Literatura
100 Versiones de Kafka
En el centenario de la muerte del escritor checo, Juan Cavedo explora algunas de las lecturas que se hicieron de sus textos desde su historia personal, su familia y sus parejas, pero también desde la mirada que otros autores hicieron sobre sus textos.
Por Juan Cavedo
13 de julio de 2024

En el centenario de la muerte del escritor checo exploramos algunas de las lecturas que se hicieron de sus textos. Sus relaciones personales, sus obsesiones y por qué su obra sigue hablando de nuestro futuro.
El 3 de junio de 1924, Franz Kafka moría en un sanatorio a las afueras de Viena. Tenía 40 años y un agravamiento de la tuberculosis le había tomado la laringe, impidiéndole hablar y comer. Postrado en cama, corregiría el último cuento que escribiría en su vida, “Un artista
del hambre”. Flaco y enfermo, es fácil asociar al autor con el protagonista de esa historia, un hombre con una inquebrantable vocación por el ayuno. Al momento de su muerte, Kafka era prácticamente un desconocido. Apenas tenía publicados algunos relatos y la novela corta La Metamorfosis.
El resto de la historia parece parte de una ficción. Antes de morir, Kafka le había dicho a su amigo y albacea Max Brod que quemara todos sus papeles. Brod, desoyó el pedido y supervisó la publicación de sus tres novelas El proceso (1925), El castillo (1926) y América (1927) y de incontables textos inéditos. Muchos de ellos se reducen a fragmentos o trabajos incompletos. Eso parece ser una constante en todo lo que rodea al checo, tanto en su vida como en su obra. Todo se posterga y nada concluye nunca. No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando su obra se ganó un lugar entre las más importantes de la literatura universal. Hoy, a 100 años de su muerte, nos preguntamos por qué la figura de este autor sigue tan presente en la actualidad.

Escritura y vida, dos caminos inseparables
Quizás uno de los puntos más destacados de la obra de Kafka fue la innumerable cantidad de interpretaciones a las que fueron sometidos sus textos. Artistas de las más variadas tradiciones fueron influenciados por ellos: desde filósofos como Jean Paul Sartre, maestros de la ciencia ficción como Ray Bradbury, escritores de diversos rincones del mundo como Gabriel García Márquez o Haruki Murakami y hasta cineastas como David Lynch. Y es que el legado de Kafka no se reduce a sus novelas y sus cuentos: muchas de las experiencias de la vida del escritor parecen formar parte de su literatura. De hecho, sus diarios e intercambios epistolares que mantuvo con amigos, parejas y familiares constituyen parte ineludible de su obra.
Ejemplo de esto fue la relación de Kafka con su padre, Hermann. Desde pequeño Franz sufrió maltrato físico y psicológico de su parte y el temor a la figura paterna lo acompañó durante toda su vida. Muchos de sus relatos incluyen padres o figuras asociadas a su poder autoritario. En 1919, Franz decidió escribirle una extensa carta, con el objetivo de acercar un poco el vínculo entre ambos. Lo curioso es que Hermann nunca recibió la carta: Franz se la entregó a su madre quien nunca se la dio a su marido.
Otro aspecto clave de la vida de Kafka que ha sido estudiado en numerosas oportunidades ha sido la relación con sus parejas. Una vez más, en el escritor checo obra y experiencia parecen estar entrelazadas: Kafka estaría comprometido varias veces pero nunca llegaría a casarse, tendría múltiples parejas e incluso mantendría relaciones epistolares durante años. Los dos volúmenes más importantes que se reunieron al respecto son Cartas a Felice y Cartas a Milena. A Felice, Kafka la conoció en 1912 en una reunión en casa de Max Brod. Durante ese año Franz intercambiaría más de 300 cartas con su novia, a veces escribiendo hasta 3 o 4 en un sólo día. La relación a veces parece pasar más por la escritura y la lectura que por sus encuentros en persona. Se separarían finalmente en 1917, luego de que Kafka rompiera dos veces el compromiso matrimonial. Con Milena, la situación sería incluso más extrema. Se conocieron en el Café Arco, en Praga, en 1919 y se cartearon durante más de 3 años. En ese lapso, solo se vieron dos veces.
Estas dificultades para relacionarse junto con sus continuas referencias a sus angustias y temores ayudaron a popularizar una imagen de Kafka como un hombre profundamente atormentado. Milena lo describiría de la siguiente manera: “Veía el mundo poblado de demonios invisibles que aniquilaban a las personas indefensas. Era demasiado clarividente, demasiado sabio para vivir, y demasiado débil para luchar”.
Pero, ¿cuáles son esos demonios invisibles? ¿Qué es lo que Kafka logró ver antes que nadie?

Kafka y la voz abominable de la historia
Jorge Luis Borges fue otro de los grandes admiradores de Kafka. En un artículo publicado en 1983, Borges señala que en su escritura se establece algo eterno: “podemos leerlo y pensar que sus fábulas son tan antiguas como la historia (…) Y cuando Kafka hace
referencias es profético”.
El valor profético está sin duda ligado a la escritura kafkiana. Los universos creados en sus relatos están a menudo dotados de un valor simbólico difícil de desentrañar. En sus obras, Kafka a menudo trabaja con la figura de una parábola donde en el final, el sentido está
desplazado. Como si se tratara de una fábula donde la moraleja nunca queda clara y tanto el personaje como el lector quedan perplejos ante la resolución. Sus narraciones establecen una lógica interna donde a menudo se echa mano a lo fantástico o a lo onírico, lo que contribuye a crear atmósferas angustiantes, absurdas y confusas. El propio Borges, describe los mundos de Kafka como una especie de pesadilla.
Basta con ver el inicio de una de sus novelas más importantes para sumergirnos en este universo. En El proceso asistimos a esta escena inicial: “Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo.” Los guardias que notifican a K. sobre su falta se comen su desayuno, le avisan que próximamente recibirá más novedades y se retiran. A continuación acompañaremos a K. durante todo lo que dure su proceso judicial: esperaremos junto a él sentados en los pasillos de los infinitos tribunales y asistiremos poco a poco a su caída final. Las escenas de este libro son a menudo descriptas como de “horror burocrático” cuyo punto más alto se da al final, cuando K. busca consuelo en las palabras de un sacerdote que le narra el famoso relato “Ante la ley”. Para Kafka “la ley” no es justa ni accesible y el individuo se ve completamente minado por su omnipresencia. Durante todo su proceso K. nunca sabe bien por qué se lo está juzgando, pero no puede evitar sentirse culpable por ello.


La contracara de El proceso es El castillo, la otra gran novela inconclusa de Kafka. En ella, un agrimensor llega a una aldea dominada por un castillo, porque ha sido llamado a realizar un trabajo. Sin embargo, queda envuelto en una red de intrigas entre los aldeanos y por más que trata y trata, nunca logra acceder a los funcionarios del castillo para que le indiquen con precisión cuál es su tarea. Si en El Proceso se muestra al individuo tratando de escapar del poder que lo oprime, por el contrario, en El Castillo muestra la imposibilidad de acceder a él.
Muchos autores han visto en estas ficciones una prefiguración del horror que viviría Europa bajo el régimen nazi. En línea con eso, Ricardo Piglia postula en su novela Respiración Artificial un encuentro improbable pero que no deja de inquietarnos: en 1910, en el mismo café Arco que Kafka frecuentaba se presenta un pintor austríaco frustrado. Este hombrecito ridículo y famélico pronto se pone a hablar sobre una serie de proyectos megalómanos que incluyen la conquista de toda Europa y la aniquilación del pueblo judío. Piglia entonces nos dice que el genio de Kafka reside en comprender que si esas palabras podían ser dichas, entonces podían ser realizadas. Kafka escucha en Hitler “la voz abominable de la historia” y sabe que son las palabras las que preparan el camino. En los años siguientes escribirá su obra sin poder olvidar nunca ese encuentro.
Otro ejemplo de esta capacidad profética del checo es su relato “En la colonia penitenciaria” de 1919, donde un oficial fanático le presenta a un explorador una máquina diseñada para ejecutar a los reos. La particularidad de la máquina es que esta al ejecutar al condenado lo hace grabando en su piel la sentencia por la que es castigado. Al leerlo es imposible no pensar en la maquinaria nazi de los campos de exterminio, donde terminarían siendo asesinados gran parte de los amigos y familiares de Kafka, entre ellos,sus tres hermanas y la propia Milena.

Kafka en el siglo XXI
Aunque los totalitarismos del siglo XX hayan terminado, podemos pensar que hoy en día seguimos viviendo en un mundo con características kafkianas. Las situaciones planteadas en sus textos continúan vigentes a 100 años de su muerte. En un siglo donde se ha profundizado la caída de los grandes relatos y la lucha por el sentido parece haberse atomizado en una multiplicidad de voces, los relatos de Kafka siguen hurgando en la posición solitaria y absurda del individuo. La ansiedad, la interrupción y la infinita postergación son temas que abundan en sus obras y que se conectan a menudo con la mentalidad de nuestro tiempo, marcada por la instantaneidad y la fragmentación.
Sin embargo, Kafka no es solo el escritor de nuestras angustias. Otras lecturas de sus textos difieren de esta visión, como la de Deleuze y Guattari quienes subrayan lo cómico que se desprende de sus escritos: “Lo que hizo Kafka en La metamorfosis fue llevar lo inverosímil al grado de lo cómico. Igualmente, las situaciones ocurridas en El castillo y en El proceso reflejan la incomprensión de un ciudadano ante los mecanismos absolutamente absurdos de la justicia”. Max Brod también refiere el genial sentido del humor que tenía su amigo e incluso cuenta que solía recitar pasajes de sus novelas entre risas y chistes.
Las reinterpretaciones y exégesis que rodean a Kafka parecen no tener fin. Una anécdota que hace años viene compartiéndose en redes sociales quizás sintetiza algo del legado que ha quedado en la memoria colectiva. No está clara la autenticidad de la misma y abundan las versiones. Una de ellas está incluida en la novela The Brooklyn Follies del escritor Paul Auster, otra es de la psicoterapeuta estadounidense May Benatar. Ronald Hayman, en su biografía sobre Kafka la explica así: “Un día Franz vio en la calle a una niña que lloraba porque había perdido a su muñeca. Él le explicó que acababa de encontrarse con la muñeca, que ella había tenido que ausentarse, pero que había prometido escribirle a la niña. Durante las semanas siguientes, Franz le envió una serie de cartas en las que la muñeca describía sus aventuras de viaje”. La anécdota se sitúa en Berlín, en 1923, pocos meses antes de la muerte de Kafka. Las cartas escritas a la muñeca por supuesto forman parte del cúmulo de papeles faltantes del autor, por lo que nunca se sabrá si el hecho ocurrió en verdad. El final de la versión de Benatar es quizás el más conmovedor: tras tres semanas de cartas, Kafka finalmente le regala una muñeca nueva a la niña. Con ella se adjunta una nota que dice: “cada cosa que amas es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“. A 100 años de su muerte, Kafka sigue
volviendo una vez más, de una forma diferente.
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