Política

Hoja de ruta en la distopía

¿Cómo salimos del mundo en el que ser un f*rro está de moda? Este ensayo aborda cómo cortar la espiral descendente en la que nos encontramos, reordenando la sintomatología de aquello que nos aleja cada vez más del mundo que imaginamos justo.

Por Ignacio De Vedia
03 de noviembre de 2025

Acariciando lo áspero, o un paradigma.

Hace meses vengo pensando en la incapacidad que estamos teniendo por comprender los nuevos tiempos. Hay un cambio de paradigma que todavía no podemos interpretar, de ahí seguramente esta suerte de aturdimiento colectivo, y esta sensación de escenario distópico cotidiano, que hasta incluso nos hace sentir tan cercana una situación como la del Eternauta. Aun sin nieve tóxica, la sensación de caos generalizado se vuelve un común denominador en nuestras percepciones, en la infaltable analogía futbolera diríamos que estamos atajando penales todos los días. Este va a ser un intento más por tratar de comprender y abrir interrogantes que tiene cualquier persona que está de este lado de la mecha: cómo hacemos para pasar la mala, dónde están esos refugios cotidianos y trincheras que nos son tan necesarios y que parecemos haber perdido, cómo recuperamos una perspectiva futura que nos entusiasme y contagie, dónde está la potencia colectiva que perdimos, qué pasa con nuestros pibes, cómo laburamos la salud mental y las nuevas problemáticas. En definitiva, cómo construimos la felicidad del pueblo, y la nuestra, que ya se vuelve una tarea histórica. Todas son preguntas que ustedes ya se hicieron, pero que necesitamos rascar más a fondo para no terminar de sucumbir en la desesperanza, ni tampoco caer en viejas recetas que nos llevan una y otra vez al ciclo de la derrota -electoral, colectiva, personal, de lo vincular-. Leer, pensar, discutir, parar la pelota, ser creativos al proponer, tiene que ser un ejercicio central de nuestra praxis cotidiana. 

Asumir que estamos todos bancando la parada de una crisis que nuestras generaciones no vivieron tiene que ser el punto de partida. No sufrimos tan solo una derrota electoral, ni tampoco es solo una nueva etapa del capitalismo deshumanizante, es mucho más profundo. Como todo cambio de paradigma, seguramente contenga esa mezcla de lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que comienza a nacer, momento donde nacen los monstruos según Gramsci. Vivimos cambios tan radicales y veloces que no llegamos a asimilar, y muchos de nuestros esquemas y prácticas de vida aparecen como demodés. Es común escuchar a alguien contando el viaje que hizo hace algunos años buscando hotel tocando puertas, los mails que se mandaban a modo de vieja carta, el CV entregado en mano, los números de teléfonos de línea que te acordás aún de memoria. Parecen tiempos remotos pero no lo son, habría que volver a ver la película Tienes un email para ver qué nos sucede, un clásico de finales de los 90 que ingenuamente mostraba el nacimiento de una nueva forma de vincularnos. Tan solo 25 años después la ultra tecnologización digital -una generación entera- cambió la forma de vincularnos, de trabajar, de interpretar e incorporar el mundo que habitamos. Nuestra forma de vivir y vincularnos cambió y va a seguir cambiando, las redes sociales incorporan algoritmos cada vez más individualizantes, una forma más de seguir desarmando nuestro tejido social o poner en jaque la empatía misma. El acceso a lo político también está filtrado, bloqueado, redirigido. De alguna manera mis problemas individuales, crecientes en este nuevo mundo, se presentan muy por encima de cualquier mirada que incluya al resto de mis conciudadanos. Si hasta los años 70 la estrategia de las derechas fue dinamitar acuerdos gremiales y colectivos, en los 90 neoliberales se individualizaron discusiones y se moldeó un sujeto con fuerte apetito personal, hoy la focalización e hiper individualización es total y se expresa en el campo virtual. Vivimos la época de la glorificación de la imagen, en la cual mostrar lo que hago o lo que tengo vale más que vivirlo. Lo que muestro y represento – cuidado y dirigido- pareciera importar más que lo que soy. El ser se parece más a una perfo, un cálculo, un recorte, y la realidad se vuelve entonces líquida e incomprensible. La realidad pierde sustento al estar bombardeada por fake news, por nuevas herramientas con pretensión de ser ordenadoras de vidas como la Inteligencia artificial, o por algoritmos que me muestran lo que quiero revalidando mi individualidad. Me pregunto hasta dónde elegimos nuestro consumo en redes sociales, ya ni siquiera pienso en Netflix o cualquier otra plataforma que hace un recorte sumamente selectivo, sino en cada reel, historia y publi que nos deglutimos. Ya no hay verdad, hay múltiples versiones y recortes,  la realidad está personalizada, editada y monetizada también. En la escuela los pibes llegan dormidos por la noche virtual que pegaron, y la mayoría de nosotros vivimos también pegados al celular, scroleando y quemando minutos. Ya casi no hay barrera que diferencie el uso funcional o laboral, del consumo ansioso de memes y mensajes. Estamos hiperconectados, nos informamos, trabajamos y nos relacionamos en el campo virtual.

A la era de la inteligencia artificial y el tecnicismo exacerbado, le sumamos un clima de hostilidad mundial y orden fascista new age. Un mundo donde crece la desigualdad estructural, aumenta el poderío de corporaciones sobre los Estados, donde perdemos derechos -incluso los individuales-, donde la guerra es una posibilidad real a escala planetaria, un mundo donde el atajo es la moneda corriente, donde el exitismo está en una cripto o en una modulación digital que poco dialoga con el mundo real que conocimos en otros tiempos, y en pocas palabras, donde ser un forro está bastante de moda. Esto último seguramente tenga que ver con una crisis de valores, en la cual el bombardeo sistemático en medios de comunicación, y distintas esferas alentando la sociedad de consumo, el Dios Dinero y la estereotipada imagen de gente exitosísima termina haciendo mella en el esquema de valores y valoraciones, en la otrora sociedad  que se organizaba -Estados mediante- en la búsqueda del bien común. A esto se le suma la falta de modelos alternativos, de experiencias actuales que tengan la potencia necesaria para servirnos de gran paraguas.

No voy a hablar mucho de la expresión argentina de toda esta debacle, pero quiero decir algunas cosas: Milei es más bufón de las corporaciones de lo que parece, mucho tiene de lo viejo colonial y poco tiene de nuevo proyecto civilizatorio. En la Argentina se quebró el pacto democrático inaugurado en 1983, la proscripción a Cristina Fernández de Kirchner imposibilita que una porción importante del electorado pueda expresar su voto. La patria judicial y corporativa configuró una nueva forma de intervención golpista, y el giro autoritario  se va a tender a profundizar. Por otro lado, y acá vale el  historicismo, nunca un proyecto de dominación y saqueo se pudo consolidar en el país donde levantás una piedra y encontrás una organización, en el país de las universidades públicas, el Conicet, el Garrahan, y donde en última instancia sigue existiendo una tradición de lucha presente en nuestra memoria colectiva. Siempre nuevas síntesis superadoras nacieron de estos procesos. Esta gente se va a ir, nada garantiza que lo que venga vaya a ser mejor, pero van a nacer otros tiempos y nos tenemos que preparar para eso.

Llegado a este punto, creo que desconfío de quienes no están atravesados por dilemas, discusiones profundas o incluso crisis personales. Para quienes eligen organizarse y apuestan a construir comunidad en cualquiera de sus formas: el que no esté incómodo seguramente esté bastante en cualquiera, o posiblemente a gusto con la micro disputa de poder, en un lugar de cierto privilegio o con la comodidad del status quo municipal que nos propone la política como escenario cotidiano. Ante esto: asumir que la crisis está en nuestro campo.  Nada más cercano a repetir el ciclo de la derrota que la autocrítica en la que solamente entra Alberto o la culpa de la pandemia y la guerra en Ucrania, el que sigue preocupado por la cintita del acto, la foto, la disputa estéril sin proyecto por arriba ni por abajo, el carguito, etc. Fuerte y al medio: veo a un sector muy grande de la política más ocupado en pelear contratos de trabajo que en pelearse por las injusticias que pasan en cada territorio. Perdimos la irreverencia. El posibilismo, la falta de osadía y la mirada corta abundan, generando una creciente desviación y perversión de la política, la falta de  propósito y conducta generan una mayor distancia entre lo que se dice, y lo que se hace. La distancia entre la dirigencia y la militancia es enorme en la mayoría de los espacios. Basta muchachos, bajemos de ahí. El fracaso de la política es nuestro fracaso al no transformar la realidad, y eso lleva naturalmente a una creciente  despolitización, a un alejamiento de la política, habilitando terreno fértil para que avancen los discursos y proyectos deshumanizantes, violentos,  crueles y elitistas. La política como herramienta de transformación está en crisis, reflejado en la poca participación electoral de las elecciones que se dieron este año, pero sobre todo en la falta de perspectiva futura. Me pregunto por dónde empezamos, nos urge, pero no sabemos cómo salir del barro.

La posibilidad de encauzar la mala mucho va  a tener que ver con que podamos asumir lo universal y a su vez lo particular que tiene todo este proceso de mierda. Tenemos el desafío de romper la unilateralidad de los análisis políticos, así como la individualización que nos propone tanto la derecha de mercado 2.0, como algunas agendas postmodernas pasadas de rosca, donde el eje en lo individual perdió anclaje en el colectivo. Tenemos que salir de la aritmética electoral, así como también de la pretensión de buscar soluciones individuales a problemas de época; asumir que la debacle colectiva es multidimensional es urgente. La crisis te la desayunas, aparece en lo vincular, te sigue al trabajo, y se expresa en depresiones y problemas de salud mental también. Por supuesto que una de las expresiones de esta crisis aparece en las derrotas electorales de nuestro campo, en la incapacidad de interpretar, representar y vehiculizar las nuevas demandas. Si no tiramos un pelotazo cruzado que nos permita relacionar lo universal con lo individual y personal de nuestros  dilemas y problemas estamos fritos. La búsqueda de la felicidad de nuestro pueblo es y será multidimensional, y eso implica asumir la propia como la tarea histórica del momento.

Lo imperecedero funciona

“El amor ahuyenta al miedo y, recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y solo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”

A. Huxley

En esta combinación de momento transicional, mezcla de lo nuevo y viejo, y la aparición de monstruosidades no tenemos que inventar todo de cero. Es cierto que una forma de vivir, pensar y hacer se agotó y nos quedamos pedaleando en el aire por demás. Pero también hay una gran cantidad de prácticas, sentires y teorías que no se agotan a pesar del tiempo, e incluso creo que toman más fuerza en la crisis que vivimos. En el último tiempo el amplio campo popular despidió a dos grandes referencias. Sin presentaciones, bombos y redoblantes quiero señalar algunas cosas que tienen en común Francisco y el Pepe Mujica, y que sin dudas nos pueden servir para pensar el mundo en el que vivimos, pero sobre todo el que queremos construir. No es la idea hacer una distinción minuciosa del aporte de ambos, sino más bien recoger algunas ideas generales con vigencia y potencia para la parada que nos toca pasar.

En las ideas de El Papa y el Pepe está presente la búsqueda de la propia felicidad, además de la felicidad del pueblo. El pensamiento de ambos contiene dimensiones que tenemos que poder recuperar en estos tiempos, entre ellas el fuerte humanismo, que tiene que ser el plafón para erigir nuevas teorías y praxis superadoras. Es posible militar o estar comprometidos socialmente, transformar la realidad, manteniendo una conducta que también contagie, y sobre todo que no genere distancias entre lo que decimos y lo que hacemos. Es posible ser irreverente con los poderosos, hacer lío, y ocuparse al mismo tiempos de los afectos, la familia y las amistades. En ese esquema de vida, el amor y lo vincular son el eje estructurante de lo comunitario, y se vuelve tarea de primer orden recuperarlas.

Contra el dogmatismo y las encerronas de estos tiempos es importante recuperar la idea de que la realidad es superior a la idea, el tiempo es superior al espacio y la unidad superior al conflicto. Estos trazos gruesos tienen que servirnos para poder escapar al dogmatismo, para ganar en paciencia histórica y para jamás dejar de buscar el encuentro con los nuestros, aun cuando parezca jodido.

En el frenesí y la dinámica atropellada en la que vivimos tenemos que repensar el uso del tiempo. Esta idea del Pepe de que lo único que se gasta en la vida es el tiempo, con la invitación a pensar en que se te va la vida va a tener cada vez mayor validez como interrogante. Tenemos que cuestionarnos esto, en la era en la cual trabajamos para sobrevivir o quemamos horas consumiendo a través de una pantalla. La forma en que se nos pasan las horas es un limitante en lo vincular y en la capacidad que podemos tener de construir comunidad. El famoso time is money que representaba al empresario exitoso de los 90, hoy ni siquiera tiene la contrapartida del dinero, el uso consumista del tiempo en todas las esferas de nuestra vida pauperiza las condiciones de vida en todas sus dimensiones. Tal vez ralentizar la marcha, o al menos cuestionar cómo usamos nuestro tiempo pueda servirnos como un primer paso. La distancia entre la política y el resto de las esferas de la vida también está relacionada con nuestra crisis temporal. Existe una desconexión profunda, casi una ruptura entre la agenda política y las necesidades y problemas cotidianos de nuestro pueblo. Entender esta crisis implica tiempo de reflexión y visión crítica, autocrítica, también de contemplación. La defensa de nuestro tiempo, en momentos donde lo líquido y el consumo efímero ganan terreno  es fundamental. Necesitamos tiempo para pensar y recalcular, tiempo para los afectos, para cuidar a los propios, para recuperar aliento y volver a encarar. Paremos la pelota, tiremos un pase al costado. Los partidos son largos, el equipo tiene que ser compacto y también se gana con el pase corto.

En toda esta debacle la familia se vuelve una trinchera. Hace 10 años que baja la tasa de natalidad en nuestro país, y seguramente entre los motivos están la falta de perspectiva futura en general, pero también el recorte en las políticas hacia las infancias, la precarización laboral, la dificultad de acceder a una vivienda, la crianza en soledad que recae en mujeres, o la desigual distribución de tareas en el hogar, entre tantas otras variables. Si en el Mayo Francés o en la tríada sexo, drogas y rock and roll setentista se buscó cuestionar o romper viejas estructuras, en la actualidad tenemos que poder recuperar espacios de amor y contención que nos sirvan de trincheras. Por supuesto que no me refiero a la familia tradicional con dinámica patriarcal, sino a la apuesta por construir una familia -en todas sus posibles formas-. El compromiso en el vínculo para construir una pequeña comunidad es parte del entramado más grande que tenemos que volver a hilvanar. No nos comamos la curva del ser individual con su proto libertad, sabe más a consumo neoliberal que a rebeldía. Para Francisco el amor te hace avanzar, te hace tomar decisiones, el que ama tiene imaginación para hallar soluciones donde otros ven problemas, el amor pensado desde la creación. Por sobre todo, tenemos que ser capaces de sentir, de comprometernos y de buscar soluciones. Somos muchos los que queremos que el corazón no se pase de moda, ni estamos dispuestos a resignarnos o creer que la única salida es individual. Sin embargo  acá estamos, atravesados por esta crisis multidimensional y metiendo como podemos el humanismo en la agenda, nos toca buscarle la vuelta. Seguramente quien lea esté pensando que en esta oda a los afectos nos sostienen los amigos. Si, es así. Y también es político. Rancha, cuidalos, construyamos comunidad y propósito. No puedo dejar de pensar en algo banal pero potente que escuché decir a Francisco, el regalarle una sonrisa a alguien. En las historias mínimas cotidianas también están los refugios, y  tal vez la llave de lo que estamos buscando. Más que nunca, apostar a vincular y comprometerse ¡Es po-lí-ti-co!

El mundo al que vamos necesita que incorporemos una dimensión de mayor conexión espiritual con el amor a nuestro pueblo y con el sentido de trascendencia. Ya no vale escuchar a tres jetones decir que el amor vence al odio cuando después su leitmotiv es el lugar en la lista o está motivado por ambiciones individuales. Conectar profundamente con el sentir de nuestro pueblo requiere estar comprometidos con los afectos, amigos y comunidades cotidianas. En la política -y en la vida- no vale todo para avanzar. El que te dice que no importan las formas ni el cómo, sino el contenido y el para qué, en general, te va a terminar cagando. En las formas está el proceso, y en el proceso está el colectivo. Reivindicar los legados humanistas del Pepe y el Papa implica problematizar esto.

La característica central que tenemos como seres humanos es sin duda nuestra capacidad gregaria, la búsqueda constante por organizarnos para construir sociedades con un objetivo central: la búsqueda del bien común. En esa búsqueda intrínseca que tenemos, casi como un segundo motor de la historia,  lo vincular es central para formar comunidad. Aunque nos hagan creer lo contrario lo imperecedero está en construir vínculos, en apostar a la amistad, el amor, la familia, la organización vecinal, gremial, comunitaria, y en cada apuesta por darle forma, propósito y perspectiva a cada cosa que hacemos cotidianamente. Sin estas premisas no puede existir felicidad individual, ni mucho menos la de nuestro pueblo.

El miedo se contagia, el coraje también. Pase corto para salir desde el fondo.

Por supuesto que no alcanza con apostar a construir comunidad y trincheras desde lo vincular. Sería demasiado inocente, hippie pretencioso o una extraña vuelta al autonomismo. No se trata de nada de eso. Necesitamos volver a lo comunitario para recomponer nuestro tejido social, para construir refugios, espacios de contención y resistencia, pero tenemos el desafío de llegar mucho más lejos.

Nuestro gran campo político fue perdiendo irreverencia, osadía y creatividad. Y el enemigo -sí, existe un enemigo- se dotó de nuevas formas, discursos y prácticas. Quedamos contra las cuerdas, como anestesiados, sin potencia, sin grandes marcos teóricos ni referencias mundiales. En el nuevo paradigma que está naciendo tenemos que volver a construir nuestro campo de acción, dotarlo de iniciativas y propósitos. No puedo parar de pensar en un fragmento de la película Luna de Avellaneda, donde en plena crisis del 2001 y mientras se caía a pedazos el barrio, uno de los personajes repetía “Cada vez queremos menos, y cada vez tenemos menos, queremos menos, y tenemos menos..”. Me pregunto cómo cortamos los espirales descendentes, que nos llevan cada vez más al fondo. El gran triunfo de las derechas en el nuevo orden -desorden nuestro- es que tengamos miedo, que estemos más aislados y ensimismados en nosotros mismos. Tenemos que cortar el ciclo de la derrota, y eso implica no repetir viejos errores.

Para no inmolarse, no quedarte en tu casa, ni pensar que la salida está en Ezeiza tenemos que tomar un poco de distancia -y requiere tiempo para pensarlo-. Necesitamos ganar una distancia suficiente para entender el proceso, y sobre todo para hacernos de paciencia histórica. Hasta los peores tiempos de la humanidad dieron paso a otras etapas, siempre hubo reconfiguraciones de sistemas económicos y modelos políticos. Por supuesto que no estamos dispuestos a caminar por el desierto el resto de nuestras vidas, pero seguramente tengamos que tener una perspectiva histórica que nos permita comprender que vamos a pasar la mala. En el capítulo rioplatense, en cada crisis y transformación histórica que vivió nuestro país nació una síntesis superadora capaz de crear nuevos momentos históricos, cada período a su vez le dio paso a otras generaciones dotadas de nuevos sentidos y perspectivas. Sin las luchas obreras de principios del siglo XX no habríamos tenido peronismo; sin la resistencia peronista y las luchas obreras y estudiantiles no habríamos recuperado el Estado de Derecho; sin el movimiento piquetero no habría existido el kirchnerismo; este último le dio perspectiva de sentido a nuevas generaciones políticas que eligieron organizarse.

Estos tiempos que nos tocan vivir van a requerir el mayor temple y paciencia para aceptar lo que aún no podemos cambiar, así como coraje y sacrificio para enfrentar lo que consideramos injusto. El gran triunfo de las derechas en el mundo es que tengamos miedo, y que aceptemos la realidad tal cual se nos presenta, aun ante las mayores atrocidades, desigualdades y violencias que vivimos cotidianamente. El desafío va a estar en no naturalizar, en poder romper espirales de silencio y ciclos descendentes.

Tenemos que recuperar la irreverencia, y hacernos de coraje para encarar. El coraje es el pibe de 17 años que encara rivales jugando en primera, el chabón que elige apostar al amor y no dejar pasar ese tren, o el que rompe el espiral del silencio instintivamente diciendo lo que piensa ante injusticias en el mundo del posibilismo y las especulaciones. Tenemos que salir del laberinto, hay que darle una vuelta a todo esto para no pensar que la única salida es la individual, en este mundo peligroso tenemos que estar juntos, pero para construir lo que viene. Desde las trincheras cotidianas, con paciencia histórica y coraje frente a las injusticias tal vez estemos en mejores condiciones para pasarla, para obtener triunfos parciales, y seguramente para ser un poco más felices también.

Camila cursa tercer año del secundario en un colegio público de Bariloche. Diez minutos antes de salir le pide al profesor ir al baño, quien le dice que no porque “ya salimos”. Camila le dice que tiene que acomodarse la vincha para la salida de la escuela. Con miradas cómplices el profesor entiende que hay un interés puntual en aquella salida. Le pregunta, ella le confiesa que viaja todos los días en el colectivo con un pibe de otra escuela que le gusta. Camila está decidida, va a romper el terreno de la virtualidad para hablarle.

El coraje se contagia en todas sus dimensiones. Romper el espiral descendente implica jugársela. En todas, mejor pedir perdón que permiso, mejor apostar que quedarse con las ganas. En la política, en las injusticias cotidianas que no podemos callar, en el amor, en el trabajo, y en cada espacio social que ocupamos. El primer paso para cortar el quietismo que nos conduce a la derrota tiene que ver con el coraje, con asumir las tareas de nuestra etapa como un imperativo categórico de vida.

Nicolás milita en el MTE. Como todos los miércoles Nicolás acompaña la marcha de los jubilados. Ese miércoles los curas villeros decidieron acompañar el reclamo de nuestros viejos, como cada jornada llega el momento de los empujones y la represión. En ese momento ve como le pegan y se quieren llevar detenido al Padre Paco. Nico no duda, se lleva la marca y los golpes evitando que le den una golpiza a Paco.

Las sociedades motorizadas por utopías y sueños colectivos nos quedaron lejos. Sin ánimos de ser derrotistas, nos toca un capítulo áspero de la historia y estamos necesitando un poco de pesimismo de la razón para volver a encauzar. Le vamos a seguir buscando la vuelta, aún somos muchos los que  creemos que la gente buena tiene que seguir existiendo. Tal vez aceptar que la sociedad ideal no va a existir sea un buen comienzo. La realidad es superior a la idea, y podemos asegurar que es posible construir una sociedad mejor, un mundo más justo, más humano, donde la búsqueda de la felicidad sea lo que estructure nuestra vida y nuestras relaciones. El mundo al que vamos tiene que poder recuperar el humanismo como expresión de vida y propósito, y como contracara a la creciente deshumanización y violencia que vivimos. No hay humanismo sin tierra, techo y trabajo para nuestro pueblo, y mucho menos sin felicidad. Todos los textos tienen algo de autorreferencial, y en esta transición de paradigmas elegí cambiar el optimismo de la voluntad por la esperanza.