Literatura

EL CLOWN TRAVESTI LITERARIO DEL UNDER PORTEÑO

Walter Batato Barea era para sus amigos “simple y cercano, pero poético”. En este ensayo, Catalina Signoretta escribió acerca del clown travesti del under porteño de los años 80.

Por Catalina Signoretta
14 de diciembre de 2024

Durante el destape post dictadura no era inusual acercarse al centro de la ciudad de Buenos Aires a consumir teatro erótico, humor absurdo u alguna banda de nicho. Ya en la zona, tampoco era extraño bajar escaleras hacia algún sótano oscuro y húmedo, para dejarse seducir por artistas que pusieron en jaque las reglas de la nocturnidad. En aquel contexto experimental y vanguardista, aparece Batato Barea, destacándose por la singular fusión entre el payaso sobre el escenario y Walter, uno de los personajes más emblemáticos y queridos de la escena under porteña.


En su carácter de poeta nocturno, Batato se levantaba tarde. Peter Pank, director y escritor, recuerda que, si no se lo llamaba pasado el mediodía, lo atendería el contestador: “Llámame después de las 16, sino déjame un mensaje después de la señal que hace: piii”. Su casa estaba repleta de prendas que recolectaba de la calle para usar en sus números, maquillajes desgastados, plantas y licores que elaboraba él mismo.


Al ingresar en su cocina, era probable encontrar longanizas o chorizos que sus padres solían traer de la carnicería familiar que tenían en la ciudad de Junín. Allí, destacaba una heladera Siam antigua de color verde y una mesa con un mantel estampado con margaritas. “Era como una señora de barrio”, dijo Gabriel Chamé Buendia, actor y amigo de Walter. Su casa parecía traída de otra época, conservando una estética pueblerina a pesar de estar ubicada en el departamento 11 de la calle Tucumán al 3054, en pleno centro porteño.


No era actor, sino clown. Batato, su nombre de payaso, lo adoptó por la canción “La Reina Batata”, de Maria Elena Walsh. Nacido en el 61, creció con las canciones de la autora, siendo ella, junto a Hebe de Bonafini, algunas de las mujeres que más admiraba. Su técnica actoral no era notable, pese a eso, Cristina Martí, amiga de Batato y actriz de clown, dijo: “Tu mirada se iba hacia él, ante cualquier cosa que haga”. “Estaba formado y deformado, porque a él realmente todo le salía mal, pero cantaba con gracia”, agregó. Haciendo referencia al primer poeta gauchesco Bartolomé José Hidalgo, Batato ironizó sobre si recitando: “Aquí me pongo a cantar / debajo de este membrillo / y quien no quiera escuchar / que apriete el gatillo. / Aquí me pongo a chupar / detrás de este estribillo / y quien no quiera gozar / que se cosa el calzoncillo”.

Era un ávido lector de poesía. Las obras de Alejandra Pizarnik y Alfonsina Storni integraban gran parte de su repertorio teatral. También leía con frecuencia a su amigo Fernando Noy, con quien trabajó en más de una ocasión. Ambos formaban parte del grupo de artistas que se destacaba por su estilo transgresor y su enfoque subversivo. Sus trabajos tenían una fuerte carga política y social, sintonizando con las tensiones de aquella época. Uno de los proyectos más destacados en los que trabajaron juntos fue el espectáculo “El corazón delator”, basado en un texto de Edgar Allan Poe, a finales de los años 80. Batato tomaba distancia de la política partidaria y de la literalidad del discurso, pero su obra fue profundamente política. Omar Viola, fundador del Parakultural, recordó cuando Batato remató un monólogo de Alejandro Urdapilleta diciendo: “La vaca no da leche, se la quitan”.


“Jugaba mucho con la inocencia, con estar vacío frente a algo y expresarlo de una manera poética”, dijo Omar Viola. Por las noches, recitaba versos en el Centro Parakultural hipnotizando inclusive a los rolingas que esperaban a la banda que le seguiría. Dicha costumbre de escuchar poesía por la noche sólo podría comprenderse al sumergirse en su atractivo: tenía un acento distintivo, marcado por su voz robusta y su origen del interior. Su presencia era imponente: cuerpo alto, pálido, casi rosado, al igual que su cabello; sus manos eran enormes y sus piernas, largas y robustas.

La técnica teatral de Batato combinaba improvisación y estructura. A diferencia de los ensayos tradicionales, que detestaba, su preparación consistía en tener una idea general y simularla una sola vez con sus compañeros. Esta prueba inicial le permitía acordar las bases del número sin caer en la repetición mecánica. Ya sobre el escenario, actuaba dejando espacio para lo espontáneo y lo imprevisible. Su método, basado en la libertad de improvisación y su transparencia, lo convirtió en un maestro de lo inesperado, donde la autenticidad y la energía del momento primaban sobre la perfección técnica.


“Walter era un pésimo actor y un gran payaso”, dijo Chamé Buendia. “Era simple y cercano, pero poético”, agregó. Aquella cercanía de Batato con su público lo ubicó como una de las figuras más queridas de la escena contracultural de los años 80. “Era un constante clown”, dijo Omar Viola, haciendo referencia a la visión humorística y poética que Batato tenía de la vida. “Batato era una estrella siempre. Pero no una estrella frívola”, agregó. En algunas oportunidades, invitó a sus admiradores a participar en sus números, tratándolos como si fueran uno más. Según cuentan sus compañeros, le causaba gracia que lo pusieran en un pedestal. Entonces, se reía, con su amabilidad característica, de quienes eran muy efusivos a la hora de expresar cuán deslumbrados estaban con su trabajo.

Cristina Martí habla de Walter con nostalgia, sin alardear de la cercanía que tuvo con él (hace una breve mención a la confianza que muchos exageran haber tenido con Batato conforme pasa el tiempo). “Los recuerdos son daltónicos. No lo digo yo, lo dice Cortázar”, dijo. Martí rememoró a Batato como un hombre de gran intuición, espontaneidad y una gracia singular. Confesó que, como muchos, estuvo enamorada de él, aunque de una manera distinta a la que podría imaginarse. “Sus ojos eran un incendio, como carbones hermosos, lleno de pecas en todo el cuerpo, y su risa era tan graciosa”, dijo, evocando su imagen con cariño y admiración

“Cuando una persona fallece joven, no tiene tiempo de traicionarse a sí mismo”, dijo Peter Pank. Su honestidad y libertad sexual fueron esenciales para establecerse en el centro de la escena en los 80s y su muerte a corta edad prolongó esto en el tiempo. En aquella época los jóvenes liberales no acostumbraban a definirse y expresar sus intenciones artísticas con literalidad. Pero Batato hizo una excepción: un día del año 1990, apareció con tetas después de que una compañera suya le inyectase aceite, y, sobre ese hecho, tanto político como estético, dijo que su intención era hacer “poesía con el cuerpo”.


Ese mismo año le diagnosticaron sida, lo cual mantuvo en relativo secreto. “Ser VIH positivo en aquella época era una condena de muerte”, dijo Peter Pank. Naturalmente, así lo vivió Batato en un principio: con miedo y total certeza de que le quedaba poco tiempo. Conforme pasaron los meses, tenía actitudes que sus más allegados interpretaban cómo la intención de dejar un legado postmortem. Guillermo Angelelli, docente clown y amigo de Walter, refirió que aquel diagnóstico fue una especie de “acelerador” en la vida de Walter. Por ejemplo, no fue hasta la última entrevista del registro documental de Batato Barea (La peli de Batato, 2011) que dirigió Peter Pank que Walter habló de su hermano, Ariel, quien se quitó la vida cuando sus padres descubrieron que se vestía de mujer para salir por la noche a los bares de Junín.


Con las tetas recién hechas y el sida pisándole los tobillos, Batato se enteró que su amiga Cristina Martì estaba embarazada de su primera hija, y le dijo: “Nos estamos transformando los dos”. “Lo vi por última vez en julio, y se fue en diciembre, después de su presentación en Montevideo. Murió arriba del escenario”, dijo Martí. Y recordó que, a pocas semanas de morir, Walter cambió su contestador automático: “Yo soy Batato, pero ya me fui, dejame tu mensaje”.


Su último texto, se lo dedicó a la vida, a su gente, al miedo, y a la muerte: “Vida, vos que me negaste estar vivo, no me negaras mi herencia, que es mi cuerpo, me lo llevo con la muerte. / Fue corto el tiempo que tuve para dejar lo que quise. Te dejé lo que pude”.