Artificios
La llanura
Por Felicitas Eleicegui
12 de octubre de 2024

Mi objeto no cabe en la palma de una mano, es enorme, es extenso, es tan grande que se hace llamar desierto. Su color puede variar según las temporadas y los climas. Su forma es lineal, carece de curvas: a algunos esto les maravilla y a otros les causa angustia. Lo que me produce la llanura varía según cómo me siento en distintos periodos de mi vida.
Quiero escribir sobre este objeto para entender mi relación con él, hay un hilo que nos une, es un lugar al que siempre vuelvo, un lugar que odio y que amo con igual intensidad, que puede calmarme por su falta o que puede hacerme sentir vacía por la misma razón. Nuestra relación es estrecha desde 1999, y se que, incluso antes, ya existía en la historia de mis antepasados.
Hoy lo tengo cerca y a veces quiero escapar pero cuando lo tengo lejos lo extraño, mucho lo extraño: me pregunto qué me atrapa de este lugar ¿Será su historia? ¿Será la forma en la que el cielo se une a la tierra y me hace pensar que casi puedo tocar al sol?
La voz de mi objeto es el canto de unos pocos pájaros. De un chimango, quizás. El ladrido de un perro en las lejanías. La máquina de mi abuelo para moler maíz. Las voces vecinas que llegan a la hora de la siesta cuando todo el pueblo duerme.
Ahora bien, no sabría decir cuándo empecé a observar con mucha atención a este objeto, no sé si fue antes o después de cursar Literatura Argentina I y recurrir a los textos de distintos autores del siglo XIX como Mansilla, Echeverría, Sarmiento, entre otros tantos que se mostraron intrigados por la gran pampa desierta que esperaba ser poblada. Solamente sé que, cien años después, desafía todo entendimiento. Todos podemos indicar donde comienza su horizonte pero nos resulta, si no imposible, difícil ver dónde termina esa llanura que vemos en la ruta, como sucede con el mar y sus olas, lejanas y caóticas. ¿Por qué este paisaje me recuerda a las olas del mar? Si el mar es caos, su antítesis es esta llanura que habito y su calma… Unos meses atrás, leí un poema de Ricardo Nervi titulado “La pampa es un viejo mar” que canta así:
“Usté no conoce el sur
si piensa que es el desierto;
mire bien ese horizonte:
¿no ve mil barcos veleros?
¡La Pampa es un viejo mar
donde navega el silencio!”
Un barco en el horizonte, un viejo mar, el silencio como protagonista de estos pasajes. Entonces comprendí que mi pregunta ya se la había hecho aquel poeta, y que la mayoría de las dudas que tenemos las compartimos con otros/as, como suele suceder en el arte, la ciencia y otras disciplinas. Y ¿saben algo? La ciencia también confirmó nuestra teoría un tanto poética: Hace 200 millones de años, debido a movimientos tectónicos, todo era mar por estas zonas. Hasta ahora tenemos un paisaje, muchas personas que lo miran e interpretan y diferentes disciplinas que se entrecruzan y llegan a una conclusión similar.
Es 2022, estudio en Bahía Blanca la Licenciatura en Letras y hay días en donde extraño mi pueblo, Salliqueló. Bahía es una ciudad del suroeste de la provincia de Buenos Aires, con puerto, salida al mar, y demasiado viento. En la semana estudio en la sala de la universidad con amigxs, me quedan dos finales para recibirme de profesora: estudio hasta quemarme las pestañas, armo resúmenes, leo y subrayo textos con mucha avidez. Los fines de semana organizamos paseos: tomar mates con cubanitos en el parque; andar en bicicleta siguiendo el curso del arroyo Napostá que nace en Sierra de la Ventana y tras un recorrido de 130 km, desemboca en la ciudad portuaria. El Parque de Mayo, rodeado por el Napostá, es mi gran patio, vivo a cinco cuadras y siempre que puedo voy para escaparme del encierro de mi departamento. Estar cerca de Gaia y sus tesoros.
Ahora, mi interés literario se anuda a los autores que escriben sobre la naturaleza, me siento conmovida ante la relación estrecha literatura-ciencia. Entonces descubro un libro: Los llanos (2020) de Federico Falco. El libro data sobre un pibe que, al cortar con su novio, decide irse a vivir un tiempo a Zapiola, localidad ubicada en el partido de Lobos, provincia de Buenos Aires. Se va a la llanura para buscar la tranquilidad que la ciudad no puede darle. Escrito en forma de diario, Federico, el nombre del personaje principal, que coincide con el del escritor, cuenta mes a mes cómo es la vida en la llanura.
¿Por qué me atrae tanto? Lo leí tres veces y cada vez que lo vuelvo a abrir, caiga en la página que caiga, hay algo que me interpela. Una palabra. Una frase. Una situación. Pienso que me hubiera gustado escribir algo similar, que hubiera querido hacerlo y que no podría. ¿Será por la costumbre? ¿Será por qué no me alcanzan las palabras? Abro una página al azar del libro, leo y tomo nota: “Misteriosamente, ese contar el paisaje que en principio parece condenado al fracaso, también termina engrandeciendo el paisaje. Intentar nombrarlo, me obliga a mirar en detalle, mirar en profundidad”.
Es miércoles 11 de septiembre del 2024, 12:49 hs., es el Día del Maestro. No fui a trabajar. Salgo afuera para escribir, en el patio de mi casa se escucha el cantar de los pájaros y el cielo está despejado, el sol calienta mi piel.Me siento en calma. Se acerca la hora de la siesta y eso es sinónimo de silencio. No escucho voces, apenas el paso de una camioneta. A las 12:52 hs., como si me hubiera mufado a mí misma, se empieza a escuchar el ritmo de un reggaeton viejo en la casa de los vecinos. Trato de no dispersarme en esa melodía, de volver al asunto que me concierne, de no mirar el celular y sus notificaciones vibrantes y coloridas. Cierro los ojos, imagino el horizonte y su sol que cae sereno, que despide el día, que me inunda de paz. Mi cuerpo y la tierra, la tierra y mi cuerpo. Quiero anudarme a ella, a través de las caminatas de fin de semana, a través de la contemplación misma “Yo por ahora solo quiero mirar el horizonte, la llanura, fijar los ojos en la distancia, que me inunde el campo, que me llene el cielo, para no pensar, para que lo que sucede en mi dejé de existir todo el tiempo” dejar de existir para ser llanura, para volverme una con ella.
Los lugares que nos ven nacer y nos resguardan parecen confundirse dentro nuestro, los terminamos llevando a donde quiera que vayamos ¿Cuánto nos mimetizamos con ese paisaje? ¿Qué palabras, gestos o costumbres internalizamos? ¿Qué diferencias hay entre alguien que se cría en un pueblo o una ciudad? si me voy de Salliqueló ¿Lo llevaré a donde quiera que vaya? ¿Cuál fue el momento exacto donde la pampa empezó a ser una conmigo, a ser yo una con ella? Una geografía afectiva que une lugares y personas, una geografía de la ternura. Esta llanura sobre la que se edificaron pueblos teñidos de sangre aborigen, esta pampa que, como parafrasea el personaje de Los llanos: “es el mismo paisaje todo el tiempo: el mismo paisaje para pampas y ranqueles, para los colonizadores, para Hudson y su familia de ingleses pérdidos en Sudamérica, para los que tendieron las vías, para los inmigrantes italianos, vascos, para los que construyeron la capilla y plantaron los árboles de la plaza (…)”
A las 14:23 hs. salimos en auto rumbo a la ruta. El objetivo es contemplar. Poco tránsito en la misma, apenas unos camiones que se deslizan hacía la salida del pueblo. Estacionamos a un costado, junto a un árbol robusto que da una sombra hermosa. El sol es fuerte y hay que protegerse. Algo de viento, nos quedamos dentro del vehículo. Miramos la lejanía del campo, el orden y la repetición de lo poco que existe en este espacio seco, árido. Cuando era chica, todo se veía igual, salvo la cantidad de plantas que cortaron para evitar accidentes de tránsito.
Son las 15:34 hs. Nos vamos de la ruta, desviamos nuestro camino y volvemos al pueblo por una calle de tierra. Vacío total, arena. Quintas, casas de fin de semana, chancherias, pequeñas chacras. Calma, niñes andando en bicicleta o jugando a la pelota. A las 15:44 hs. estacionamos fuera del cementerio del pueblo. Bajamos y empezamos a caminar por las calles de tierra. Nos gusta este ejercicio, el aire que pega en nuestras caras. Los cardos secos y sin vida, el pastizal amarillo, las tranqueras que nos indican propiedad privada. Las vacas, chanchos y caballos parecen adornar el paisaje. A veces tanta quietud nos desconcierta, soñamos con irnos de acá. Hablamos de lo diferente que sería nuestra vida en una ciudad. Lo poco que hay. Coincidimos en una cosa: pueblo chico, infierno grande. Avanzamos, un ojo de agua, un campo lleno de eucaliptos que alguien debió haber plantado hace al menos 100 años. Algo del paisaje nos devuelve la tranquilidad perdida en la insatisfacción y el aburrimiento. Algo de él nos invita a hacernos preguntas, a ir más allá de lo aparente. Los llanos dixit “miro el campo y me gana la inquietud. Tiene que ver con preguntarse ¿qué significa?. ¿Qué significa el campo? El horizonte, el pastizal, las nubes haciendo sombra sobre el potrero. Nada. No significan nada. Son.
Es como estar frente a una catedral o algo inmenso.
¿Es como estar frente a Dios?
Es solo contemplar.”
En tiempos donde corremos para ver quién llega primero a la meta, donde no importa la calidad de una persona o un artefacto sino la cantidad de likes que obtuvo, en tiempos donde detenerse a observar un atardecer y no postearlo es una muestra casi heroica, habitar la llanura se vuelve un acto que nos acerca a lo inmenso, a lo sagrado. ¿Será que Dios merodea por estos pagos?

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