Pantallas

La vida que vivimos

Este ensayo investiga la vida de Hirayama, protagonista de Perfect Days, leyendolo a la luz de la corriente estoica, haciendo un esfuerzo por escapar del prisma occidental.

Por Federico Areste
07 de junio de 2024

Después de ver Perfect Days (2023), la última película de Wim Wenders, uno queda algo confundido. Una confusión que crece a medida que van pasando los días y seguimos pensando la historia. ¿Le creemos al protagonista? ¿Es posible para nosotros esa vida virtuosa que elige vivir? ¿Queda preso el personaje de cierto conformismo? ¿Cómo son, en definitiva, los días felices y perfectos? 

Teniendo en cuenta las preguntas anteriores que despierta el film del director alemán, este escrito intentará problematizar sus vínculos posibles con algunos conceptos filosóficos del estoicismo.

Wim Wenders, director de Paris, Texas (1984) y de El cielo sobre Berlín (1987), nos cuenta la historia de Hirayama. Un limpiador de baños que trabaja en Tokio y encuentra en la rutina y en el oficio bien realizado, una forma digna de estar en el mundo. Tenemos en este sentido una historia bien minimalista, llena de poesía visual y de una cuidada selección de canciones de los 70 ́s que va desde Lou Reed a Nina Simone. Todos elementos fundamentales que poco a poco nos sirven para ir armando al protagonista y su mundo. 

Desde el principio Wenders nos invita a un ambiente bien íntimo. Hirayama despertando, plegando su tatami, arreglándose para arrancar el día en un espacio muy chico que es al mismo tiempo cocina y lugar de cuidados personales. Queda establecido así el pacto primero. 

Todo lo que sigue va a ser bien chiquito. Estamos avisados. 

La película transcurre a medida que acompañamos a Hirayama a su trabajo diario en los baños art design de la capital japonesa. A través de sus ojos empezamos a ver otro Tokio. 

Los edificios grandes y modernos son parte del decorado. 

A la ciudad modelo, llena de técnica y carteles de publicidad por todas partes, la vemos desde una camioneta chiquita, tan chiquita como en apariencia el protagonista y su historia. Hirayama va construyendo día a día su refugio, un mundo propio desde donde podemos ver el mundo entero.

Porqué la cámara nunca se aleja de él. 

Vemos sus gestos más íntimos. Lo vemos recorrer el día con voluntad y determinación. Limpiar baños con una dedicación envidiable. Lo vemos divertirse con algunas situaciones cotidianas. Empatizar con su entorno. Y en este punto nos enfrentamos a una de las preguntas planteadas al principio. Porque acá bien podríamos sostener que la película propone una resignación propia de lo que sería el estoicismo para la filosofía occidental. Heredera directa de algunos valores y principios del pensamiento budista zen. Pero como de filosofía oriental sabemos poco y nada, lo necesario apenas para decir lo anterior, más vale conviene concentrarnos en el estoicismo que tenemos a mano. 

El director alemán también nos justifica. 

II 

Pensar el estoicismo hoy debería invitarnos a revisar qué tipo de servidumbre voluntaria intenta justificar. Debería invitarnos a sospechar de las buenas intenciones que pretenden organizar la vida con una filosofía. Hoy vemos el resurgimiento de ciertas ideas estoicas que apuntan fundamentalmente a promover una vida pasiva y conformista. Frente a la crisis espiritual que atravesamos, dónde una a una las religiones tradicionales fueron fracasando a la hora de explicar el mundo y a nosotros mismos, reaparece una filosofía de vida que fue creada para ofrecer a su época (siglo III a.C y después) una guía de acción capaz de orientar a los hombres y mujeres de a pie. Toda vez que se produce un vacío existencial y humanitario, donde los seres humanos perdemos una serie de símbolos que nos permiten aceptar lo inconmensurable, cada uno de los misterios de la vida, aparece la necesidad de una nueva guía de acción y de fe. Aparece la necesidad de una nueva axiología, es decir, de una ética que permita organizar según determinados valores, el comportamiento humano. 

Ahora bien, como ya nos advirtió F. Nietzsche a finales del siglo XIX, toda ética o toda filosofía de vida encubre mecanismos sofisticados de dominación. Unos modos de vida que justifican la manera de estar servicialmente en el mundo. Una metafísica que despotencia la vida y el cuerpo. En este sentido, conviene recordar que uno de los grandes exponentes del estoicismo fue Marco Aurelio (121 d.C – 180 d.C), quien además de filósofo, fue emperador romano. Resulta demasiado ingenuo, entonces, pensar en esa filosofía sin las intenciones de poder bien materiales que la motivaron. Sin la necesidad concreta de un emperador con interés en controlar a sus súbditos. 

Volviendo a la película, podemos ver cómo aparecen justamente algunas de las ideas fuerza del estoicismo: una sonrisa full time con todo el mundo, una pasividad incapaz de incomodar. Un control preciso de las pasiones y las emociones para alcanzar la virtud. El poner siempre la otra mejilla. Todos los valores según los cuales parece vivir Hirayama. 

Vista desde occidente la película parece, en este sentido, una romantización de la resignación estoica formulada por Marco Aurelio hace dos mil años. Ahora bien, ¿eso es todo lo que nos muestra la película? ¿No corremos el riesgo de occidentalizar nuestro análisis? ¿De ver lo que queremos ver? Claro que sí. Y no tenemos otra alternativa más que advertir el riesgo y seguir, intentando matizar lo que vemos aportando otros puntos de vista.

III 

La cosa puede cambiar cuando nos dejamos llevar por el personaje y nos corremos de lo que conocemos. Wenders apuesta todo a esto y toma sus riesgos. La película también nos invita a sentir con Hirayama y entendemos que no hay resignación en él. Lo que hay es una decisión consciente de vivir por fuera de la sociedad de consumo. No hay un sistema capitalista que lo expulsa y lo limita en sus oportunidades. Hirayama no es una víctima del sistema. Parece tener el control total sobre sus emociones. Y acá también surgen los otros interrogantes que tienen que ver con la verosimilitud que siempre le exigimos a todo: ¿es posible practicar ese ascetismo que nos muestra el personaje? ¿no cae en la trampa misma del estoicismo y su imposibilidad práctica? Por algo Marco Aurelio en sus meditaciones necesitaba repetirse tanto a sí mismo una y otra vez lo que consideraba el obrar conforme a la virtud. Parece que la cosa no le resultaba tan fácil. 

En la película vemos que a Hirayama parece no hacerle falta mucho para ser feliz en el día a día. Es un estoico y por momentos le creemos. Quizás sin la brillante actuación de Kōji Yakusho la película sería un estrepitoso fracaso. Porque la historia se sostiene por completo en su actuación. Nada resulta muy impostado. Hirayama es así. Esos actos mínimos son su vida de verdad, no sentimos hipocresía: la actitud servicial con los otros, sacar siempre una foto a la misma hora del día para después armar una colección personal, regar las plantas, bañarse en el baño público, la comida en el mismo bar y con la misma gente, leer de noche. Toda esta repetición cotidiana resulta suficiente para transmitirnos la simplicidad con la que vive el personaje. Cada escena está montada con tanta delicadeza que no podemos hacer más que creer en eso que vemos. En este sentido la película funciona. Porque justamente de eso se tratan las buenas ficciones. De hacernos creer en algo. Y Pefect Days por momentos nos hace creer que Hirayama puede vivir de otra manera y ser feliz. Que puede ser una persona que de verdad exista en este mundo nuestro tan ansioso y lleno de vértigo. 

Pero… ¿realmente puede? Otra vez la duda hacia el final cuando aparece un giro sútil. 

Vemos a un hombre que llora y caemos en la cuenta de algo más que se venía armando durante toda la película: desconocemos por completo su pasado y ese es un gran acierto narrativo; la decisión de qué parte de la historia del personaje Wenders elige contar. 

Lo vemos triste ¿será por su soledad? ¿por su pasado? Un pasado que como dijo alguna vez William Faulkner, nunca pasa. Un pasado que siempre es una dimensión más del presente. ¿Será ese el orígen de su tristeza? En la historia todo es bien chiquito. El llanto también. Lo vemos por primera vez con ansiedad, fumando y tomando cerveza y aparecen así de nuevo preguntas. ¿Cuáles fueron los motivos de esa decisión? ¿Puede un hombre que practica la virtud propuesta por el estoicismo, alejada de los placeres y las pasiones del cuerpo, ser feliz? ¿Qué es, en definitiva, la felicidad? 

Ni idea. 

IV 

Es posible que la historia este atravesada por todos estos conflictos y preguntas que Wenders elige no resolver. Porque la película cuenta, en definitiva, la historia de una vida. Y el director alemán lo entiende muy bien. Crea un personaje que al principio de tan estoico y consciente y controlador de sus propios actos y emociones se parece más a un autómata. Y que después, un par de escenas más adelante se quiebra y lo invade la tristeza y la ansiedad. 

Toda vida está llena de tensiones irresueltas. De contradicciones. De días felices y de días tristes. Quizás sea justamente ese manejo sútil de algo tan humano y complejo, en apariencia tan chiquito y difícil de entender, lo que la vuelve una película hermosa de ver.

No terminamos nunca de saber del todo que le pasa a Hirayama. No lo terminamos de entender. ¿Hay resignación estoica en sus actos? ¿Es alguien que reprime y controla sin éxito sus emociones? ¿Es alguien que acierta o que fracasa en el modo de vida que elige vivir? Nos quedamos con la duda de si esos actos mínimos que propone son realmente posibles hoy. Si nosotros seremos capaces de tener una vida tan sencilla como la suya. Nos hace sospechar y preguntarnos cosas sobre la vida que estamos viviendo. Y esa duda nos molesta. Nos pone muy incómodos y nos hace escribir cosas como estas. 

Federico Areste

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@fedeareste