Urbe

LA COMUNA ORGANIZADA

Bautista Prusso, comunero porteño, argumenta que el espíritu de época nos llama a participar y accionar sobre el bien común sólo desde la lógica clientelar-servidor, y por lo tanto, todo parece decantar lentamente en frustración

Por Bautista Prusso
03 de julio de 2024

Estoy condenado a ser un porteño nacido en el Barrio Sur.
Juan José Sebreli

Son las tres de la tarde. La entrevista para el programa Espacios de la Ciudad de Buenos Aires lo tiene a Juan José Sebreli sentado con un sweater rojo sobre los hombros en algún cafetín porteño. Debe ser el año 2000. Mientras camina por el barrio de Constitución comenta que se habla tanto  de la identidad nacional que la gente ya no se identifica tanto con el país -una abstracción política en sus propias palabras- sino con los lugares que frecuenta permanentemente en su propia ciudad. Y ni siquiera con su ciudad sino con las zonas que habita, con sus barrios y, más aún, con sus calles y  sus esquinas.

Este breve apunte nace de una inquietud central: ¿por qué volver a pensar en los lazos? ¿a dónde está la Comunidad? Los significantes peronismo, libertad, república, patria, Nación, ciudad, (incluso comuna), ¿producen una experiencia compartida con nuestros pares? ¿Cuál es el lugar para volver a pensar y armar nuestra comunidad? Desde una perspectiva de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ¿Qué pueden aportar las 15 comunas a este contexto? 

Las preguntas serán disparadoras para pensar el nexo comuna-comunidad a partir de cinco ejes que me interesan abordar: semántico, comunitario, traumático, burocrático y clientelar.

Hacia el final la idea es llegar a entender en la comuna un intento de canalizar algunas de estas ideas en un ámbito concreto.

I. Semántico

Un síntoma se imprime en nuestra época. El Individualismo aparece cómo la némesis de la idea de comunidad. Tus derechos terminan donde empiezan los míos. Aparece una trampa oculta ante la supuesta incompatibilidad: se niegan los grises, la hibridez, se anula la discusión y aparecen los antagonismos. Colectivista es el otro. ¿El individualismo es ser egoísta?

Recién arrancados los noventa en Villa María el Gallego Alvarez dice que Perón abre la puerta de un nuevo proceso histórico.  Palabras como Juan Perón, o Comunidad Organizada, las cuales tenían un significado meramente ideológico antes, van a tener un significado constructivo concreto dicho de esa manera o de cualquier otra. Es decir, se van a referir a fenómenos reales, no a posibilidades ni a construcciones políticas, sino a fenómenos reales que van a ocurrir en nuestra realidad, independientemente de lo que cada uno de nosotros hagamos. En alguna medida es inevitable la aparición de un nuevo proceso histórico en el cual se tiene una cualidad superior a cualquier nomenclatura política: ser argentino.

Y esta inevitabilidad -continúa- debe estar acompañada de construir de una forma que nos reúne a muchos compañeros y muchos otros que aun no siendo peronistas tienen una cualidad superior; ser argentino.

En una entrevista de la que tuve la oportunidad de participar, el excanciller Felipe Solá nos decía que las ideas no se extinguen: cambian. Eso que llamamos peronismo, pueblo, comunidad, en el futuro es una cosa que hasta puede tener otro nombre. Vamos a existir los peronistas, va a existir Juan Perón, va a existir la doctrina, va a existir la idea de conciencia social. Todo va a perdurar. ¿Cómo se va a llamar eso? No lo sé. Hasta ahí llega el nivel de incertidumbre.

El espíritu de época nos llama a participar y accionar sobre el bien común sólo desde la lógica clientelar-servidor, y por lo tanto, todo parece decantar lentamente en frustración. El imaginario que da vueltas en la conversación: yo soy un cliente, un consumidor del Estado y por eso participo de la vida social sólo desde la demanda. Si el Estado no me ofrece lo que necesito -bajo mi concepción de lo que implica esa presencia– lo demando y me indigno. Los militantes del tipito enojado.

Ser argentino es ser activo en la sociedad, ser miembro de la sociedad civil. En la conversación pública se confunde la participación con politizar la vida social. Se confunde Estado con empresa gerencial. Si yo soy un miembro activo de la sociedad que se llama Argentina, esto implica una serie de principios, consensos y puntos de acuerdo. Si el sentimiento nacional, el contrato social o la Patria nos queda lejos (o no produce nada), ¿en qué instancias se produce sentido de pertenencia por lo nuestro? ¿dónde se hace palpable? ¿El Mundial? ¿Un 25 de mayo? ¿el club de barrio? 

Foto: Pinta tu aldea y pintarás el mundo. León Tolstoi.

II. Comunitario

Sumo una pregunta más: ¿Por qué hablar de comunidad?  La definición que nos aporta Perón opera como punto de partida (y llegada): aquella donde el hombre pueda realizarse mientras se realizan todos los hombres de esa comunidad. Una comunidad donde todo pueda ser realizado sin sacrificios inútiles que no conducen a nada y que esa comunidad realidad permita dentro de su organización que el hombre se realice a sí mismo. Hoy la lógica opera a la inversa: el imperativo del sufrimiento cómo entrada para cualquier intento de disfrute. Si no se sufre es un robo, una estafa, una aberración populista. Sacrificio y rock and roll.

Si el clima de época demanda interés individual y construcción exacerbada del yo, pienso en la nota que escribió hace unas semanas Matías Wendt donde se toca el pensamiento político del liberalismo de Adam Smith: para lograr una economía eficaz es necesario que cada uno de nosotros persigamos nuestro propio interés. Si comprendemos al individuo podemos comprender todo lo demás. El interés individual como ordenador del conjunto, la sociedad como una suma de partículas egoístas y predecibles.  

De Smith a Saborido hay un hilo muy delgado: dice el humorista que el Peronismo es una conveniencia. No es solo un valor ético y moral. La idea de la comunidad es, en sus palabras, un sistema de egoísmos coordinados. El peronismo quiere que estén bien los demás porque si no están bien los demás no está bien el individuo. Al liberalismo lo invierte axiomáticamente. Primero la Patria, luego el movimiento y por último, los hombres. Si para la ortodoxia liberal el motor y el fin de la acción humana es el beneficio en sí mismo, el justicialismo ve en el beneficio no un fin sino un medio. Hay un hecho nuevo para producir en la sociedad Argentina de hoy: despertar a la comunidad del hastío, la denuncia constante y la paranoia social.

III. Traumático

Negar un orden de incentivos individuales que todos tenemos en cualquier sociedad capitalista actual resulta autodestructivo para cualquier tipo de orden social. Bloquear la posibilidad  de que las personas no puedan desde su accionar personal e individual aportar un beneficio para la sociedad pareciera un zeitgeist progresista de esta época. La capacidad de agencia individual como mala palabra.

Una forma de saldar esa deuda es tratando de introducir algo más en el sistema. Todo el tiempo se está en vínculo permanente e ineludible con la sociedad. Formarse en la universidad pública, dar clases, crear trabajo, dar una mano en un club, a la asamblea, la sociedad de fomento, lo que fuera. Devolver un aporte, un gesto, una acción, como una salida al desequilibro de esa relación entrópica que me vincula con el resto. Para pensar de nuevo al Estado, el movimiento pareciera ser más hacia los primeros lazos que nos formaron que hacia abstracciones y relatos narrados a la medida de nuestra posturas y prejuicios éticos. Llegar a la comunidad desde una plaza, un foro,un taller, un café o una feria.

No se puede desconocer el estado débil de nuestra vida en comunidad. Tampoco se pretende que el Estado procese simultánea e inmediatamente toda la problemática social. Pero reconocer estas limitaciones no tiene por qué llevarnos sostener el status quo, porque la postergación indefinida de las cuestiones urgentes de una buena parte de la población puede llevar a puntos ciegos que generen las condiciones para que se constituya el daño y, tal como se ha advertido, una vez que esto sucede su procesamiento se transforma en traumático.

Para los casos en los que el daño está ya constituido se pueden generar las condiciones, no de su reparación, lo que pareciera imposible, sino al menos de su tramitación. Tramitación que tranquiliza, y que lo hace menos traumático e hiriente. La gestión de lo público y un ibupirac 600. Una maceta para tapar la falta de inversión. Pintar la autopista con colores LGBTI y con eso urbanizar los barrios. Un clonazepam gratis y la salud mental  en las salas del barrio.

Una comunidad ideal debe, al menos, facilitar la presentación en el espacio público de la situación de los dañados, reconociendo, respetando y valorando esa condición. Para salir del lugar de la indignación una comunidad cohesionada puede restituir el daño a partir de su legitimación en la conversación pública. Los dañados parecieran haber emergido como algo reprimido en cuarenta años de democracia. En esa emergencia pendula hoy nuestra comunidad atada a viejos fantasmas del siglo xx.

IV. Burocrático

En su texto La burocracia en el nivel callejero: la función crítica de los burócratas en el nivel callejero, Michael Lipsky pone el acento en el último nivel de aplicación de las políticas públicas y, en particular, destaca el rostro humano de quienes ejecutan las políticas públicas. Su pensamiento se inscribe dentro de una corriente que, para pensar las condiciones de funcionamiento del Estado, propone se deben suspender los siguientes supuestos:

1) que el Estado existe como una entidad integrada.

2) qué es unitario y coherente.

3) que establece una frontera clara respecto a la sociedad.

4) que su funcionamiento institucional puede caracterizarse a partir del estudio de sus instituciones formales.

Importa más ir a ver en la interacción, en el último escalón del Estado, en sucede en el cruce entre las burocracias públicas y los ciudadanos que pensar un Estado homogéneo. Un juez, una trabajadora social y un policía que arreglan por abajo: esas también son las políticas públicas que no contemplamos. Pablo Semán, en su última entrega,  Está entre nosotros ¿De dónde sale y hasta donde llega la extrema derecha que no vimos venir?, propone reflexionar sobre la época desde una sociología del quehacer práctico y piensa en particular en una categoría de sujetos de época: los cuentapropistas morales.La apatía hacia el Estado es racional: al mejorista no le sobra una sola hora de su vida, pero pierde tres para hacer un trámite insignificante en la Municipalidad.  Estos hombres y mujeres de la meritocracia operan en un contexto de autoempleo en ámbitos morales y espirituales de autorrealización personal. 

Esto no implica un salto al discurso individualista. Los mejoristas no necesariamente lo son. Que los sujetos no crean en la ayuda del Estado y de las instituciones tradicionales no implica un egoísmo intrínseco.  Incluso, sobran las experiencias acerca de esfuerzos inhumanos en pos de la familia, del club, del comedor,  los amigos o de vecinos del barrio.

V. Comunal 

Para avanzar y adentrarnos en lo territorial propongo pensar en la organización descentralizada y participativa que detenta la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde 1994  hecha ley en 2005: las comunas.

Son definidas -según la norma- cómo unidades de gestión política y administrativa con competencia territorial. En latín: autogobierno de un pequeño territorio. Dotadas de un ámbito espacial denominado sede comunal, se realizan diferentes trámites burocráticos persiguen los objetivos constitucionales de garantizar la participación ciudadana y la descentralización del gobierno central. 

Me detengo en la traducción latina nuevamente: Autogobierno. En este territorio se desenvuelve la vida comunal y quedan circunscritas las facultades de la junta comunal como centro político de deliberación y toma de decisiones. Ahora bien este espacio no configura una fuente de poder autónomo, no persigue fines políticos propios y distintos del interés general de la ciudad y su gobierno.  Por lo tanto: ¿para qué? 

¿Se permite efectivamente la intervención activa y directa en la toma de decisiones?  ¿Hay una oportunidad de restituir el lazo comunitario desde una comuna? ¿El sistema de representaciones cumple su función?  ¿Cuál es el sujeto de representación de la comuna?

Para salir del lugar común del vecino hay que empezar a hablar de un interés común respecto de cuestiones que tienen que ver con su espacio territorial, su barrio, su identidad. Que los vecinos de Constitución, de Caballito o Barracas se organicen para reclamar por su barrio, un festival, una vereda merece una correspondencia comunal. Si el rostro del Estado no arranca -como canta Zitarrosa- desde el pie, algo va mal.

Sirve el puntapié para abordar la ficción comunal: descentralización no implica autonomía. Si uno se pregunta por las comunas y su función práctica no puede más que limitarse a una forma de organización burocrática, un bot presencial, que no resuelve más que algunos trámites del orden municipal. Si pensamos que las instituciones moldean a los individuos probablemente sostengamos un status quo difícil de explicar en un tiempo que exige reset de casi todo.

VI. Reflexión final

La conexión entre democracia y participación forma parte de un mandato constitucional  e importa el hecho de remover los obstáculos de cualquier orden que impidan la participación efectiva en la vida política. El ámbito de realización por excelencia de esa democracia participativa es el de las comunas: si miramos el espíritu del consejo consultivo encontraremos funciones de deliberación, asesoramiento, canalización de demandas, elaboración de propuestas, definición de prioridades presupuestarias y de obras públicas, seguimiento de la gestión y contralor de la ejecución del presupuesto de la comuna.

La participación es construir escenarios en donde las instituciones y los colectivos sociales puedan deliberar, negociar, confrontarse y llegar o no a acuerdos. Se insiste en pensar en un nuevo tipo de ciudadano: activo, participante y crítico, diferente del ciudadano tradicional, aquel que solo se afirma mediante demandas aisladas o que apenas ejerce su ciudadanía por el voto o en demandas particulares. El sujeto conjetural del ciudadano  pareciera difícil de asimilar: todos construimos el hombre de paja a la propia medida de nuestras expectativas. ¿Es posible pensar en ciudadanos críticos en el mundo de la inteligencia artificial? ¿Ser activo en la conversación se volvió un troll? ¿Se puede participar de lo público con optimismo o se vuelve inevitable la retórica de la indignación?

En vez de en el vecino, como comunidad debemos pensar en los vínculos vecinales, es decir, los que ligan aquellos sujetos que coinciden en un interés común respecto de cuestiones que tienen su asiento en el ámbito territorial sobre el que se extenderá la comuna.

El problema no sólo está en quienes interesadamente usan las instituciones y las normas con el objeto de sacar provecho de ellas. También en los que, con las mejores intenciones, convierten las reglas en un fin en sí mismo y terminan por convertirlas en cerrojos y candados para la expresión de las interacciones sociales y del conflicto. Cuando la abstracción de la burocracia estatal le gana a la realidad estamos ante un problema. 

Si la trama social hoy juega a la esquizofrenia, pide menos y más Estado a la vez, empezar por la urdimbre,  modificar las reglas de juego y participación es una salida posible. Al fin del día, nadie desea sentirse solo: nos queda superar la barrera en la que lo cotidiano y lo común adquieran sentido en este tiempo y en esta realidad.

Salir del laberinto por arriba necesita vecinos, argentinos y representantes dispuestos a reparar la herida social desde un lente práctico y comunitario. Es necesario el Estado articulando y mediando los conflictos cotidianos pero sin un orden (privado) que aporte la comunidad en cuanto a fortalecer un lazo social desde la solidaridad será imposible hacer que lo irreparable esté más cerca de ser reparable.

Bautista Prusso

¿Te gustó la nota? Seguilo en sus redes 👇

@bautistaprusso