Música

Imágenes retro (reproduciéndose sin fin)

¿Qué tiene que ver el britpop tántrico de Pulp con el punk porteño de Massacre? A simple vista, nada. Y sin embargo, la música permite trazar uniones extrañas. Este texto está formado por dos ensayos musicales que conectan Buenos Aires con Sheffield.

Por Mila Mondello
03 de diciembre de 2025

Yo no sé de música, ni de escuchar música. Se de valorarla, de conmoverme, viciarme y no poder vivir sin ella. No creo ser lo suficientemente experta en los temas sobre los que escribo, pero creo menos en la necesidad de serlo. La música es el puente más potente sobre el que se desenvuelve el tiempo, alcanza con estar en la  búsqueda de la atemporalidad para poder sentirse parte. Confiar mucho en la historia, en lo que otros han hecho, en la necesidad de comunicar, con eso alcanza para sentarse a escribir y así traspolar la obsesión musical a la obsesión (y necesidad) narrativa.

La música permite hablar del tiempo, obliga a decidir si desafiarlo o serle obediente, es un coqueteo constante entre el pasado, el presente y el futuro. Aquí dos pequeños ensayos sobre la relación entre la música y el paso del tiempo.

I. Más Pulp

Me levanté un viernes a las 5am; frío tímido y cafeína como única ilusión a la que aferrarse. Agarré el celular y me acordé de que ese día Pulp iba a sacar disco después de 24 años. Elegí escucharlo de inmediato, sin amortiguación y corriendo el riesgo de que el sueño y el malhumor lo escuchen antes que yo. Me cayó la ficha al primer minuto del primer tema: Jarvis Crocker ya no tiene 25 años, no puede susurrar, gritar o gemir como un degenerado durante 40 minutos. Pulp no es inmune al envejecimiento; el tiempo impacta, es real y pasó por acá. Puse pausa tras los primeros segundos, too much. 

Siempre me da mucho temor escuchar los lanzamientos de aquellos artistas que respeto y adoro: Pearl Jam, Smashing Pumpkins, Blur, Jack White, Kim Deal. Creo que me niego a toparme con algunas aristas de la realidad, con el cambio o, en el peor de los casos, el desmejoramiento, lo gagá. Me duele que la trascendencia o el amor no siempre se traduzcan en una puntería infalible y atemporal. Me duele cuando algunos artistas no resuelven si pelear caprichosamente con el tiempo o si aceptarlo, respetarlo;  cuando no logran interpretar el choque que se genera entre la identidad propia y la identidad que el tiempo acomodó en la superficie de la época. 

Mi temor con el nuevo disco de Pulp era inmenso, va más allá de si es buena o mala la música, se trata de enfrentarse como oyente a la relación de los artistas con el paso del tiempo, con ver como juegan de visitantes en una época que otros escriben por ellos. 

Decidí seguir escuchando, ya con absoluta certeza del paso del tiempo, y al finalizar la primera canción me dí cuenta de que estaba escuchando a Pulp, ni más ni menos. No era otra cosa sino Pulp. No había que esperar ni buscar nada, estaban ahí. 

Calamaro canta en Aquellos Besos “Las ganas de volver a casa a encontrar todo igual”, y me estaba pasando eso; todo estaba igual a como lo había dejado en algún momento, todo igual a como lo recordaba. Estaba sintiendo lo mismo que cuando escuché It  a los 14 años (manía adolescente de escuchar todo en orden). Era Pulp, estaban allí, más grandes y maduros pero vivisimos.

Fue como reencontrarse con el primer amor después de muchos años y seguir sintiendo lo mismo a pesar de la distancia. Desayuné acompañada de la grata atemporalidad, habían hecho una de las suyas, dejaron en offside al tiempo transformándolo en un elemento más conmovedor que atemorizante. No escuché al tiempo imponiendo sus reglas, escuché a Pulp fundiéndose en un abrazo (capaz un poco subido de tono) con su propia madurez. Era Pulp. 

Interpretar este disco implica recordar que en 2023 murió Steve Mackey a sus 56 años, bajista original de la banda, que en 2024 empezaron a grabar su nuevo disco, y que apenas un año más tarde, luego de 24 años sin sacar música, lo tenemos entre nosotros.  La muerte no siempre motiva a la creatividad, pero si te pone cara a cara con el tiempo. Pulp lo miró a los ojos y respetando su identidad hizo la música que tenía ganas de hacer: no dejaron que el tiempo ni el mercado impongan sus mecanismos, fueron soberanos. Pulp sacó disco nuevo sin presión, lo hizo cuando todo estaba tan presente que solo hacía falta sentarse a escribir.

Cuando salí del trabajo a las 13 hs decidí volver a escucharlo, ya con el sol pegando en la cara y el fin de semana por delante.

El disco arranca con Spike Island, una canción luminosa y grande, donde Crocker pareciera vaticinar un nuevo comienzo. Se narra a sí mismo y expresa la necesidad de seguir adelante a pesar del tiempo, de confiar en los instintos y no alejarse de lo que uno es. Luego le sigue la dupla Tina/Grown Ups, dos canciones que nos recuerdan al Pulp de los 90s por su sensualidad. Volvemos a escuchar los susurros seguidos de agudos subnormales y el in- crescendo característico. El tiempo sigue siendo el protagonista ya que en estas dos canciones se habla de amores (imposibles y reales) que se sostienen y modifican con el pasar de los años. En ambos temas pareciera que Crocker mira en retrospectiva sus relaciones y las re-narra desde el presente, reflexionando sobre la adultez y sus exigencias. 

Después se empieza a mostrar con más claridad la complejidad de matices que tiene el disco: aparece Slow Jam  con un bajo mortal y con una superposición sutil de capas de sonido dignas de los 9 miembros intérpretes seguida de Farmers Market, una balada divina medio habladita que juega con el  crescendo y en donde volvemos a escuchar a Crocker susurrar. 

Con My Sex entré definitivamente en este disco, un tema oscuro y sensual donde los Pulp vuelven a hablar de sus temas favoritos: la perversión, la diversidad sexual y el coqueteo entre la arrogancia y el absoluto fracaso. Acá Jarvis Crocker logra glorificar a los losers, habla con orgullo y deseo de su mal rendimiento. Mi tema favorito del disco. 

A la sensualidad le sigue el optimismo: en Got To Have Love se amalgaman sintetizadores con una orquesta de cuerdas logrando una canción épica donde demuestran su faceta electrónica. 

El disco termina con un cuarteto emotivo compuesto por Background Noise, Partial Eclipse, The Hymn of the North y A Sunset. Tal vez de las canciones más hermosas de Pulp, sé que el tiempo las pondrá en su merecido lugar. Por ahora parecerían ser un broche de oro perfecto a su discografía. 

Llegué a mi casa conmovida, en el mundo hay más Pulp que antes. Ellos ya no son los de los 90s, Jarvis ya no tiene 25 años y jamás podremos volver a esa época, pero con este disco centrado en el paso del tiempo nos demostraron que queda algo más después de la juventud eterna. 

II. ¿Hoy será la última vez? 

El mes pasado Massacre se despidió con tres recitales de La Trastienda, su casa por excelencia. Ubicado en el barrio de San Telmo, el lugar se volvió un clásico para los que seguimos a la banda, sabemos llegar allí con los ojos cerrados y todos coincidimos en algo: no es lo mismo ver a Massacre que ver a Massacre en La Trastienda. No tiene que ver con el sonido ni con algo concreto, cuando tocan de local sacan a relucir su identidad entera, se genera una comunión entre el público y los músicos y todos hablamos el mismo conocido idioma al mismo tiempo: el mosh, la mezcla entre el punk y la psicodelia, la emotividad por fuera de los lugares comunes, el simbolismo. 

Massacre en La Trastienda es un ritual inagotable, tan inagotable que no dudé ni medio minuto en confirmar mi triple asistencia. Sabía que no podía perderme ninguno de esos recitales, por honor a mi historia y para despedirme como corresponde de un lugar que supe habitar. Desde que tengo memoria voy a Balcarce 460 a verlos, aún recuerdo haber nombrado a La Trastienda como mi lugar favorito en una de esas actividades que se hacen en la primaria para iniciar el año y conocer el grupo. Cuando era chica iba en familia y me quedaba arriba sentada, en la secundaria empecé a ir sola y a quedarme abajo haciendo pogo, nunca más quise verlos de otra manera. 

Massacre siempre fue parte de mi vida y de mi familia, estaba en mi casa, en mi ropa, en mis discos y un poco en el adn, pero cuando los empecé a ver en La Trastienda los entendí de otra manera. Eso que para mi era tan cotidiano e inevitable para otros era algo cuasi religioso, entendí que formaba parte de algo grande. Desde ese entonces sólo sé de conmoverme ante la banda de mi propio padre y vivir cada recital como si fuera el primero. Siempre hice el pacto con ellos: los veo como una fanática más, colecciono remeras vintage como si no fueran heredadas, los escucho y los redescubro como si no fueran el soundtrack natural de mi vida. Y esta vez los fuí a ver sosteniendo más que nunca ese pacto, asumiendo el clima de despedida aún sabiendo que al finalizar iba a ir a los camarines a su encuentro.  

Las tres noches sentí lo mismo: no había nada más Massacre que esto. La sensación se generaba desde la entrada dónde había una puesta en escena destacable con varios posters de Trastiendas pasadas, una colección de fotos que se transmitía en la pantalla de arriba de la boletería e incluso unas gigantografías de los miembros de la banda. Todos los recitales fueron un homenaje a sus influencias, a su historia y a sus seguidores. Homenajearon a Ozzy Osbourne las tres noches haciendo un cover Paranoid, homenajearon a Lou Reed covereando All Tomorrow’s parties, homenajearon a la madre de uno de los primeros integrantes dedicándole Papel Floreado, homenajearon a la Tori (manager de la banda) cuando hizo stage-diving. Y nos han homenajeado como público al regalarnos joyitas en los setlist: Cae el muro abriendo la primera fecha, Invasión de aguas vivas en Santa Monica, Laika se va, Road of, Compulsión y los grandiosos covers de You Really Got Me Now y Someday Never Come. Nosotros, entre éxtasis y conmoción, celebramos aquella magia que nos convoca a dejar cuerpo y corazón tema tras tema. Massacre en La Trastienda es encuentro, caras conocidas, complicidad… y amor. 

Este año me puse de novia con un tipo que ya seguía a Massacre desde antes de conocerme, de hecho una de nuestras primeras citas fue el 14 de febrero en un Trastienda. Desde ese entonces me acompaña e hizo que todo esto sea aún más conmovedor y gracioso, logra que mi corazón esté aún más a disposición cuando los vamos a ver. Buscarlo constantemente con la mirada, que se ría con mi exagerada interpretación de los temas, que me gane al anticipar el setlist (no hay chance, no le pego a un bis), verlo en frente de La Trastienda con la mirada ansiosa mientras estoy llegando tarde, ir hacia él cuando suena un tema que le gusta mucho, presentarlo a personas que me conocen de toda la vida, conmoverme ante su conmoción, que él se conmueva ante la mía, buscarnos todo el tiempo, salir del recital con sudor, hambre y entusiasmo. Cuando comparto esta banda con alguien también comparto un pedazo grande de mi. No sabía que Massacre podía ocupar un lugar aún más grande en mi vida.

Noté mucha felicidad en todos los que laburaron para llevar adelante los tres recitales, terminar un capítulo de una historia de amor de tal magnitud no merecía menos. Cuando uno está cómodo con lo que hizo no le cuesta rendir homenaje al propio trayecto, más bien resulta un mimo para propios y ajenos, y eso estuvo claramente demostrado. La inconformidad, la innovación y la búsqueda constante, parte de la naturaleza de Massacre, combinada con la seguridad de lo construido hasta ahora. 

La historia de una banda puede condenarla, atarla y predestinarla o puede potenciarla. Massacre es un claro ejemplo de una banda que no le teme al tiempo: crecer, cambiar sin que eso signifique desentender su recorrido y su pasado. A Massacre lo agiganta el camino hecho y el poco miedo a torcerlo a gusto y piaccere. Utilizar el tiempo a favor para no depender del camino que traza por default. 

Amar también es aceptar la posibilidad del fin y aún así tener ganas de correr el riesgo, nada de esto va a durar para siempre, pero todo es tan potente que el tiempo queda reducido al olvido.