Artificios
Huellas en el mar
Por Juan Cavedo
25 de septiembre de 2024
Huellas en el mar
Sangre en nuestro hogar
¿Por qué tenemos que ir tan lejos para estar acá?
Charly García, (“Plateado sobre plateado”)
Históricamente, Argentina es un país de inmigración. O al menos así lo percibimos: todos recordamos la parte del preámbulo de la constitución donde se afirma: “para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. La gran ola de inmigrantes transoceánicos que recibió el país entre 1880 y 1950, principalmente españoles e italianos, generó una serie de transformaciones muy profundas de las que todavía somos herederos. Sin embargo, Argentina también es un país de exilios¹, destierros y ostracismos.
En su texto “Lo que entiendo por Borges”, el escritor Martín Kohan rastrea los rasgos que definen a los grandes hombres de la argentinidad y descubre que llamativamente comparten ciertas características. Entre ellas hay varias que tienen que ver con el exilio. Kohan señala que estas figuras cuentan casi siempre con marcas de extranjería: nacieron o recibieron su educación formal fuera del país. Otro rasgo apuntado es que tuvieron un “paso consagratorio por el extranjero” y que finalmente, fallecieron en el exilio. Borges, por supuesto, cumple con varias de estas características (educación europea, consagración en el exterior, muerte en Suiza); muchos de los argentinos más importantes de la historia, también.
Siglo XIX: “Serás lo que debas ser, si no serás nada”
En el siglo XIX a menudo los exilios estaban emparentados con una derrota política o militar. Los tiempos y las distancias eran otros, por lo que encontrarse fuera del país era quedar relegado de la discusión pública. Este fue el caso de muchos de nuestros próceres quienes ante el fracaso de sus ideas debieron abandonar la Argentina. Veamos algunos ejemplos.
Rosas, quien durante su gobierno obligó al exilio a muchos de sus opositores, sufrió el mismo destino tras ser derrotado en la batalla de Caseros. El Restaurador marchó a Inglaterra donde alquiló una estancia y vivió como farmer hasta su muerte en 1877. Sarmiento, por su parte, expulsado dos veces por el rosismo a Chile, escribió el Facundo en el país trasandino. De hecho, el libro se abre con la escena del sanjuanino grafiteando en un puesto fronterizo la famosa frase On ne tue point les idées (las ideas no se matan). Murió en 1888, en Asunción del Paraguay, adonde se había trasladado para evitar el invierno de Buenos Aires. Rivadavia fue otro de los líderes que tuvo que dejar el país tras un revés político. Falleció en Cádiz en 1845 y en su testamento pidió por favor no ser enterrado en Buenos Aires; hoy sus restos descansan en Plaza Miserere. Otros próceres que atravesaron situaciones similares, por nombrar solo algunos, son Moreno (muerto en altamar en 1811 tras perder la interna con Saavedra en la Primera Junta); Artigas (tras ser derrotado primero en la Banda Oriental y luego en Entre Ríos, marchó a un exilio de 30 años en Paraguay donde murió en 1850); o Alberdi (exiliado en Uruguay, Francia y Chile durante el rosismo y luego nuevamente en Francia, tras su pelea con Mitre, donde murió en 1884).
La relación entre derrota política y exilio es de larga data y claramente no es algo que sucediera solo en nuestro país. Si muchas de nuestras concepciones en torno al gobierno se las debemos a los pensadores de la Antigua Grecia, el ostracismo ateniense es el equivalente al exilio político. De hecho, la palabra griega ostrakismós significa exactamente “destierro por mal gobierno”. En el siglo XIX, con nuestro país inmerso en una larga serie de luchas internas entre caudillos, tiene sentido que esta práctica fuera usual entre los vencidos y más considerando las consecuencias sangrientas que podía significar no partir al exterior.
Sin embargo, si tenemos que hablar de próceres y exilios quien primero se nos viene a la mente es José de San Martín. Nacido en Yapeyú en 1778, su familia se trasladó a España cuando tenía 6 años. Allí recibiría su instrucción militar y participaría en enfrentamientos contra portugueses, ingleses y franceses. Fue en 1812, ya con 34 años y el grado de teniente coronel, que San Martín decidió volver a su tierra natal para pelear por la causa independentista. Sus biógrafos apuntan este como uno de los momentos claves de su vida y cabe preguntarse las razones detrás de esta decisión: ¿por qué un militar con una carrera exitosa en España decide volver a un país que prácticamente no conoció y arriesgar el pellejo haciéndole la guerra al imperio más grande del mundo?
En Buenos Aires, San Martín sería un actor político clave para el establecimiento del Segundo Triunvirato, crearía el Regimiento de Granaderos a Caballo y en febrero de 1813 tendría su bautismo de fuego en el combate de San Lorenzo. Su carrera militar en América fue meteórica: entre 1816 y 1821 fue designado Gobernador de Cuyo, organizó el Ejército de los Andes con el que cruzaría la cordillera, liberaría a Chile para luego embarcarse a Perú y deponer el poder virreinal en Lima. Ya sin el apoyo del gobierno argentino, cedió ante Bolívar en Guayaquil. En 1824 dejaría suelo argentino y ya no volvería. “Prefiero la vida que hacía en mi chacra cuyana a todas las ventajas que presenta la culta Europa”, escribió en una de las cartas que envió desde Francia. La idea de volver a la Argentina siempre estuvo presente en la cabeza del Libertador, pero su renuencia a tomar bando en las luchas políticas internas lo obligaron a permanecer al margen. En 1829, fue cuando estuvo más cerca de pisar suelo nacional (de hecho, su barco fondeó en el puerto de Buenos Aires y luego recaló en Montevideo) pero justo coincidió con el golpe de estado de Lavalle y el fusilamiento de Dorrego. El Padre de la Patria murió en Boulogne sur-Mer en 1850: de sus 72 años de vida, tan sólo pasó 18 en América. Tradicionalmente se ha venerado esta posición de San Martín de no inmiscuirse en las disputas locales. De ahí su famosa frase: “Mi sable jamás saldrá de la vaina por opiniones políticas.” Sin embargo, este exilio tan prolongado nos deja sus preguntas: ¿Argentina expulsa a sus mejores hombres?
¹ El diccionario define al exilio como “la separación de una persona de la tierra en que vive”. Una segunda acepción nos especifica otro uso, quizás más frecuente: “expatriación, generalmente por motivos políticos”.
Siglo XX n°1: “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver…”
“Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno”, canta en “Volver” Carlos Gardel, quizás el artista argentino más destacado del siglo pasado. En su biografía encontramos otra vez los elementos que señalaba Kohan: nacimiento afuera, paso consagratorio en el extranjero, muerte en Colombia, en 1935. Sumado a esto, el tango como símbolo nacional puede echar luz sobre algunos aspectos de la relación que nuestro país mantiene con el resto del mundo. De origen multiétnico, alimentado por elementos europeos, africanos y gauchescos, nuestra danza nacional se hizo eco a partir de los viajes de muchos de sus exponentes a Europa. En este sentido, la figura de Gardel es fundamental como inventor del primer tango cantado en 1917 y como uno de los mayores referentes a nivel mundial con las sucesivas giras realizadas en la década del 20’ al viejo continente. Es a partir de ese reconocimiento extranjero que las clases dominantes argentinas comienzan a ver al tango como parte de la identidad nacional, cosa que en sus inicios era impensado debido a sus orígenes bajos, concepción que puede sintetizarse en la expresión de Lugones quien tildó la danza de “vil reptil de lupanar”.
La consagración en el extranjero para luego ser valorado a nivel local no es terreno exclusivo del tango. De hecho, el arte argentino -y latinoamericano- siempre ha tenido un vínculo muy particular con el exterior y sobre todo con Francia. “Luchar en París, para vivir en París, con literatura… ¡Pero ese es un sueño de sueños!” escribió Rubén Darío, el gran poeta americano de principios de siglo. La capital francesa, ha sido durante décadas el lugar predilecto para la intelectualidad de nuestro continente. En el caso argentino, la figura de Julio Cortázar sintetiza quizás este movimiento. Cortázar no sólo nació y murió en el exterior (Bruselas, 1914- París, 1984) sino que vivió la mayor parte de su adultez y escribió sus obras más importantes en la Ciudad de la Luz. De hecho, Rayuela, novela clave del boom latinoamericano, narra la historia de Horacio Oliveira, un argentino aspirante a artista, exiliado en París e incluso los capítulos centrales se dividen entre Del lado de allá en referencia a las acciones que suceden en Francia y Del lado de acá, para las acciones en esta orilla del Atlántico.
Siglo XX n°2: “Luche y vuelve”
El 17 de octubre de 1945 la política argentina se modificó para siempre. Ese día, miles de trabajadores llenaron la Plaza de Mayo y pidieron por la liberación de un coronel del ejército quien había sido apresado unos días antes. Casi 10 años después, Juan Domingo Perón abordaba una cañonera paraguaya y daba inicio al exilio argentino más famoso del siglo. Entre 1955 y 1972 la política nacional estuvo marcada por la ausencia de su principal líder, la proscripción total del peronismo e incluso la prohibición de mencionar su nombre. Durante esos años Perón vivió en Paraguay, Panamá, Nicaragua, Venezuela y República Dominicana para finalmente instalarse en Puerta de Hierro, Madrid. Sin embargo, la distancia no le impidió dirigir la resistencia peronista y realizar acuerdos con distintos actores del escenario nacional, como cuando apoyó a Frondizi en las elecciones de 1958 con la promesa de que se levantara la proscripción de su partido. Durante esos años, Perón recibió en su casa de Madrid a otro exiliado notable de nuestro país: Ernesto “Che” Guevara.
El caso de Guevara difiere en muchos aspectos del de Perón, pero no deja de llamar la atención que dos de los argentinos más influyentes en la historia política reciente hayan coincidido en sus respectivos exilios. El destierro del Che había comenzado justamente durante el gobierno peronista con sus famosos viajes en motocicleta por Latinoamérica. En 1953 se largó a la ruta para no volver: fue trepando el continente hasta llegar a Guatemala donde viviría 9 meses. De allí pasaría a México, donde conocería a los hermanos Castro y en 1956 cruzaría a Cuba. El resto es historia. Sin embargo, el exilio de Guevara no se detuvo allí: su misión revolucionaria lo llevaría durante la década del 60’ a planear distintas acciones guerrilleras en diversas partes del mundo. Parte de eso fue lo que discutió con Perón, en 1966 en Puerta de Hierro: el Che le solicitó apoyo al líder del justicialismo para sus operaciones en Bolivia y el norte argentino. Según cuentan los testigos, Perón no vio la idea con buenos ojos: “Disculpe Comandante que sea franco con usted, pero usted en Bolivia no va a sobrevivir.“ Dos años más tarde, Guevara sería capturado junto con otros guerrilleros y ejecutado en La Higuera.
Finalmente en 1972, el avión negro de Perón arribaría al país. Sin embargo, su tercera experiencia al frente de la presidencia sería corta y traumática. Tras su muerte, Argentina sufriría una nueva dictadura militar que impulsaría un éxodo masivo. La conocida “fuga de cerebros” que ya había comenzado durante la dictadura de Onganía se acentuó a partir de 1976. Si bien el exilio fue masivo y heterogéneo, la mayor parte estuvo compuesto por adultos jóvenes, en su mayoría profesionales o con cierta posición económica que les permitía salir del país. En este sentido, vemos que hay ciertas similitudes y diferencias con los exilios del siglo XIX. Aquí no son necesariamente definitivos y debido a los avances técnicos, la comunicación con el país de origen no es tan dificultosa, sin embargo, la raíz política, es la misma.
Siglo XXI: #LaSalidaEsEzeiza
Tras 40 años de democracia en nuestro país el exilio ya no es más por motivos políticos. De hecho, podemos pensar a María Estela Martínez de Perón o a Mario Firmenich (ambos exiliados en España) como los últimos representantes de una práctica extinta. Sin embargo, en este siglo el número de emigrantes argentinos ha aumentado y en la mayoría de los casos el detonante es el mismo: la economía. Desde la oleada de argentinos que partieron al exterior tras la crisis del 2001 a la carta que escribió el ex presidente Mauricio Macri en 2022 pidiéndole a los jóvenes que no abandonen el país, nuestros compatriotas que deciden mudarse al extranjero son cada vez más. En 1990, los argentinos residentes en el exterior representaban 1,32% del total; en 2020 la cifra es de 2,37%. Si bien el número no parece alarmante, podemos pensar en la narrativa que hoy se maneja desde distintos sectores que muestra al exilio como única alternativa viable en un país donde hace tiempo los índices macroeconómicos no arrojan resultados alentadores.
Si tuviéramos que mencionar exiliados famosos de este siglo podríamos hablar de Messi (quien alimenta la leyenda del argentino reconocido primero en el exterior, luego en su tierra), el Papa Francisco o Máxima Zorreguieta. Pero sin dudas y volviendo a lo económico, un caso emblemático es el de Marcos Galperín. El fundador de MercadoLibre vivió solamente 4 de los últimos 22 años en el país y desde 2020 reside en Uruguay. Su vuelta a Punta del Este coincidió con la salida de Mauricio Macri del gobierno y con una causa en su contra por defraudación al Estado. Desde el entorno del Galperín nadie explicó concretamente el motivo de esta decisión, pero varios coincidieron en que “Argentina estaba expulsando al empresario más exitoso de su historia”. Otra vez se repite esta idea. Sin embargo, en el caso de los millonarios argentinos el exilio tampoco es infrecuente. De hecho para 2021, 18 de las familias más ricas del país según la revista Forbes tenían domicilio en el exterior. Esta tendencia parece contradecir la idea de que es la economía la que empuja a los argentinos a vivir fuera del país: los millonarios, quienes tienen mejor pasar de toda la sociedad son quienes deciden irse. ¿Pero es realmente una contradicción?
A mediados del 2021, cuando las restricciones de la pandemia comenzaron a flexibilizarse, se hizo viral el #LaSalidaEsEzeiza. En la agenda informativa de distintos medios y canales de televisión se realizaron notas, informes y entrevistas a argentinos que se iban o se deseaban ir del país. En muchos de estos casos se presentaba a los argentinos que viven en el exterior como una especie de ejemplo a seguir: “Emigró a Europa, durmió en la calle y hoy tiene una empresa en Londres” o “Se fue del país, apostó los ahorros de toda la vida y hoy es dueño de una empresa valuada en 250 millones de dólares”. Aquí vemos una especie de “camino del héroe” del joven migrante quien deja su vida en Argentina, se somete a la aventura y tras luchar, consigue llegar a un destino mejor. Lo económico, la posibilidad de un futuro, de estabilidad, la seguridad son las razones que priman entre los que se van. Además podemos pensar que el exilio en la actualidad tiene un coste menor: gracias a la facilidad de las comunicaciones y la cantidad de información disponible, tanto desde lo emocional como desde lo procedimental, la distancia parece acortarse. Los jóvenes de las generaciones actuales sin ataduras por tener hijos o trabajos que aseguren una permanencia duradera, también entienden el exilio como una opción razonable. Es entonces que volvemos a la pregunta: ¿el motivo es exclusivamente económico? ¿o el exilio también tiene un componente aspiracional?
Próceres, deportistas, artistas, intelectuales, políticos: la lista de exiliados argentinos que vivieron, triunfaron o murieron en el exterior es interminable. La sospecha de que Argentina expulsa a sus mejores hombres y mujeres continúa recorriendo la historia nacional. Como señala Martín Caparrós (un exiliado) en Echeverría (libro dedicado a otro exiliado): “los argentinos somos extranjeros esenciales, siempre extranjeros, hijos de extranjeros, padres de extranjeros, buscadores voluntarios o involuntarios de la extranjería, condenados a la extranjería, tan extranjeros como aquellos primeros, esos colonos que vinieron a vivir así de lejos de sí mismos”. Quizás el problema radica en ese punto: para nosotros los argentinos, no hay nada más argentino, que el resto del mundo.
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