Historia
Historia de una hermandad transfronteriza
La historia del peronismo debe entenderse en el marco de los movimientos tercermundistas que surgieron en Latinoamérica en la posguerra. Maximiliano Mendoza analiza en este ensayo las redes internacionales de estos tiempos, con foco en la relación entre el peronismo y el Movimiento Nacional Revolucionario de Bolivia.
Por Maximiliano Mendoza
12 de abril de 2024
La política exterior del primer peronismo constituye una de las aristas más interesantes de la historia regional de las relaciones internacionales. Sus implicancias van mucho más allá del estudio tradicional de la disciplina, y posee capítulos que sorprenden incluso a sus más avezados investigadores. Uno de ellos es el que narraremos a continuación.
La socióloga argentina Alcira Argumedo (1940-2021) solía insistir en la necesidad de inscribir la emergencia del peronismo dentro de las coordenadas de los Movimientos de Liberación Nacional surgidos en el contexto de la Guerra Fría. Lejos de las conceptualizaciones de cuño liberal que sitúan al peronismo bajo el indiferenciado rótulo de “los populismos”, Alcira insistía en interpretar la emergencia del fenómeno peronista en los marcos de la Guerra Fría como momento global, y en función de las coordenadas de los movimientos de descolonización del Tercer Mundo que irrumpieron en la escena internacional a partir de 1946.
El concepto de Tercer Mundo (acuñado por el antropólogo, demógrafo e historiador económico Alfred Sauvy en 1952) contiene una genealogía estrechamente vinculada a la geopolítica de posguerra, en la cual podía visualizarse la emergencia de una tercera fuerza a nivel global que intentaba delimitarse (en términos políticos, económicos y geográficos) del orden internacional bipolar de Yalta y Postdam. En este sentido, la Tercera Posición, planteada por primera vez por parte del primer gobierno peronista en la arena de las relaciones internacionales (más precisamente durante la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, realizada en Brasil en agosto de 1947), puede considerarse como el cas pionnier de aquéllos gobiernos que resolvían adoptar una postura equidistante de los dos hegemones del mundo bipolar (EE.UU. y la URSS) y distinta a la de sus países satélites. Incluso debe tenerse en cuenta que este planteo tuvo lugar ocho años antes de la realización de la Conferencia de Bandung (1955), aquel gran encuentro multilateral que marcó el nacimiento del Movimiento de los Países No Alineados, espacio al que la Argentina (con Perón nuevamente en el poder) adhirió durante la Conferencia de Argel (1973).
Por otra parte, la Tercera Posición se emparentaba estrechamente a una larga tradición de neutralidad de la política exterior argentina, fundada en el principio de no intervención y de la igualdad de los Estados. La doctrina fundante de estas posturas, de amplia repercusión internacional, habían sido concebidas por juristas y políticos del orden conservador (como Carlos Calvo y José María Drago) y se tradujeron en estrategias notables como el impedimento del cobro compulsivo de deudas a las naciones, el privilegio de la vía pacífica para el arbitraje de los conflictos regionales y la búsqueda permanente de instancias multilaterales de resolución más allá del ámbito panamericano, lo cual fue motivo de varias tensiones diplomáticas con los Estados Unidos.
Uno de los episodios más conocidos de estos “cortocircuitos” diplomáticos con el imperio norteamericano fue el que protagonizó el reconocido jurista y diplomático argentino Carlos Saavedra Lamas, quien como canciller del gobierno de facto de Agustín P. Justo, llevó adelante una virtuosa labor diplomática durante la pacificación de la Guerra del Chaco (1932-1935) gracias a la cual logró el involucramiento de la Sociedad de las Naciones y evitó que el conflicto se dirimiera en conformidad con los intereses norteamericanos. Dicha labor diplomática le valió ser galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1936 y ser odiado por parte de un personaje muy conocido tanto en Bolivia como en la Argentina: Spruille Braden, diplomático estadounidense y lobbysta de la Standard Oil en América Latina (particularmente en Bolivia), encargado de llevar adelante las negociaciones de paz frente al jurista argentino. Justamente Braden sería, algunos años después, un protagonista central de los acontecimientos que llevaron al poder a Juan Domingo Perón y marcaron el nacimiento del peronismo como el movimiento popular más importante de la historia argentina.
Foto: Spruille Braden y Juan Domingo Perón.
La Guerra del Chaco constituye un jalón fundamental para explicar las relaciones existentes entre el primer peronismo y el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Bolivia, aquel formidable movimiento popular que llevó adelante uno de los procesos revolucionarios más importantes de la historia de América Latina. Los más importantes líderes de este movimiento (fundado en 1942) habían integrado las filas del ejército boliviano durante la guerra fratricida con el Paraguay, y formaron parte de la “Generación del Chaco”, una nueva camada de dirigentes jóvenes de las cuales surgieron los presidentes de la etapa conocida como “Socialismo Militar”: David Toro y German Busch, dos dirigentes provenientes de las fuerzas armadas que, como bien destaca el investigador británico James Dunkerley (autor de “Rebelión en las Venas”, un clásico imprescindible para entender la Revolución Boliviana) impulsaron reformas políticas y económicas de corte nacionalista, similares a las que tomaran Lázaro Cárdenas en México, Getúlio Vargas en Brasil y Pedro Aguirre Cerda en Chile.
Valga destacar que Perón actuó como observador militar de la Guerra del Chaco, bajo las órdenes del entonces ministro de Guerra del gobierno argentino, el Gral. Manuel Rodríguez. Presente en el teatro de operaciones, al futuro presidente se le encomendó la misión de redactar informes sobre los acontecimientos de la guerra. El investigador y diplomático argentino Carlos Piñeiro Iñíguez (autor de “Perón: la construcción de un ideario”, entre otros) sostiene que tanto el estudio del caso boliviano durante la guerra, así como el reformismo del “socialismo militar” boliviano, influyeron notablemente en el pensamiento de Perón. Esto parece verificarse en el “Libro Azul y Blanco”, el opúsculo escrito por Juan Domingo Perón en 1946 como réplica al “Libro Azul” (diseñado por la diplomacia estadounidense y publicitado por el embajador Spruille Braden para organizar la oposición al líder argentino), en el cual señala, contra las acusaciones que vinculaban al GOU (Grupo de Oficiales Unidos o Grupo Obra de Unificación) con el golpe de diciembre de 1943 liderado por el Gral. Gualberto Villarroel en Bolivia (integrante de la logia Razón de Patria-RADEPA, de organización muy similar al GOU), que los acontecimientos en el país vecino obedecían más bien a un “movimiento de ideas largamente gestado en ese país, después de la Guerra del Chaco”, y que el golpe de Villarroel no era “otra cosa que la reconquista del poder realizada por los hombres que llevaran al Coronel Germán Busch, en 1937, a la presidencia de la República”.
La diplomacia estadounidense había comenzado a instalar una interpretación según la cual, en consonancia con las coordenadas ideológicas de la Guerra Fría, tanto la Revolución de 1943 liderada por el GOU, así como el golpe de la Logia RADEPA en Bolivia, obedecían a un mismo interés geopolítico: la instalación de un “eje nazi-fascista” en América Latina. El distanciamiento de la Argentina y de Bolivia respecto de las lógicas de subordinación subyacentes en la diplomacia norteamericana había generado tensiones de notables alcances. Los sectores políticos y económicos más dóciles y permeables al interés estadounidense habían sido desplazados del poder, lo cual provocó airadas protestas y operaciones de prensa por parte de los Estados Unidos. Sin embargo, nada de ello impidió que en febrero de 1946 Juan Domingo Perón resultara elegido presidente de Argentina. La potencia norteamericana había desarrollado una política de flagrante injerencia en los asuntos internos del país, incluyendo la organización de un movimiento cívico de oposición con el fin de desprestigiarlo ante la opinión pública nacional e internacional. El plan fracasó, y ello redundó en una notable derrota de la diplomacia norteamericana en la región y, sobre todo, una más de Spruille Braden frente a la Argentina.
Algunos meses después, más precisamente en junio de 1946, el presidente Gualberto Villarroel sería derrocado y asesinado por la oposición política alineada con los Barones del Estaño (la histórica “Rosca” boliviana). Muchos dirigentes de la “Generación del Chaco” fueron encarcelados y otros debieron exiliarse. Las sedes diplomáticas argentinas en Bolivia se llenaron de refugiados y fue necesario asegurarles salvoconductos con celeridad. De ahí que numerosos dirigentes del MNR que habían formado parte del gobierno de Villarroel se refugiaran en la Argentina, lugar en el que establecieron lazos de solidaridad política e incluso elaboraron planes para lanzarse a una contraofensiva. Notables dirigentes emenerristas como Víctor Paz Estenssoro, Augusto Céspedes, Hernán Siles Suazo y Carlos Montenegro se instalaron en Buenos Aires, con la anuencia del gobierno argentino.
Montenegro fue uno de los dirigentes más cercanos a Perón, y tal vez el ideólogo más destacado del MNR. Veterano de la Guerra del Chaco, fue uno de los principales impulsores de la creación del Ministerio de Trabajo de Bolivia y de la expropiación de los bienes de la Standard Oil Company, medida que habilitó la creación de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) durante el gobierno de David Toro. Formaría parte de la delegación que en Argentina le puso fin a la Guerra del Chaco, y permanecería en Buenos Aires para llevar adelante tareas oficiales en materia de difusión y propaganda. Esta actividad lo llevaría a vincularse con lo más granado de la dirigencia política, intelectual y artística de la ciudad: desde Jorge Luis Borges hasta los intelectuales de FORJA, como Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche. Retornó a Bolivia tras la muerte de Germán Busch (1939) y formó parte del grupo de partida que fundó el MNR en 1942 junto a Augusto Céspedes, Paz Estenssoro, Guevara Arze, Siles Suazo, del Granado, Otazo y Monroy Block, entre otros. La asunción de Gualberto Villarroel en 1943 coincidiría con la publicación del libro “Nacionalismo y Coloniaje”, libro fundamental del nacionalismo popular latinoamericano y magnum opus de Montenegro. Tras la caída de Villarroel, se instalaría nuevamente en Buenos Aires durante casi una década, periodo en el que establecería un vínculo aún más intenso con intelectuales y políticos vinculados al peronismo. Según el testimonio de Waskar Montenegro (hijo de Carlos Montenegro), su padre escribía informes sobre política económica latinoamericana de manera asidua para el presidente Perón. Además, el intelectual boliviano fue autor de un libro biográfico sobre Spruille Braden (publicado en 1948).
Foto: Carlos Montenegro.
Las conexiones entre el peronismo y la Revolución de 1952 se manifiestan de manera aún más notoria a partir de la figura de Víctor Paz Estenssoro. Durante su exilio en Buenos Aires a partir de 1946, el futuro presidente de la revolución estableció vínculos con segundas o terceras líneas de la dirigencia peronista. Según señala Guillermo Bedregal (colaborador cercano y biógrafo principal del ex presidente boliviano), a pesar del asilo y la protección inicial brindados por Juan y Eva Perón, el compromiso con Paz Estenssoro se vio limitado hasta 1949, cuando el propio Perón se vio obligado a pedirle que se marchara al Uruguay por una solicitud del gobierno boliviano, liderado entonces por Enrique Hertzog. Ello obedeció a la fallida insurrección de 1949 planificada por el MNR en La Quiaca, la cual fue desactivada por la intervención de la gendarmería argentina para evitar un conflicto diplomático. No obstante, en enero de 1951, el gobierno de Perón habilitó el retorno de Paz Estenssoro a Argentina, y a partir de ese momento comenzaría otra historia.
Foto: Víctor Paz Estenssoro.
La actitud de Perón hacia Paz Estenssoro experimentó cambios significativos a partir del momento en el cual el MNR se encaminaba hacia la victoria en las elecciones presidenciales de Bolivia. Ello marcó el inicio de un proceso de respaldo explícito por parte del gobierno argentino. Además del abrazo público ofrecido por Juan y Eva Perón durante la despedida de Paz Estenssoro en su retorno hacia La Paz en 1952, la Fundación Eva Perón brindó ayuda humanitaria durante la insurrección de 1951-1952 al proporcionar alimentos, asistencia sanitaria y equipos médicos. Incluso existe evidencia que sugiere que desde la mismísima fundación se destinaron recursos económicos para respaldar la campaña electoral del MNR. Además, documentos de inteligencia estadounidenses desclasificados en 2019 indican que existieron reuniones clandestinas en La Paz durante la campaña del MNR en 1951, según los cuales la Fundación Eva Perón habría destinado aportes de campaña a través de Ela Campero, una importantísima dirigente emenerrista que, según dichos documentos, también actuaba como enlace clandestino con el gobierno de Perón. Estos documentos también indican que Campero obtuvo asilo en la Embajada argentina en La Paz en agosto de 1949 y que desempeñó un papel central en las huelgas de hambre lideradas por las mujeres del MNR en 1951. Dichas protestas fueron organizadas con el objetivo de exigir la liberación de los presos políticos y el cese de la persecución a los líderes exiliados, y contaron con el respaldo público de la propia Eva Perón.
Según Piñeiro Iñíguez, estas acciones formaron parte de la práctica común del primer peronismo en su visión de formar un bloque unido de naciones sudamericanas. La articulación regional propuesta por Perón, fundada en la perspectiva de la Tercera Posición, proyectaba la conformación de un bloque regional latinoamericano para equilibrar el poder frente a los Estados Unidos. En este contexto, los apoyos explícitos al MNR no resultaban inusuales: la solidaridad con los líderes y los movimientos populares latinoamericanos por parte del primer gobierno de Perón se habían verificado durante los hechos del Bogotazo en 1948 (cuando, tras el ominoso asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, muchos se refugiaron en la embajada argentina, entre ellos el mismísimo Fidel Castro, quien había asistido junto a la delegación argentina a las protestas) y con los exiliados guatemaltecos que huían de su país tras el golpe contra Jacobo Árbenz. Lo mismo sucedió durante la tercera presidencia de Perón cuando asiló al Gral. Carlos Prats tras el golpe contra Salvador Allende, al ex presidente de Brasil y líder trabalhista João Goulart, y al ex presidente y militar boliviano Juan José Torres.
Por último, es importante resaltar que los lazos entre los líderes e intelectuales del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y el peronismo no quedaron estancos. De hecho, el periodo posterior al derrocamiento de Perón en 1955 configuró un escenario propicio para evaluar la solidez y la extensión de esas redes de solidaridad establecidas durante la década anterior. En este sentido, se destaca la existencia de redes organizadas en Bolivia para acoger a los militantes peronistas perseguidos por la autodenominada Revolución Libertadora. Los Comandos de Exiliados, conformados de acuerdo con el dispositivo insurreccional de la Resistencia Peronista, se establecieron en países limítrofes. Junto al comando establecido en Chile, el Comando de Exiliados en Bolivia cobró una importancia significativa, dividiéndose en dos grupos: uno afiliado a la Central Obrera Boliviana (COB), liderada por Lechín Oquendo, y otro asociado a la fracción del MNR liderada por Víctor Paz Estenssoro. Estos grupos recibieron a destacados peronistas “resistentes” muy reconocidos en la militancia peronista, tales como Claudio Adiego Francia, el “Gallego” Mena, Néstor Gavino, Fernando García della Costa, el capitán Luis Morganti y los hermanos Julio y Bernardo Troxler, entre otros. Incluso desde Bolivia, a finales de 1957, los exiliados peronistas intentaron llevar a cabo una insurrección popular en Argentina desde Jujuy (conocida como la “Operación Elefante”), la cual, según se afirmaba, contaba con el respaldo del MNR y la COB.
Asimismo, debería ponderarse hasta qué punto aquéllas redes de solidaridad se extendieron en las décadas posteriores, habida cuenta de la mencionada presencia en la Argentina del Gral. Juan José Torres, exiliado en Buenos Aires a partir de 1971 (tras su derrocamiento por parte del Gral. Banzer) junto a dirigentes como Oquendo y Siles Suazo, y la posterior conformación de un espacio político organizado desde la propia ciudad de Buenos Aires: la Alianza de la Izquierda Latinoamericana (ALIN), fundada en mayo de 1973. Desde luego, todo ello forma parte de otro capítulo que debe escribirse en la historia de estas redes de solidaridad.
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Nro de obra publicada – Página Web:
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