapercibido en medio del altisimo amperaje que caracteriza la discusion cultural actual: en medio de una fecha de la gira mundial de “Tenacious D”, banda de rock compuesta por Jack Black y Kyle Gass, cuando le preguntaron a este último si tenía algún deseo de cumpleaños, pidió “que la póoxima no fallen al apuntar”, en relación al entonces reciente intento de asesinato a Donald Trump. Tras una mediática ola de indignación de partidarios trumpistas, el propio Jack Black, amigo de hace décadas y compañero de Gass, canceló la gira y repudió los dichos justificándose en una insensibilidad antidemocrática de la que no quería formar parte. Fallecía, por ahora, Tenacious D y, en simultáneo, se reafirmaba la escala de valores y construcción de sentidos sobre la democracia del ala demócrata del progresismo norteamericano (espacio al que Jack Black adscribe públicamente). Pero cualquiera que haya seguido de cerca este evento ya olvidado sabe que pasó otra cosa, más profunda y sintomática: decenas de miles de personas salieron a defender a Gass en redes sociales. Mientras que el intento de asesinato tuvo un alto repudio generalizado, este momento concreto canalizo un descontento con Trump de forma mas clara. Lo que empezó como una defensa de Gass terminó como un ataque frontal contra Trump, una catalización que se llevó puesta también la imagen de Black y terminó, casi sin quererlo, reivindicando la violencia. Terminaba de nacer, desapercibidamente, una disidencia del despectivamente calificado movimiento “woke” norteamericano: nació el Dark Woke.
Sería ridículo decir que fue la primera vez que se deseaba la muerte de un político de ultraderecha. Pero lo importante es el efecto nuevo, el síntoma y lo que nace de él. Mientras que estas expresiones de deseo violento siempre se regularon por fuera del mainstream demócrata, que desde Obama viene construyendo su identidad en torno al formalismo democratico y su antagonismo con el autoritarismo Trumpista, ahora ya no queda claro si se las pueden seguir excluyendo a la hora de disputar una realidad de naturaleza cada vez más violenta. La última década caótica, donde la aceleración del discurso violento de derecha ya tiene hace rato efectos sociales y políticos claros, demostró la debilidad de esta estrategia. Debilidad para ganar elecciones, para construir identidades movilizantes y para sostener mayorías. Pero sobre todo debilidad para construir herramientas discursivas que puedan intervenir efectivamente en la opinión pública digital que opera bajo normas y convenciones distintas. Aquí está una de las pistas de la brutal efectividad del mote despectivo “woke” para burlarse del progresismo como conjunto de ideas: la indignación y el repudio, respuestas naturales a, por ejemplo, el racismo o la xenofobia, dos discriminaciones tan horribles como comunes en la calle virtual, no sirven. No importa qué tan coherente sea la respuesta o que tan poderoso sea un argumento: la epidemia de racismo y xenofobia no tiene raíz racional como tampoco puede combatirse racionalmente. Y lo “woke”, traducido como “despierto” en tanto alguien que ve algo que otros no, es la forma de ridiculizar una respuesta seria a algo que se identifica como chiste, sin importar si lo es o no.
Aquí volvemos a Gass. Su deseo de que el intento de asesinato de Trump haya sido exitoso fue, a todas luces, un chiste. La respuesta de Black fue la elevación de ese chiste a amenaza, y por ende, a acto violento. Algo cancelable, palabra que invita a la clausura de la discusión. Pero esa actitud también la tomó el público trumpista, escandalizados e indignados de la misma forma que se burlaron de los wokes una y otra vez, un disloque que deja en evidencia tanto la hipocresía de sus propios recursos discursivos como la inutilidad de la indignación como mecanismo de cierre. Y un contraste que abrió una brecha: miles de personas identificadas como progresistas y cercanas al partido demócrata celebran públicamente a Gass, repudian la actitud de Black y reafirman, aunque sea sin quererlo, el derecho a hacer chistes violentos. Sin solemnidad ni seriedad.
Aquí hay una pista central para comprender la nueva configuración de la pendularidad izquierda-derecha en norteamérica, una estrechamente vinculada a la cultura digital y al humor como mecanismo discursivo. En tiempos del fascismo del ICE, la derecha yankee propone un modelo de estatalidad abiertamente partisano, osea, partidario. El asesinato politico de la presidenta de la Cámara de Representantes de Minnesota, de filiacion democrata, no recibio ni un solo comentario o condena de un oficialismo que legitima la violencia politica, la real y que no es un chiste, contra inmigrantes, adversarios politicos y minorias sexuales. Ante la abulia discursiva de los demócratas, surge un discurso más fuerte y violento que por izquierda hace chistes con la muerte de Trump y comienza a limar la imagen del oficialismo con burlas, chistes y ataques constantes. Esa es la parte “dark” del dark woke: un sentido común progresista que no usa el racismo, la xenofobia o la homofobia para atacar a sus adversarios pero si utiliza la violencia, el insulto y la descalificación. Pone el humor como mecanismo aglutinante para construir la identidad que se pare frente al fascismo trumpista.
El reciente asesinato de Charlie Kirk se demostró como el momento culminante de este proceso constitutivo. Las horas inmediatas a su muerte, los cabecillas digitales del trumpismo quisieron encuadrar este nuevo acto de terrorismo domestico como una prueba de la violencia de izquierda y, tras la revelacion de que el asesino era de sus propias filas, centraron sus ataques sobre su ex pareja trans como el detonante de la violencia. Ante la incapacidad de encontrar un punto en comun y condenar sin banderas politicas el asesinato de Kirk, la respuesta digital por izquierda fue contundente: había que burlarse. Que haya muerto por la misma violencia que defendía es, llegados a este punto, anecdótico. El intento de sacralización de la figura de Kirk por parte del trumpismo falló, en parte, gracias a este ataque discursivo. Lo logra principalmente por ser gracioso y, así, disputar los sentidos que significan la imagen de Kirk. El Dark Woke, haciendo algo repudiable (burlarse de una muerte), logró lo que las condenas solemnes a la violencia por parte de los dirigentes demócratas no pudo: demostrar efectivamente la hipocresía trumpista, movilizar a decenas de miles de personas, construir una identidad activamente relacionada con su presente y sostener una línea discursiva clara y atractiva para la subjetividad digital.
El Dark Woke es un meme, no un movimiento político constituido. Pero la línea entre estos dos conceptos están hoy, más que nunca, difuminadas. Lo más correcto sería decir que es una doctrina discursiva que se construye en torno a un lenguaje políticamente incorrecto y, como todo lenguaje, conforma una comunidad. Una comunidad que presenta una energía creativa que le habilita a disputar sentidos en la opinión pública digital, cada vez más determinante de los procesos sociales que nos rodean. Son estas vanguardias discursivas las que trazan las condiciones de posibilidad de emergencia de nuevas dinámicas políticas y en ellas está la pista de cómo construir sentidos de comunidad. Podemos estar de acuerdo o no con sus recursos, pero no podemos negarlos: están aquí, crean sentido, establecen realidad.
Si bien el Dark Woke es un fenómeno norteamericano, no estamos lejos de vivir procesos similares. Tras el asesinato de Kirk, Agustin Laje salía a decir que la “izquierda mostraba su verdadero rostro”, en un acto de deshonestidad intelectual que buscaba, como casi todo en su agenda, movilizar con odio y justificar la violencia politica en el pais. El discurso fascista de Milei que deshumaniza a sus adversarios, llama a su exterminio y fuerza todos los mecanismos institucionales de control no puede ser enfrentado desde un republicanismo romántico, al menos no en la disputa de sentidos digital. La respuesta de los principales espacios de oposición en el país a esta escalada de violencia retórica y real son uniformes y poco efectivos. Demuestran una pasividad similar a la del partido Demócrata, dando la pista de que tal vez su incapacidad discursiva viene de su propio rol como partido político institucionalizado. Pero por fuera de esos límites, otras cosas están pasando. Lo que podemos traducir como progresismo oscuro ya es una realidad discursiva. El viral tuit de Bajatxnsion, de una retórica impensable para cualquier político, surtió el efecto de dispositivo a la hora de habilitar una descalificación hacia Milei de poderosa capacidad de penetración: decenas de miles de usuarios lo comparte, lo replican, lo utilizan y lo potencian como forma de enfrentar de igual a igual la violencia libertaria en la opinión pública digital. De nuevo, pensar que está bien o mal o diferenciar si fue provocación o respuesta no cambia su efectividad.
Estamos en un momento de profundas transformaciones de la cultura digital, pero sobre todo de su efecto sobre otras esferas de la vida social, especialmente la política. Tener un presidente tuitero que comparte fake news y dice que su tuiter “no es su voz como presidente” ya debería ser prueba suficiente de eso. Seguir fenómenos como el Dark Woke nos da pistas de que no es que muchos tabúes se están rompiendo sino que hay algunos que directamente ya no existen. Miles de personas, más que nada jóvenes, usan este lenguaje políticamente incorrecto y a través de él forman comunidad, construyen sentidos comunes, vehiculizan sus anhelos y deseos. Los canales de transmisión de esta energía a la política son el desafío que el progresismo tendrá que atravesar para poder volver a construir mayorías, un proceso que se demuestra urgente. Lo importante es que estas comunidades ya existen y ya generan efectos sobre la discusión digital, logrando poner a la identidad libertaria digital a la defensiva, por primera vez, en sus propios términos. Y tal vez, incluso, ya están conformadas las bases del progresismo oscuro en el país y será cuestión de tiempo hasta que alguien salga a pedir que cuando vayan contra Laje, apunten bien.
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