Entrevista
Condenados al autodiseño
Por Sol Leguizamón
24 de noviembre de 2024
Una reflexión sobre el trabajo del artista en el entorno digital que relaciona a autores de la talla de Boris Groys, pensador alemán, con el autor norteamericano William Deresiewicz, y la mirada de Eunice Balbi, joven artista y creadora de contenido argentina. ¿Estamos condenados a autodiseñarnos para sobrevivir? ¿Somos todos artistas en el siglo XXI? ¿Cómo afectan las nuevas tecnologías en la creación artística? ¿La creatividad se convirtió en un término económico? ¿Puede el arte ser útil?
Todo artista está condenado a su tiempo.
Desde sus orígenes, el arte ha estado ligado a las estructuras de poder y a la búsqueda de sentido en la existencia humana. En sus inicios, la religión dominaba el panorama, dictando los límites de lo aceptable y lo imaginable. El arte, entonces, era un reflejo de las creencias religiosas, un eco de la voz divina que resonaba en las catedrales y los templos. Pensemos en los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina o en las imponentes catedrales góticas, ejemplos claros de cómo el arte servía como vehículo para expresar la grandeza de Dios y la fe del hombre. En este contexto, el “Otro” que observaba y juzgaba era Dios, y el artista, un mero instrumento de su voluntad.
Con la llegada de la modernidad y la proclamada “muerte de Dios” por Nietzsche, el arte se erigió como una nueva forma de religión secular. Los museos, teatros y galerías de arte se convirtieron en los nuevos templos, donde el individuo moderno buscaba la trascendencia y la conexión con algo más grande que sí mismo. El arte, liberado del yugo religioso, exploró nuevos temas y formas de expresión, reflejando la complejidad del mundo interior y la búsqueda de la individualidad. El Romanticismo, con su énfasis en la emoción y la subjetividad, es un ejemplo de este cambio de paradigma.
El siglo XX trajo consigo la institucionalización del arte y la profesionalización del artista. Ya no era un ser inspirado por las musas, sino un experto con una formación académica y un currículum que avalara su trayectoria. Esta profesionalización, si bien abrió nuevas oportunidades para los artistas, también los sometió a las lógicas del mercado y la competencia.
En La muerte del artista, William Deresiewicz, autor y crítico norteamericano, analiza la situación actual del artista en el contexto del “cuarto paradigma”, una era de atomización económica donde las instituciones pierden poder y los trabajadores se enfrentan a la precariedad del mercado. El artista, como cualquier otro trabajador, se ve obligado a convertirse en un productor de bienes de consumo, compitiendo por la atención y el reconocimiento en un mercado saturado.
Por su parte, Boris Groys, en Devenir obra de arte, plantea que el “Otro” que observa y juzga ya no es Dios, sino la sociedad en su conjunto. Vivimos en la era de la imagen, donde la mirada del otro nos construye y nos define. Groys utiliza el mito de Narciso para ilustrar esta idea: el joven, obsesionado con su propia imagen reflejada en el agua, se vacía de sí mismo hasta ser lo equivalente a su reflejo, una imagen eterna y reproducible. En la actualidad, las redes sociales amplifican este fenómeno, convirtiendo a cada individuo en una especie de Narciso digital que busca la aprobación y el reconocimiento a través de la construcción de una imagen pública.
Deresiewicz sostiene que por primera vez en la historia los artistas tienen que preocuparse por entender la lógica del mercado, su lenguaje y reglas, y convertirse en pequeños empresarios autogestivos para la venta de su arte.
¿Qué supone este cambio de paradigma donde el artista se convierte en una marca? ¿Cómo es posible zambullirse en el trabajo casi místico de la creación artística, y a la par, gestionar una empresa dentro de la vorágine del entorno digital?
Deresiewicz explica que la llegada del Internet causó que todo compitiera en el mismo terreno. Antes leíamos novelas en los libros, escuchábamos música en la radio, mirábamos programas en la tv, y contemplábamos imágenes en los museos. Cada forma tenía su formato. Ahora, todo se presenta en el mismo terreno compitiendo por la atención del espectador.
En relación a esto, Groys sostiene que la tarea principal del artista en la actualidad es la de autoposicionarse. “El posicionamiento estratégico que hace el artista de su propio cuerpo en el espacio público transforma ese cuerpo en una obra de arte”. Entonces, ya no importa tanto la obra de arte, sino la imagen del artista como obra de arte. Y agrega: “El único modo de captar la atención es desplazándola de la obra de arte hacia su autor y protagonista”. Un ejemplo de esto, bastante superficial pero claro, son los reels que están en tendencia actualmente donde se muestra al artista versus sus obras de arte.
Así como Narciso enmarcó su imagen en un fragmento del lago, el artista debe autodiseñarse, crear artificialmente su marco valiéndose de los elementos de la realidad, la tradición y la tecnología de su época. En Devenir obra de arte Groys escribe: “Cada ciudadano del mundo contemporáneo está forzado a responsabilizarse- en términos éticos, estéticos y políticos- de su propio diseño. En una sociedad en la cual el diseño ha pasado a ocupar una función religiosa, el autodiseño se convierte en un credo”.
Ya no basta con crear una buena pieza musical- de hecho, en redes lo que más llama la atención es lo fácilmente digerible, no vaya a ser que algo nos deje incómodos, recalculando, o que nos lleve a revisar nuestras creencias y discursos. Como afirma Deresiewicz, el arte por el arte es un lenguaje extinto. Ninguna obra se sostiene por sí misma. Esta debe estar rodeada de la marca personal de su creador, de una narrativa. Tiene que ser un contenido más dentro de la imagen que el artista vende a su nicho de espectadores.
Eunice Balbi es artista argentina y creadora de contenido sobre chismes de Historia del Arte. Revista Urbe la entrevistó para entender de cerca cómo opera ese delicado balance entre crear una obra de arte, una operación casi mística, y gestionar una empresa dentro del entorno digital.
Balbi comenzó a hacer contenido en redes a la par de su carrera como pintora para poder mantenerse económicamente. “Esto es algo que digo con dolor en el alma, pero es cierto: Las artes plásticas es uno de los lenguajes que va quedando más rezagado, porque la gente sigue comprando una entrada para ir a un recital, pero ¿cuándo fue la última vez que fuiste a una exposición de un artista que está mostrando su serie? Digo, es algo que está quedando un poco de nicho, cuando en algún momento quizás fue el oficio más valorado. En el Renacimiento era el oficio más importante, por ejemplo”.
Ante esta realidad, no queda otra que trazar una estrategia de redes, un negocio, dirigirse a una audiencia concreta. La incursión de Balbi en la creación de contenido empezó siendo más humorística, mediante memes aplicados al arte, pero no le resultó. “Estar haciendo memes cuando para mí mi trabajo es algo sumamente serio, era agotador”, cuenta. Por eso, pasó a hacer el contenido con el que se maneja hoy en día acerca de “chismes” de Historia del Arte, que eran esos datos curiosos que a ella más le quedaban de clase.
Encontrar un nicho fue el primer objetivo de Eunice Balbi: “Va a sonar un poco cínico, pero la idea era buscar la manera de tener mi público y una vez hecho eso, dedicarme a mí como artista”, explica. Sin un marco es muy fácil que algo pueda parecer cínico, pero apenas ubicado en su contexto, se vuelve una movida inteligente.
Hoy en día, sin una audiencia en redes, es muy difícil vivir del arte. Fran Lebowitz, oradora y escritora estadounidense, sostiene que una gran audiencia es más importante que un gran artista para la creación de un gran arte. Por su parte, el guionista y director de Taxi Driver, Paul Schrade, dijo: “Cuando la gente se toma una película seriamente, es muy fácil hacer películas serias”.
Deresiewicz observa que mientras que del siglo XVIII hasta el siglo XX el arte era entendido como un lenguaje universal que hablaba de temas comunes a todos, hoy en día el arte está condenado a ser de nicho. Lo importante es la tribu, el grupo, el fandom.
A la pregunta de cómo hace para sostener su trabajo como creadora de contenido- o en los término que venimos desentrañando, cómo hace para estar constantemente autodiseñándose y posicionándose en las redes-, mientras se dedica a la labor obsesiva y extremadamente sensible de la pintura, Balbi responde de forma honesta: “Si quiero ser pintora, no puedo sólo dedicarme a las redes, como tampoco puedo sólo dedicarme a la pintura. Tengo que estar pintando, y aparte hablando de mis pinturas, presentándome, yendo a la radio, haciendo entrevistas, moviéndome afuera de mi casa. Sino, me quedo encerrada pintando con mi gato y no avanza nada”.
Balbi también reconoce que el trabajo de separarse entre artista y, podríamos decir, empresaria, no es nada fácil. Sobre todo, si la pintura habla del dolor o la tristeza, sentimientos de cadencias pausadas que no compatibilizan con la velocidad impiadosa de Instagram o TikTok.
“Me cuesta un montón separarme de lo que estoy pintando. Me obsesiono, entro en una mística casi esotérica”, cuenta la artista, y nos recuerda a cómo Stefan Zweig describe el arrebato artístico comparando al artista con el asesino que dice al juez: “No sé por qué lo hice, no sé cómo lo hice. Se apoderó de mí, no estaba verdaderamente en mis cabales”
Vos que estás leyendo esto. Sí, vos. Vos también sos un genio creativo.
En La muerte del artista el autor sostiene que uno de los aspectos más característicos de la era digital es el eclipsamiento de la opinión experta ante el incremento de la opinión popular.
Ahora bien, ¿cuándo se gestó la semilla que hizo que pasaramos de considerar que los artistas eran seres con almas especiales cercanas a la divinidad, a la noción actual donde pareciera que cualquiera tiene derecho a autoproclamarse artista?
Para explicar esto, Deresiewicz nos remonta al Homebrew Computer Club, un grupo de entusiastas de la informática que se reunía en los años 70 en Menlo Park, California. Entre sus miembros se encontraban Steve Jobs y Steve Wozniak, futuros fundadores de Apple.
Deresiewicz describe cómo, en sus inicios, las computadoras personales eran vistas como herramientas para una élite técnica, “máquinas para nerds”, lejos del alcance del público general. Sin embargo, los dos Steves tuvieron una visión: democratizar la tecnología y llevarla a los hogares. Para lograrlo, necesitaban convencer a la gente de que las computadoras no eran solo para ingenieros y programadores, sino que todos podían usarlas y beneficiarse de ellas.
¿Cómo lo hicieron? Apelando a la creatividad. En lugar de presentar las computadoras como frías máquinas de cálculo, las promocionaron como herramientas para la expresión personal. Su táctica de persuasión para que la gente empezara a comprar máquinas carísimas fue convencer a todos de que eran genios creativos con algo único y fundamental que expresar.
Al convertir la creatividad en un atributo universal, se trivializó su significado. La creatividad, que antes se asociaba al genio y la originalidad, pasó a ser vista como algo inherente a todos, independientemente del conocimiento o habilidad respecto al tema tratado. Si antes el oficio del artista era algo que debíamos evitar salvo que nuestras vidas dependieran de eso, ahora el mundo nos alienta diciéndonos que cualquiera puede ser un artista. De 1991 a 2006 el número de licenciados en Artes Visuales y Artes Escénicas aumentó un 97%.
La crítica que hace el autor de La muerte del artista es que “el mundo no te está diciendo ‘hacé arte’, sino ‘vendé tu arte’, como si lo segundo fuese la conclusión lógica de lo primero”.
Deresiewicz también reflexiona alrededor del desplazamiento del conocimiento por la creatividad como el motor de la economía. De repente, la creatividad es el atributo que cualquier profesional debe tener en un trabajo. Esta ya no es un atributo relegado al ámbito de la creación artística, sino que es un concepto clave del mercado, el nuevo mantra del mundo corporativo, algo con un valor económico mensurable, que se puede vender y comprar. Y el arte es solamente una forma más de creatividad. La ecuación sería arte=creatividad=concepto económico.
No sólo eso, sino que la palabra creatividad se alza como una nueva palabra cool para definir al empresario que quiere identificarse con el glamour rebelde y atrevido del artista, mientras que en realidad está sufriendo la precarización del mercado. La cineasta Astra Taylor lo describe mejor: “La creatividad se invoca una y otra vez para justificar los bajos salarios y la precariedad laboral. Te tratan como la mierda, pero en el lado positivo, ‘¡sos re creativo!’ ”.
Cómo última reflexión, es interesante adentrarnos en el pensamiento de Nuccio Ordine acerca de la utilidad de lo inútil en un mundo signado por el beneficio económico y el utilitarismo. En su libro menciona una anécdota referida a Sócrates. Este estaba aprendiendo una melodía en su flauta, un ejercicio que solía hacer, y a la pregunta de para qué le servía, él responde impasible: “Para saber esta melodía antes de morir”.
No se encontraron resultados
La página solicitada no pudo encontrarse. Trate de perfeccionar su búsqueda o utilice la navegación para localizar la entrada.