Artificios
Armemos una banda de rock (que no entre en un escenario)
Por Victoria Ascat
21 de septiembre de 2024
Primero me gustaría presentarme (y atajarme). No tengo pretensiones académicas ni de adivinación. La mayoría de las veces que intento imaginar que va a pasar, le pifio porque me gana el optimismo y el deseo de un final feliz… ¿O comienzo?
Disney decía que terminaba en el beso, los detractores dicen que ahí empieza la joda. Sobre los optimistas: Cristina dijo que como militante tenía la obligación de serlo.
Nací en los 90 y pertenezco a una familia de clase trabajadora. Viví en los monoblocks de Ciudad Evita hasta mis cinco años y hoy soy una porteña con marcas a fuego. También soy un intento de primera generación de universitarios con dos carreras por la mitad, que hace unos años se presenta como redactora publicitaria. Crecí en una familia de ex militantes con distintos niveles de compromiso: mi abuelo materno fue delegado de Luz y Fuerza. Conoció a mi abuela escondiendo la Prensa Obrera en su casa en tiempos de la Triple A, ella militaba en el PC. Todo muy intenso. Juntos tuvieron a mi vieja y a mis tías que también fueron militantes del PC durante la adolescencia: el momento de las grandes utopías. Adolescencia entre dictadura y ronda de las Madres. Mi viejo es un caso distinto: el peronista sin tradición militante que no me quiso convencer, solo espero que solita me sienta una.
Todos dejaron de militar.
Incluida yo que, con cariño y orgullo, digo que formé parte de una generación de militantes universitarios que ganaron el primer centro de estudiantes kirchnerista de la UBA.
Hoy, muchos años después, me considero una peronista portadora sana dispuesta a abrazarme hasta con Lilita Carrió. ¿Desesperación dijiste? No sé, no seas así de cruel. Estoy en la búsqueda de todo aquel que tenga ganas de pensar y dejar por un rato, de correr nerviosamente hasta las cajitas de las respuestas correctas que supimos armarnos.
Dicho esto, lo que viene es un pensamiento rumiante, que expongo de forma desordenada cuando hablamos de política con amigos: creo que necesitamos ejercitar la creatividad y repensar la participación ciudadana, en un campo de acción que repite protocolarmente sus movimientos, en una infertilidad insoportable. Y en torno a eso no tengo respuestas, pero sí conceptitos, ideas y vínculos que quiero poner sobre la mesa.
Día de la marmota a sala llena. Interpelación del deseo. Conversaciones pendientes
Para empezar quiero traer un momento en el que creo que se vuelve muy evidente la necesidad de creatividad, de salir por arriba del laberinto: los días que nos convocan a marchar porque algo tremendo se vota en el Congreso.
Esos días hay función a sala llena y la repetición me permite la predicción. Mi optimismo abandona el grupo y no espera que algo distinto suceda.
Vamos con el elenco estable: por un lado está la policía, que no es otra cosa que la cara de la pobreza con armas, una dudosa formación en el aprecio por la democracia y pésimos salarios. Por el otro están los diputados que, con más de un interés y ante la golpiza a quienes están en la calle, escandalizados piden detener la sesión para salir un ratito a la calle a buscar su muestra de gas pimienta y poder decir «¡ahí estuve yo! Bancando».
Algo parecido pasa, pero con muchísimas menos comodidades, con lxs manifestantes de la pose. Solo se va a ir si consigue una foto donde se lx puede ver a cinco centímetros de la cara de un yuta gritando.
El resto del elenco son los jubilados, estudiantes, trabajadores, estudiantes trabajadores, infiltrados, trabajadores de prensa amarillísimos (otros no tanto), y como escenarios tentativos el puesto de choris y La Americana, siempre dispuesta a cobijar a los que corren de los palos, las motos y el gas.
Hasta acá el escenario completo.
En redes sociales, como en medios de comunicación tradicionales, cada cual se dispone a atender su juego y masticar “la realidad”: están los «esto pasa porque son unos negros», los «si laburas, no estás a esta hora haciendo este desastre», como también los «¡Argentina despertate, es ahora! ¿Qué estás esperando para reaccionar?».
De ahí no sale, pero me quiero detener en «la muchedumbre», el hombre y la mujer de a pie que, hasta donde yo entiendo, se trata de interpelar. La convocatoria a este sector por parte de las organizaciones que supimos crear me resulta bizarra. Está como descaderada. Y creo que sí podemos empezar por un ejercicio de creatividad no muy alocado, puede ser por acá: por la cadera.
Hay un exceso de convocatorias imperativas a personas que ni siquiera están teniendo tiempo para preguntarse cómo les gustaría que sea el mundo. Ni siquiera digo el mundo… El barrio, la cuadra, su laburo.
«Vení, no mires para otro lado», «es ahora», «es urgente», «tenemos que estar todos». Pero, como todo en la vida: Antes de cualquier imperativo, tiene que existir una pregunta que interpele el deseo.
No me malinterpretes, no creo que convocar al «ciudadano de a pie» exponiendo lo grave que está todo sea un error, pero sí creo que hay una pregunta previa que no nos estamos haciendo hace rato.
Hoy existo en días donde estoy convencida de que ni «entre iguales» compartimos una respuesta sobre qué país deseamos ver concretamente. Si sentamos a diez peronistas en una mesa, como experimento social, no me queda ninguna duda que el camino hacia la “soberanía política e independencia económica”, es diametralmente opuesto para los diez.
«¡Fabuloso, la diferencia es enriquecedora!» Sí, pero sospecho que, más que ante una diferencia enriquecedora, estamos ante la ausencia de conversaciones necesarias que vayan, sin lugar a dudas, más allá de la consigna.
El otro día enganché a Nicolas Massot en Tugo hablando de la comodidad que brinda un mundo en blanco y negro a los que se ubican en los extremos: por un lado, el kirchnerismo/peronismo y, por el otro, el mileismo. Aseguraba que buscar primero la reafirmación de identidad genera un impedimento para la aparición de la duda, que eso por consecuencia deteriora la capacidad de encontrar verdades en otras voces y que, finalmente, el problema de Argentina no es de comunistas o liberales, sino no entender “que somos hacia el mundo”. No es una línea novedosa, creo que hay una conversación revoloteando en este sentido, la vengo escuchando, la comparto, en gran medida es sobre lo que se apoya este ensayo y la defiendo, pero no tanto mirando hacia el mundo. Primero, me gustaría que nos entendamos acá. Esto me disparó dos pensamientos.
El primero es que, a título totalmente personal, creo que la duda en el peronismo no significa encontrar el norte en el sur, debemos seguir siendo la propuesta de una nación justa, libre y soberana, pero sí creo que debemos preguntarnos cómo pensamos que podemos llegar ahí hoy, en el 2024. No en 1945, ni en 2011.
Después me quede pensando en esta ubicación, casi sin querer queriendo, del peronismo o kirchnerismo (me vale madre esa discusión ahora), como habitante de uno de los dos lados en esta sociedad “polarizada”. ¿El peronismo es un extremo? ¿Es el mundo blanco o negro? Yo creo que el peronismo es el mundo a color. Una respuesta argentina a las injusticias de un sistema que viene pedaleando la bici hace rato y no entiende de necesidades básicas para una vida feliz. Y ahí me pregunto algo más: ¿En qué momento nos volvimos la representación de un extremo? ¿Será momento de recordarle a la población, después de charlar largo y tendido entre nosotros, que el peronismo no es eso? y si no somos eso, ¿Qué queremos proponer hoy? ¿Un sistema donde tengamos un vínculo virtuoso entre lo público y lo privado y blablabla? Eso, ¿ya no es posible de pensar y hay que ir por todo?, ¿qué sería ‘ir por todo’? “Proponemos un capitalismo con el humano en el centro”, ok ¿cómo sería eso?
Por supuesto que yo no tengo la respuesta, pero no tener en claro que proponemos, concretamente, desde el cúmulo humano y de ideas por el que me siento representada, me parece que dice cosas. También habla de que otros están contando que es el peronismo y que nuestros contadores de cuentos y los que trataron de hacerlo realidad dejaron mucho que desear.
Como sea, hace rato que no hablamos de nosotros y hace rato que no nos preguntan, ni nos preguntamos: ¿qué carajo deseamos que suceda? Hay poco ejercicio en el uso de la voz y mucha ventriloquía. Quizás porque no nos animamos, otros porque no les es permitido y así andamos en un día de la marmota eterno.
En este escenario ¿Qué le queda al que la mira de afuera, que no tiene una filiación tan clara o definida, que está intentando sobrevivir, que por fuera de su horario laboral no le quedan muchas horas para ser un ciudadano activo ni en el consorcio del edificio y que cuando levanta la mirada y busca un lugar donde intentar serlo, se encuentra con espacios de participación totalmente deteriorados por propios y ajenos en su imagen “honrosa” o por lo menos deseable? Lo más probable es que se desanime, que todo lo vea gigante y que opte por mirar un par de TikToks o juntarse a comer.
También tenemos que tener en cuenta que esa persona trabaja en un mundo laboral que cambió. Para bien, para mal, para arriba, para abajo. Cambió. Lo que no cambió, junto con esa realidad, y ahí nos quedamos todos afuera, son los mecanismos de representación. Yo no sé si se detuvieron a pensarlo, pero están convocando a trabajadores con diferentes tipos de contratación, sin permisos gremiales a las tres de la tarde.
Te estarás preguntando «¿Leí esto para que propongamos cambiar el horario de las marchas y nada más?» No solo eso, pero en principio me parece interesante pensarlo. ¿Puede un horario de convocatoria modificar una narrativa? Imaginalo: una movilización a las 18 hs. La CGT también convoca a ese horario. ¿Pasaría exactamente lo mismo?
La creatividad como «posibilidad de». La amistad y lxs trabajadores.
El otro día estaba escuchando a Santi Motorizado en Pícnic Extraterrestre. Charlaba con Fabián Casas cuando algo en la conversación se conectó en mi cabeza con esto de pensar la creatividad. Creatividad que yo entiendo como «la posibilidad de». Él imaginar y el crear, en su más amplio significado.
Casas le dice «hay una que me gusta, que decís… ahora somos una banda de rock and roll». Y Santi, a pedido de Fabián, le completó la letra: «Dice: amigos, formemos una banda de rock and roll, guitarras guardadas en el placard, ahora somos nuevos creadores de rock and roll, tranquilo todo va a estar más o menos bien».
«De alguna manera es una canción que incita a la gente. No a que arme una banda de rock and roll. ¡Que haga lo que quiera! Ahí es como que… lo puede hacer todo el mundo. No hay alguien privilegiado que pueda hacer algo, todo el mundo es genial si se puede emancipar”, reflexiona Casas.
Pienso en varias cosas. Primero en la amistad. Creo que hay un hilo del que tirar ahí. ¿Qué tipo de amistad se juega o se puede jugar en algo más numeroso, en lo masivo, en lo colectivo?, ¿Hay un vínculo más creativo que la amistad? Yo creo que no. Luego retomo.
Después pienso en esta idea de que todos somos geniales, no son unos pocos privilegiados, pero esa genialidad necesita una emancipación. A priori parece muy naif, pero tiene algo que me resultó expansivo entendiendo la genialidad como creatividad. Es una idea simple y democratizadora, ponele.
«Privilegio» no lo dijo en términos materiales. Fabián definitivamente no se refería a eso, hablaba del acceso a la genialidad. No hay un privilegio en la posibilidad de acceso a eso ¡Me encanta!
Pensar que todos somos o todos podemos ser geniales, abre una puerta. Primero a nosotros mismos, hacia nuestras propias “posibilidades de”, hacia una vitalidad; y después nos habilita la posibilidad de imaginar escenarios geniales con otros. Escenarios compartidos. Otros poquitos u otros muchos.
Es crear un espacio vital en el cerebro. Casi de plasticidad neuronal. No tengo matrícula para hablar de esto, pero que me vengan a buscar. Es un cuarto disponible, casi tangible, desde el que podemos batallar esa cara de estar oliendo mierda que nos ponemos en cuanto alguien intenta mover un dedo para hacer algo distinto. Es una pose que está en franco crecimiento en las conversaciones de todo tipo y la política no es ajena. Creo que es así desde que destruir es tan fácil y anónimo, desde que ser un cínico es un espacio seguro para inseguros.
La genialidad como algo que está disponible (que necesita una búsqueda, obvio) y que implica una emancipación me pareció hermoso. Y ojo, no la genialidad como algo espectacular, algo terminado, cerrado, exitoso. No. Creación, caos, posibilidades, ni idea de qué, veamos, probemos. Armemos una banda de rock and roll, todo va a estar más o menos bien.
Hagámonos la pregunta pendiente, la interpelación al deseo de la que hablaba antes.
¿Totalmente naif? Puede ser. No me importa y me da pie para hablar de lo que justamente se le contrapone a lo posible, a la idea de genialidad como creatividad: El estado de censura y autocensura permanente.
Y es exactamente con eso que quiero discutir. En verdad, con lo único que realmente me interesa discutir: la rapidez con la que matamos posibilidades, la rapidez con la que nos respondemos a nosotros mismos y a otros, que esto se hace así o asá y que por eso así debe hacerse. Es bastante conservador y por esa respuesta automática que aprendimos obedientemente a repetirnos entre compañeros es que hoy estamos dónde estamos.
Un ejemplo gracioso y chiquitito que no puedo olvidarme es el de unas elecciones para Centro de Estudiantes en Sociales, año 2015 o 2016. Habíamos ganado y en las elecciones que siguieron decidimos sacar el cordón de militantes que acosaba a los estudiantes los últimos cinco metros hasta la urna que pretendía absurdamente modificar el voto en ese tramo. La práctica era una tradición militante: folklore puro. Finalmente, ganamos otra vez por amplio margen. Me acuerdo que cuando se discutió esto, algunos militantes se opusieron argumentando «eso es antipolítica» o «eh, pero siempre se hizo así, le saca mística». Aguante, te quiero mucho fanático del pan relleno, pero no estás viendo ni dos centímetros más allá de tu paja colectiva. No era “miedo a cambiar”. La idea de hacerlo de otra forma no era una opción, había un ritual que respetar.
Y acá te morís, pero hoy hacemos las cosas como las hacemos, porque a través de acciones más o menos conscientes en algún momento, se decidió que así sean. Es estúpidamente real, pero me parece bueno recordarlo cada tanto. Elon Musk, por ejemplo. Un personaje de relevancia planetaria, algunos lo odian, otros lo idolatran ¿no? Yo cuando lo veo a él o a cualquiera de estos personajes, muchas veces siento que solo veo gente que se animó. Primero a preguntarse ¿por qué algo no se podría hacer de otra forma? después si es distinto, ¿cómo?, y simplemente lo intento.
Probó que onda y le salió tan bien, que ahora ni siquiera nos pregunta si nos cabe al resto de la humanidad el plan que tiene pensado para el planeta tierra, ¿entendés? Y sí, son millonarios de cuna o por lo menos tenían una casa con garage donde empezar. Sí. Pero seguime el hilo: estoy hablando del «bastón de mariscal que tenemos todos», no para pegarle a otro en la cabeza y callarlo, o para poseerlo pasivamente y mirarlo en una vitrina de coleccionista, sino para usarlo, para fabricar escenarios posibles desde el abandono de la automatización.
Pero saliendo del armar una empresa con muchos empleados, o mudar una civilización a otro planeta, esta autocensura colectiva resulta poderosamente dañina y no es sólo característico del universo de la política. Hay algo propio de la construcción de poder de la humanidad y del orden. Esto mismo existe perfectamente en el sector privado y en cualquier situación en la que se piense en hacer las cosas distintas a como se hacen. Bueno, creo que es momento de que nos chupe un poco más un huevo y pasemos a la creación, a la propuesta y abandonemos la pose de lloradores seriales de lo difícil que es todo.
Es importante interpelar la chispa individual, pero hoy resulta vital que lo que hagamos sea con otros. Por eso quiero retomar la idea de amistad, sobre todo la amistad argentina. Quiero buscar pistas, condimentos para pensar nuevas amistades masivas. Me cuesta animarme a “decir cosas” sobre LA AMISTAD. Enorme. Multiforma e increíblemente sencilla, para empezar. Un vínculo que así sea de a muchos o mano a mano, pareciera no perder la libertad y fluidez del deseo o necesidad individual en lo colectivo.
Probablemente, uno de los desafíos de nuestro tiempo sea pensar vínculos en los que la demanda de lo colectivo coexistan con la fuerte valorización del sentir y del deseo individual de estos tiempos. Que en definitiva es tremendamente válido, ¿no?
La amistad es un vínculo que construye cotidianeidad, códigos comunes, complicidad, idiomas. Genera encuentro. Es medio prima de la fraternidad, pensando ya en algo más grande, pero como concepto la fraternidad la siento fría. Europea. La amistad tiene algo más blando y no por eso débil. Todo lo contrario: fulminante. Poderosamente actual y sobrevive, con modificaciones, a las fases del capitalismo.
El otro día, una amiga me dijo: “mirá a Alexandra Kohan en Dinero y Amor, estuvo hablando de la ruptura en la amistad”. Tome la recomendación, me dispuse a verlo e hice un punteo de las cosas que me llamaron la atención:
- “La amistad poseé lugares, donde circulan cosas que exceden el encuentro”.
- “Hay amigos con los que se comparte una cosa puntual de la vida, un aspecto o ladrillito de nuestra personalidad”.
- “No tiene formas preestablecidas, pero podemos coincidir que uno conoce y descubre el mundo con los amigos”.
- “Uno es testigo y parte de la existencia mutua”.
- “Como en el amor, la amistad tendría que poder alojar la extrañeza común o un cómo producir una extrañeza común. Los amigos no somos idénticos, hay que tener la capacidad de soportar la diferencia”.
El encuentro y poseer espacios es fundamental en la era virtual. Construir un tipo de vinculación donde mi participación como ciudadana no quiere decir per se que yo ya no puedo existir por fuera de eso, me parece saludable, más fluido. Nuestros espacios de participación, donde somos muchos, donde nos perdemos en la masa (lo cual es hermoso), tienen como contracara la invalidación de necesidades que se puedan entender como “egoístas” o no alineadas con el interés colectivo. Mala interpretación de estas necesidades o deseos, cero peronista, porque cuando por ejemplo un militante no se recibe para seguir siendo del claustro de estudiantes, no está perdiendo solo él. Yo creo que podemos inventar algo diferente. Otra forma de ser muchos. ¿De qué existencia numerosa soy testigo y parte en la actualidad? Yo creo que la respuesta es la del trabajador. Fabriquemos una amistad entre parecidos/diferentes y tratemos de entender entre todos de qué se trata esta actualidad aturdida que estamos experimentando y que queremos de ella.
Kohan también mencionó El cuerpo que teníamos, ensayo escrito por Vir Cano en Anfibia, que aborda cómo la pandemia trabajó sobre el tejido de la amistad. Me dispuse a seguir ese hilo; Kohan iba camino a hablar de la ruptura en la amistad y yo necesitaba seguir uniendo.
La pandemia, nada menor. Otra vez, el diálogo tenso entre el respeto y valoración de las distintas experiencias individuales y los momentos históricos de mucha exigencia y expectativas de compromiso con lo colectivo.
Lo digo como un susurro: Hay que anotarse para la próxima no tratar de hijosdeputaegoístas a los que sufren en voz alta no poder velar personas queridas. Tampoco un “hace lo que se te cante”, pero quizás podemos imaginar algo más fluido. Pensemos diálogos, habíamos acordado que el mundo no es blanco o negro, ¿no?
Retomo. En cuanto empecé a leer me encontré con esta línea: “La amistad como un modo de circulación de la ternura y el deseo”. Otra vez el deseo. La pregunta pendiente antes del imperativo o convocatoria. ¿Dónde se cruzan las calles “lo que necesito” y “lo que necesitamos”? Quizás, previo a encontrarnos en 9 de julio y Av. de Mayo, deberíamos identificarnos, compartir deseos.
Cano también dice: “Las amistades prosperan en la versatilidad de contactos (…) allí donde se anuda el espacio de lo íntimo con lo potencialmente vasto de lo público, allí donde el bar, la calle, el club, la noche, el partido, las marchas, (…) son las moradas provisorias y productivas de nuestras redes de afecto, de nuestros tiempos de risa y de duelo compartido”.
Y si amistades masivas es lo que estamos buscando, la creación del sindicalismo es el ejercicio más cercano. Un tipo de amistad masiva o por lo menos colectiva, con intereses compartidos, que sin ningún lugar a dudas fue fruto de la creatividad. Que fue fluido, discutido, caótico y que se puso rígido en sus estructuras a medida que el tiempo hacía lo suyo. El tiempo y no solo el tiempo: hay una actitud entendiblemente defensiva, pero también interesada, bastante alejada de la luz, que por trabajo de propios y ajenos terminó ganándose el desprecio y desinterés de buena parte de quienes representaba y lograba unir.
No hay sindicalismo sin la figura del trabajador. El trabajador… el huevo de la mejor torta del mundo. Dicen que se perdió, yo no dejo de sentir que es lo único que no queda viejo. Me sigue igualando con otros, soy testigo y parte de esa existencia. No importa qué contrato de trabajo tengo, si es que tengo uno. Nadie puede decir que no labura. ¿Por qué ya no nos sentimos trabajadores? No es pregunta para teorizar desde el marxismo. Es una pregunta totalmente práctica, con arreglo a fines.
¿Podremos crear una “amistad” donde alojar nuestra extrañeza común, ser testigos mutuos de nuestras existencias, reconocernos entre personas que laburamos muchísimas horas, dejar de autocensurarse, apelar a nuestra creatividad y preguntarnos qué deseamos ver realizado?
Estoy buscando hablar en castellano básico. Me gustaría incitar humildemente a una creatividad masiva, apelar a esa vitalidad que anda perdida, que nos animemos a equivocarnos, que nos tengamos paciencia y sobre todo que volvamos a interpelar el deseo. No va a salir una voz clara a la primera y bienvenida sea. Siento que hay que volver al punto de partida y volver a imaginar. Todo está muy líquido, muy virtual, menos esto, el encontrarnos. En esto nos fuimos volviendo tristemente rígidos, automatizados. Para nosotros tristemente, para otros convenientemente.
La contraofensiva sensible
Por Máximo Cantón y Manuel Cantón
Huellas en el mar
Por Juan Cavedo
Volver a verte
Por Augusto Villarreal