Urbe

La época de las barberías

¿Dónde fue a parar la barbería de antes? En una cortada de Caballito, El Conde levantó La Época, una barbería-museo que revivió el viejo oficio del barbero-juez-psicólogo. Contra todo pronóstico, su legado hoy se extiende por todo el barrio.

Por Abril Beautemps
21 de abril de 2025

La Época nació escondida en Guayaquil al 800: una calle cortada, porque ahí es cortada con Centenera. Es una postal del siglo pasado que el remitente no quiso mandar a nuestros tiempos. Una postal pintada por el Miguel Ángel de Caballito. Miguel Ángel Barnes.  En el 2000 los vecinos lo bautizaron como El Conde del barrio. Siempre que sale, va con su chaleco bordado, sus pantalones de vestir, sus zapatos de charol y (si hace frío) su capa española.  

Estuve siete años programando mi salón peluquería. Mis amigos, mi familia, me decían que yo estaba loco. ¿Por qué? Porque cómo iba a abrir una barbería si la gente ya no se afeitaba, por el tema del sida, por el tema de la higiene. Y bueno, yo quise ir un poco en contra de todo eso, ¿no? Entonces abrí en esa cortada. Un negocio como el que yo quería hacer tenía que estar… no sé, en Palermo, en Puerto Madero, en Belgrano. Pero yo la verdad quería ponerlo donde yo nací, en mi barrio.

Caballito es el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires y es un barrio femenino. Femenino, porque lo habita una cantidad avasallante de 95.110 mujeres contra sus 75.199 individuos. También es uno de los barrios con más peluquerías, y con las peluquerías de nombres más originales. “AQUÍ NO SE HACEN MILAGROS”. “La Pelu Que Quería”. Ocurrencias léxicas y proverbios reutilizados del estilo dominan los carteles de Caballito. Casi todas son peluquerías unisex. UNISEX: adj. Que es adecuado o está destinado tanto para los hombres como para las mujeres. Pareciera que unisex ya no significa lo mismo que antes. Ahora es unisex de UNISEX: adj. Que es adecuado o está destinado solo para uno de los sexos. Y es que en los salones, donde hay revisteros desbordados de OHLALÁs y PARA TIs y sillones de más de una plaza (porque se necesitan dos personas, o más, para chismosear), no se encuentran hombres. Solo los peluqueros, que en realidad no son más que manos y oídos que atienden a las damas: cualquier otra condición identitaria se ve anulada. 

El hombre había perdido el lugar en su peluquería y no tenía otra opción hace 30 años que ir a una peluquería unisex. Y a muchos, como yo, no nos gustaba. Pero, ¿por qué aparte no nos gustaba? Porque el corte de la mujer no tiene nada que ver con el corte que le puedas hacer a un caballero, primero. Segundo, convengamos, la mujer deja más dinero en las peluquerías que los caballeros, ¿no es así? Bueno, entonces, nos ha pasado a muchos de ir a una peluquería y que nos digan “ah, ya lo atiendo”, nos sentaran y nos dieran una revista para que nos entretuviéramos con la revista. Cuando veíamos que estaban por terminar de atender a la mujer que estaban atendiendo decíamos bueno, me toca a mí, y de repente aparecía otra mujer en la calle y el peluquero “ahh, sí, sentate que te atiendo, sentate”, y nosotros nos lo quedábamos mirando como diciendo ¡pero si yo estaba primero!

El Conde dice que separa un poquito al barbero del peluquero.  El barbero en la antigüedad oficiaba hasta de juez de justicia. Los barberos eran los grandes personajes de los pueblos, decían algo y era santa palabra. Cuando dos familias tenían un problema entre sí, le llevaban el problema al maestro barbero del pueblo y él estudiaba el caso y dictaminaba lo que tenían que hacer esas dos familias. Si a alguna de las familias no le gustaba lo que el maestro barbero decía, igual agachaba la cabeza y obedecía lo que había determinado. Eran jueces de justicia, y se dedicaban a la salud de la gente (con operaciones menores) y también, claro, oficiaban de psicólogos. Por eso eran los grandes personajes de la época, la gente más confiable. Podía dudarse de cualquiera, menos del barbero. Los barberos supieron ser los superhombres de sus pueblos. Pero su oficio multiforme y resolutivo había quedado adormecido. La vigilia había sido dominada por los peluqueros y las peluquerías. Y todo hombre que entraba a una peluquería se convertía en hombre invisible; una invisibilidad que para el Conde nunca podría haber sido un superpoder. De superhombres, a hombres, a nada. Fue desde esa nada que el Conde decidió que su misión era crear una barbería como las de antes. Zamarrear al oficio del barbero hasta despertarlo. 

Antes no se hacían cosas para durar un año, treinta años, sesenta años; se hacían cosas para que fueran eternas. A este sillón donde atiendo le cambié el tapizado cuando lo compré, y nada más. La novia de mi salón, digo yo (hay videos, en YouTube, del Conde bailando tango con ese sillón-novia, haciéndolo dar vueltas en forma de ocho sobre su eje). Fue lo primero que adquirí. Se lo mostré a mis amigos peluqueros. Con los años me dijeron la verdad de lo que sentían, pero en ese momento no me lo quisieron decir. Yo, emocionado y todo, claro que no les vi las caras. ¿Vieron qué lindo?, les dije. “Sí, está bien, qué lindo, qué lindo”… Después supe qué se fueron diciéndose el uno al otro: “está loco, está loco este. Es una basura esto”.

Hoy los clientes del Conde se sientan sobre ese mismo símbolo de locura para ser atendidos. Suben por la escalera del local, ven el cartel que dice “Por orden del comisario, se prohíbe entrar armado y con sombrero”, esperan en el sillón Luis XVI original que está al lado del gramófono, leen un poco las paredes (“LA PELUQUERÍA DEL 1900”, “El Centro Cultural La Época fue visitado por Argentina Televisora Color”, “La barbería que hace obras solidarias”…) y, cuando escuchan las risas y el apretón de manos y el chistido de la registradora National en el salón, saben que es su turno y entran para sentarse. Dicen que es bárbaro. Que hay muchas cosas que por ahí alguien viene, y las ve, y le parecen extrañas: la gomina Brancato que usaban los pibes para ir a bailar, la colección de hojitas de afeitar como las de la colimba. Pero que a muchos les pasa al revés. Que ven lo que ya vivieron. Las cosas que conocieron en las casas de sus abuelas. Las cosas que les pertenecieron en otro tiempo.

Tengo los clientes de siempre, clientes de primera generación. Hoy por hoy, si vienen nuevos clientes, claro que los puedo atender. Porque no cierro mis puertas. Tocan el timbre y está abierto. Tengo hasta recién naciditos. Tanto así que, al principio, venían los tipos y decían “uyyy, la gomina Brancato, yo tenía un frasquito así”. Y después pasaron diez años y “ahh, sí, mi papá me hablaba de la gomina Brancato”. Hoy hace rato que pasa la gente y nadie dice “ayy, la gomina Brancato”. Y es que ya pasó la gomina Brancato. Las generaciones van pasando y quedan quienes conocen pero, sobre todo, quienes guardan el recuerdo.

Estaban los clientes de Caballito, y estuvieron los clientes turistas de otros barrios, y después estuvo Maradona. El Conde lo define como un tipo fuera de serie. Muy sencillo. A veces creaba un personaje, como para seguir generando dinero para él, pero conmigo era lindo. Jamás me hizo sentir como que yo era el barbero y él…No, éramos todos iguales. Era divino. Eran, un poco, compañeros en el arte de confeccionar personajes. Campeones en el juego de rol. Entre ellos se conocían por fuera de la partida: durante el turno, los que se hacían charla eran Diego y Miguel, nada más. El Conde cuenta anécdotas sobre él y apenas puede terminar. Me pongo a contar esas historias y cuando empiezo digo, ¿para qué me metí en esto, para qué me pongo a contar esto si yo sé que me voy a aflojar? Y me aflojo, de verdad. Hay historias muy fuertes. Las quiero contar y las termino de contar y la gente se da cuenta de que me aflojé. Y me aflojé, qué se le va a hacer. 

En 2019 La Época se mudó a la calle Neuquén. A su paso, dejó una seguidilla de neobarberías en el paisaje de Primera Junta: “EL BARBA”, “Barbería Bandido”, “GLAM Barbería”. El Conde siente haber cumplido su misión. Ya La Época ni siquiera es mía. La Época es de la gente. Con seguridad lo digo, eh. Porque no solo es ver lo que ocurrió con esta barbería. Hoy un poco es salir por el barrio y encontrarse, en todas las cuadras, barberías exclusivas para hombres. Y eso a mí me pone feliz. ¿Por qué? Porque bueno, vaya si fue cubierta esa meta.

Yo soy un tipo con varias inquietudes (se ríe). Me pongo varias metas. Yo termino…no, no termino con una meta: estoy por terminar con una meta, y ya veo que esa meta ya está por cumplirse, y automáticamente me pongo otra. Por eso, yo les digo a los jóvenes barberos que me siguen que yo estoy seguro que el día de mañana les voy a dejar una tarea a ellos, un compromiso a ellos. Porque va a haber una meta que yo no voy a llegar a cumplir, cuando yo desaparezca. Entonces ellos van a estar encargados de cumplir esa meta. 

Al poco tiempo de que apareciera el llamador rojo y blanco y rojo y blanco de La Época en Neuquén (el alcahuete, le decían), vinieron también los autos: un Ford 1957 con un muñeco gaucho adentro y un camioncito Chevrolet 1929 que tiene las iniciales MB dibujadas entre florituras amarillas. La mayor parte del tiempo, las persianas metálicas de la barbería están cerradas. TURNOS AL CELULAR DEL CONDE 11 6529-0959, se lee en un papel pegado a la puerta. Los autos se mueven sin que nadie los maneje. A veces están estacionados en otros lugares de la manzana, a veces en otros lugares del barrio y, a veces, ni siquiera están.