Literatura

Insoportablemente absurda

¿Cómo accionamos si tanto nos contradecimos? Este ensayo es Rayuela aplicada. Pregunta por el qué hacer del ser humano niño y el adulto.

Por Victoria Otero
06 de mayo de 2025

‘’El cielo es la carne, 

el infierno el alma’’ 

(Alejandra Pizarnik)

 

‘’Ni siquiera te entregas al viento 

sin pensar porqué’’ 

(Serú Girán, 1980, 2m9s)

 

Abro la mano y me agacho en búsqueda de alguna piedra. Me vuelvo a levantar, firme y derecha, muevo el brazo a modo de expulsión. Suelto la piedra y cae sobre el suelo, salto en dos pies, en uno, en dos, y llego al cielo. 

Corren los días de mi niñez, mientras la rayuela del Parque Centenario va guardándose en mi olvido. Las frases de Cortázar se presentan repentina y avasalladoramente ante mis ojos. Mis papás me compran Rayuela, no lo entiendo, lo guardo en la biblioteca. Repito el mismo proceso hasta mi juventud. Lo leo, me corrompe. Hoy escribo este intento de ensayo.

Hablar de Cortázar es hablar de caos. En Rayuela se lo respira desde la primera página. Las oraciones son extensas y los puntos escasean, construyendo de esta manera un desenfreno cuyas palabras y pensamientos atropellan al lector. Los personajes se encuentran bien representados en la estética de una neurosis palpitante. Entre sus conversaciones y pensamientos vamos descubriendo huellas que dan entendimiento a lo sucedido. Todo es una insinuación, siempre se siente la presencia de algo no dicho. La dualidad es un signo en Cortázar, un hecho, una marca. Sin embargo, cuando lanzan verdades son tajantes. Las frases cortas, las palabras efímeras que tan bien nos desnudan. 

La temporalidad también destaca, los saltos son constantes en sus párrafos, se transita bruscamente del pasado al presente, pasamos de la narración en primera persona a un narrador omnisciente. La vida no tiene sentido, no tiene explicación. Todo es el desorden de la acumulación. 

Es inevitable no nombrarlo como un escritor adrenalínico. La novela expresa una prosa poética la cual no escala únicamente a las palabras bien conjugadas. Llega a lo más profundo, a ese lugar donde solo la poesía sabe llegar. ¿Y cómo nombro ese lugar oculto? Las palabras probablemente me falten, y quizá, necesite la imaginación y comprensión del lector para que esta frase cobre sentido. Es así, como Cortázar va armando sus párrafos, tendiéndole una mano al lector y abriendo un abanico de posibilidades. 

Cortázar sabe maniobrar la varita para volver mágica la nimiedad del día a día. Con su escritura, nos transformamos en una suerte de extranjeros que desentienden todo lo asentado, al punto de ni siquiera notar su existencia. Corremos las cortinas de la ventana por primera vez, vemos árboles y casas antes desconocidas, pero siempre presentes. Ser extranjero de la propia cotidianeidad encarna la sombra de la extrañeza y distancia que se entreteje con la vida real, con lo material. 

Horacio, el personaje principal, es altamente sensible. Le duele ser el bárbaro de su propia vida. Las palabras no se limitan a definir. Son ambiguas, exacerban sus significados según la persona. Tajantes, hieren y vuelven loco a quien las lea. Tan hermosas. Y sin embargo, esta sensible pasión se ve opacada cuando llega su lado b.  Seas oriental u occidental es inherente la desazón. Solo nos disfrazamos de diversas culturas las cuales‘’No nos tocan tan a fondo como lo que verdaderamente nos toca’’ (Cortázar, 1963). Todo eso se nos escapa de las palabras, construyendo un umbral, un vacío que queda entre lo que se puede pronunciar y lo que no, entre el sentimiento más puro que siempre desespera y llora por no poder gritar su nombre. Todo eso es parte del ser humano más allá de sus construcciones en base a costumbres. Horacio reniega y patalea cuando la ambigüedad incomoda con sus preguntas. No hay salida. La vida es inconmensurablemente absurda, ¿cómo accionamos si tanto nos contradecimos? Lo que pensamos y hacemos se despliega como una flor en primavera. Abre sus pétalos y se deja ver. Pero el tallo necesita de fortaleza y la flor fenece si no se la riega. Necesitamos de mucha valentía para poder asumir la contradicción y seguir caminando. Y esta valentía, nace de la inocencia de un niño, representado en el personaje de la Maga. Horacio es condenado por la razón y la inacción: ‘’¿Qué hacer? con esta pregunta empecé a no dormir’’ (Cortázar, 1963, p. 28). La Maga siente y hace. Horacio reflexiona y no hace. De esta manera, entre tanto palabrerío se olvida de actuar, perdiendo el entrenamiento y al sentir el impulso de tirar la piedrita, el vértigo lo abraza. Es paradójica, acotada y con una acertada utilización de palabras la frase citada anteriormente. Piensa, piensa, piensa y no duerme. Ni siquiera eso puede hacer, dormir. Y, en esta neurosis tan atenazante, la lejanía se empieza a entretejer entre él y todo lo ocurrido a su alrededor. No solo se siente lejano a las personas, sino también a sí mismo.

Ahora bien, no existe una verdad y acá nace la contradicción. Sería más fácil entregarse a la ilusión, a algún dios o algún astro para seguir fervientemente ese leitmotiv y resguardarse en esa esperanza. Pero esta nos abandona cuando no encontramos el camino a seguir causado por tantas dudas. Creemos que con A vamos bien pero de repente aparece B y de una paliza deja rendido en el suelo a la primera opción. Y así, aparece la c, la d, la e. Casi como un subte. 

A veces, es ‘’mejor no hablar de ciertas cosas’’ y en este caso, es mejor no buscar ciertas explicaciones. Entregarse al sentimiento que tan humilde se presenta. Pero Horacio lo ignora. Él quiere hablar del centro, desmenuzar lo que lo aprisiona, pero se distrae. Empieza un párrafo decidido a enfrentarse a su miedo, pero así como un recuerdo lo lleva a otro, las palabras lo van perdiendo e inconscientemente se vuelve a alejar del fundamento. Se escapa de afrontar el peligro.

Sabemos que las cosas son absurdas y Horacio lo siente más que nadie. Lo palpita con la carne, la piel, el corazón y la cabeza. No puede asumir lo absurdo de la vida aceptando su condición de no tener explicación. ‘’Comenzar a pensar es comenzar a estar minado» (Camus, p. 6). Horacio sufre por la confrontación entre desear y encontrarse con la realidad que no siempre es lo anhelado. Sufre por toparse con la vida funcionando todos los días, los autos pasando por las mismas avenidas, las personas retornando a sus mismas oficinas, se llora y se ríe en la misma sintonía. “Quizá vivir absurdamente para acabar con el absurdo’’ (Cortázar, 1963, p. 98). La vida corre, la confrontación no para y las palabras duermen. 

No hay tal unidad aspirada por Horacio, en la cual empeña su búsqueda. No existe el te lo digo yo y no hay tu tía. El lenguaje no logra encarcelar todo lo naufragado.  Ni la ciencia, ni el lenguaje. ¿Qué queda en ese vacío? ¿cómo se lo apacigua? El corazón siempre es el mismo y tolera hasta la más grande adversidad. No conseguimos saciar la sed surgida entre el sentimiento y las palabras. ¿Lo absurdo es sentimental o racional?

Los zapatos son un hito en la escritura de Cortázar. Los personajes los sienten húmedos o mojados, rotos o con basura, presionando o lastimando. La maga dice, ‘’voy a reventar los zapatos si no me los saco’’ (Cortázar, 1963, p. 184). ¿Y por qué sucede esto? Será quizá la ansiedad generada por sentirse encerrado y prisionero de un mundo lleno de falsas libertades. Las zapatillas incomodan y no permiten al pie moverse con comodidad. ¿Será entonces, las zapatillas una forma de representar a la adultez como limitante de los deseos humanos? Es decir, el ello se representa en el pie desnudo de un niño caminando por el piso al unísono de su madre gritando ¡calzate!. Mientras el adulto, siempre con sus zapatos lustrados y los cordones bien atados, proyecta la privación. Jugar a la rayuela pierde interés cuando uno crece. La mira con superioridad y su ego le hace creer que no lo entretiene. Incluso el humano busca desprenderse de la famosa etapa del niño que insiste con sus ¿por qué? La inquietud no nos abandona, pero en cada año de vida la moral se acrecienta más y más delimitando lo correcto. ¿Y qué es lo correcto entonces si no hay verdad? 

Deseamos volver a la infancia, saltar de la cama todas las mañanas para ir a la plaza y, con los dos pies en el piso, aferrados a la tierra, tirar la piedrita al dibujo de tiza que nos lleva por un camino vertiginoso hasta el cielo. Cuando finalmente llegamos, descubrimos seguir estando en el mismo piso metafísico que solo se remedia manteniendo la simpleza.

La rayuela nos acompaña toda la vida. Cuando la piedra no se revolea al piso, se esconde en nuestros zapatos para incomodar a nuestros pies. ¿Qué es la verdad sino la ilusión de cada uno? ¿Qué es la vida sino jugar a vivirla?