Literatura

Las aventuras de Barbie Iron

¿Leería, hoy, la novela completa en un cuarto año de secundaria de la provincia de Buenos Aires? Este texto investiga distintas relecturas del poema nacional Martín Fierro y su valor en las aulas.

Por Florencia Penén
03 de mayo de 2025

1.

Si tuviera que entrar mañana a un aula de secundaria con el Martín Fierro bajo el brazo, llegaría y preguntaría: ¿por qué le dicen la China a la China Suárez? Hace poco vi un video con fragmentos de entrevistas en las que ella misma da tres versiones diferentes sobre el origen del apodo, así que espero divertirme mientras llegan las hipótesis. Luego preguntaría si saben por qué a las mujeres gauchas les dicen también así, si son chinas y si alguna vez escucharon hablar de la pareja de Martín Fierro. 

¿Leería el Martín Fierro completo en un cuarto año de secundaria de la provincia de Buenos Aires? 

Creo que el fantasma de Martín Fierro recorre los pasillos y las aulas antes de llegar a ellas como libro, fotocopias o archivo. “Soy un bandido como el gaucho Martín Fierro”, se identifica Turrobaby en su temazo “YPF”. Tiene 17 años. Arriesgo, con prejuicio: algunos de los adolescentes habrán escuchado nombrar a Martín Fierro, alguno tiene el libro en la biblioteca de su casa, entre todos pueden reconstruir cuatro o cinco datos veraces y otros tantos erróneos, pero que no estén tan lejos de acertar. Creo que alguno me dirá que lo conoce mientras en su cabeza se forma la imagen del Gauchito Gil. 

Martín Fierro, obra y personaje, se mantiene como una presencia espectral en la cultura popular, en el canon literario y el escolar con una centralidad que parece sostenerse -y quizá afianzarse- en el tiempo. Aunque casi no queden experiencias artísticas compartidas que hayan pasado sanas el puente de la pandemia, algo de Martín Fierro parece haber cruzado como un eco. El puente se rompió, algunas flechas, aleatorias, atravesaron el abismo. 

2.

Que el Martín Fierro se haya instalado como uno de los innegociables de las planificaciones de Literatura de la mayoría de escuelas argentinas arranca lejos, en el Centenario de la Nación. En 1913, Leopoldo Lugones brindó seis conferencias sobre el Martín Fierro en el teatro Odeón -que más tarde serían editadas bajo el título de El payador– en las que participó toda la élite porteña, incluyendo al presidente Roque Sáenz Peña. El centenario impulsó la voluntad de constituir un mito nacional, una narración que cumpliera una función similar a la del Mío Cid para España y La Chanson de Roland para Francia. 

La idea de nación intenta cristalizarse en el Martín Fierro en un contexto en el que todos los dispositivos institucionales, educativos y culturales buscaban definir, fortalecer y comunicar qué era lo nacional y qué no lo era, frente a la oleada de población inmigrante que llegaba de Europa y que, lejos de “poblar el desierto”, conformaba un fenómeno predominantemente urbano y las tensiones sociales eran identificadas con lo extranjero (la protesta obrera, el anarquismo, el socialismo).

Un poco antes, el gaucho había sido marginado, perseguido, señalado como imagen de la “vagancia” natural a la que atraía el clima apacible de la pampa, mientras que los inmigrantes parecían representar la promesa del progreso. José Hernández, integrante del club socialista y de la logia masónica, publicó la Ida en entregas en el diario, mientras estaba proscrito por Sarmiento y escondido. El destino de un relato nacional, símbolo de un Estado en organización, no parecía sellado en el nacimiento ni en las condiciones de escritura del poema.

En el prólogo de El Hacedor, Borges señala la importancia de Lugones y se autodenomina su sucesor. Pero antes, mata al gaucho Martín Fierro. En el cuento “El fin” (1944), incluido en Ficciones, construye y relata la muerte en duelo del héroe nacional, siete años después de la vuelta. 

En otro cuento, también compuesto alrededor del enfrentamiento y el tópico del otro, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” (1949), Borges reconstruye una secuencia del Martín Fierro desde el punto de vista de Cruz, el otro gaucho. 

4.

Pablo Katchadjian es un escritor argentino que en 2007 realizó un ejercicio de reescritura del poema nacional, El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (2007), una experimentación poética que se define en el título. El resultado rompe con la rima y la narrativa, lleva la aliteración al extremo y provoca paralelismos sintácticos en varios versos sucesivos.

El guacho Martín Fierro (2011), del escritor paraguayo Oscar Fariña, propone otro camino. En su obra, la operación consiste en el reemplazo de algunos términos por la jerga de los barrios populares, sin modificar la estructura rítmica ni narrativa. 

“Acá me pongo a cantar 

al compás de la villera, 

que el guacho que lo desvela 

una pena estrordinaria, 

cual camuca solitaria 

con la kumbia se consuela.”

Estas versiones fueron difundidas en una etapa en la que la discusión política y el discurso estatal tenían como eje la ampliación de derechos y la inclusión de los jóvenes como actores políticos. Son también los tiempos de La virgen cabeza (2009) o Kriptonita (2011). Representar la subalternidad no es un tema nuevo en la literatura nacional, pero en esta década es el sistema de representación lo que se modifica: “realizan el proyecto de la literatura social al poner en palabras un mundo casi invisible, al devolverles la voz a quienes han sido también desposeídos de ella, al narrar el mundo de la pobreza sin apelar a los facilismos del panfleto de denuncia o de la crónica periodística”, señala Sivia Saitta (2006).

5.

Entre el Ni una menos y el movimiento feminista, Las aventuras de la China Iron (2017), de Gabriela Cabezón Cámara, circularon entre docentes y estudiantes de profesorados, movidos también por la búsqueda de implementar transversalmente contenidos de educación sexual integral, una ley que el año que viene cumple 20 años. La China Iron es la china de Fierro, una mujer sin voz ni nombre en el texto de Hernández. El héroe nacional es, en la China, La Bestia Fierro, un hombre que se la llevó de la casa de una mujer que la había adoptado cuando la abandonaron los padres, y que a los 14 años “la había embarazado” dos veces. La China se escapa y se aventura en el desierto con Liz, una mujer inglesa, luego de que el gaucho fuera llevado por la leva. 

La China Iron protagoniza este western yendo más allá de su destino: atraviesa el desierto en carreta, escopeta en mano, testimonia haber sido violada y golpeada por el gaucho pero hackea el comportamiento que se espera de las víctimas; descubre el placer y el sexo con una mujer, se viste de hombre, cambia su nombre y emigra, encuentra la felicidad y la libertad en un pueblo nómade. Allí mantiene una relación con Kauka y con Liz, en un pueblo en el que los varones, las mujeres y las almas dobles (masculinas y femeninas) trabajan y van a la guerra en igualdad de condiciones, y trabajan sólo un mes por estación, en una relación equilibrada con el tiempo, la naturaleza y los bienes materiales. 

Cabezón Cámara augura un final feliz (y abierto) para la heroína de la historia, pero también una utopía, la semilla de una sociedad posible. Hay un posicionamiento frente a la tradición gauchesca, y una nueva respuesta a qué es y qué puede ser la identidad nacional.

¿Leería, hoy, la novela completa en un cuarto año de secundaria de la provincia de Buenos Aires? 

6.

Alrededor del 2015 (ya van a ser diez años) se abrió de otra manera el juego para las autoras femeninas, las protagonistas femeninas y queer, y para las historias con impronta feminista. Y ese impulso, además de ser reconocido y valorado por la crítica y la academia, funcionó en el mercado. Esto atravesó, de distintas maneras, casi todos los consumos culturales, hasta los más mainstream. 

Hay muchos ejemplos de obras que no son feministas por estar escritas o protagonizadas por mujeres, y muchas que no son buenas por estar más cerca de representar una mirada progresista sobre el mundo, pero igual muchas tuvieron éxito porque nos hacían sentir bien (o del lado del bien). Esto duró poco y ahora nos incomoda, pero son las demandas del mercado, nada que reclamar. A mí me siguen me interpelando las historias que complejizan la experiencia y borronean la línea entre las certezas. Y que lo que más me interesa es llevar la literatura al aula como desafío o pregunta, no como catequesis. 

En una actualidad desplazada hacia la derecha, el backlash que más me duele es el despertar de un resentimiento específico por el que a los varones siempre les costó y les cuesta tanto identificarse con heroínas femeninas. Creo que muchos lo intentaron brevemente (es ley guachita), también insistió el mercado mientras fue negocio, pero un sector intenso permaneció ofendido esperando su oportunidad. Lo señaló Meryl Streep, lo sabemos las chicas que leemos: en la narrativa (en la épica y la ciencia ficción, sobre todo), existe la brecha de género de protagonistas. El masculino es el género no marcado del protagonismo universal, y todas aprendimos a identificarnos con sus valores y dificultades. También hay brecha o grieta genérica: géneros de chicas y géneros de varones, como si fueran colores o juguetes, una brecha en la que un lado es tomado más en serio que el otro. No creo que la literatura y el cine resuelvan esto con cupos de representatividad (no soy experta), pero me molesta mucho que los tipos no puedan reírse con la película de Barbie. Un ícono pop que, como la China Iron, emprende una travesía hacia un mundo nuevo. 

Las aventuras de la China Iron vino a dialogar con una obra canónica y planteó una pregunta interesante en un momento histórico en el que se abrió un portal colectivo, y aumentó la disposición a indagar e imaginar una nueva propuesta sobre el protagonismo de las mujeres en la literatura, en el arte y en el mundo. 

Me pregunto qué mirada del mundo hoy está rumiando qué experiencias para volver a contar la gran historia nacional, la de un recorrido imposible hacia un horizonte inalcanzable, la gran travesía de nuestra pampa húmeda. Quizá sea la odisea de los criptogauchos, quizá la de una nación en la que no existen las mujeres, o quizá la próxima vez que revisitemos el Martín Fierro nos encontremos con la historia de una nueva resistencia, ojalá sea un relato que proponga el sueño de un país que todavía no existe pero que hace falta pronunciar para que sea posible. 

7.

Estas relecturas del Martín Fierro subvierten la crítica culta de los hombres del Centenario, esa primera revalorización del poema que lo puso en el altar de la historia. De alguna manera estos textos se incorporan a la obra, a la que responden y actualizan. A partir del contrafáctico “hay quien opina que nuestra suerte como nación hubiera sido distinta de haber elegido otro libro de cabecera”, también creo que es posible preguntarse qué país vamos siendo, o vamos buscando ser, o cuál va siendo contado a través de la literatura, cuando el Martín Fierro es un joven habitante de una villa, o se vuelve un recuerdo frente al protagonismo de su mujer, quien además hace un nuevo camino desde su sexualidad y su género. 

Era una decisión política, un asunto de Estado cuando el Martín Fierro se volvió canon nacional, y es política hoy la selección de textos que hace un docente y la forma de proponerlos. Pero hay también un factor impredecible, indómito, en los sentidos que puede disparar la literatura dentro del aula, en la lectura silenciosa o en voz alta, en los diálogos, discusiones y también en los rechazos de los textos. Cuando va más allá de responder a la necesidad de “cumplir” con lo que debe ser leído, con acompañar una moda, o incluso con moralizar a través del sentido único, la potencia es mayor.

¿Leería la novela completa de Gabriela Cabezón Cámara en un cuarto año de secundaria de la provincia de Buenos Aires? Creo que no, pero les hablaría de ella, llevaría fragmentos, desearía secretamente que la busquen y la lean con deseo.