URBE
EL ENCUENTRO ES CON NOSOTRES
Por Amanda Alma, periodista lesbiana feminista. Narrado por Micaela Gentile.
11/10/2020
Por primera vez en 35 años de historia, la pandemia impide que se concrete el Encuentro Plurinacional de mujeres y diversidades, que este 2020 tocaba en San Luis también por primera vez. Si bien la Comisión Organizadora convoca a participar de manera virtual, se trata de una situación particular en tiempos extraordinarios. Una reflexión posible sobre el impacto del aislamiento en tiempos de Encuentro.
Un viernes como hoy, estaríamos subiendo a los micros, quizás muchas ya habrían llegado a la ciudad y estarían instalando las banderas en el alambrado, o desplegando el paño con los parches y los pines. Algunas con sus pecheras, seguro -color violeta- corriendo, agotadas, preguntando por qué no llegó el sonido, o indicando la zona de inscripciones. Sostuvieron todo el año la organización, y ese día nada parece funcionar. Los micros que se apiñan en las inmediaciones y los autos intentan subirse a la vereda para que haya más espacio. Por más grande que sea el estadio siempre es un caos llegar al escenario para escuchar el documento que inaugura el Encuentro.
Una situación inesperada irrumpe frente a nosotres y modifica de pronto la vida que llevamos. Con ello también la forma en que nos organizamos y luchamos. Nadie imaginó nunca esta pausa. Nadie nunca pensó que un año no estaríamos viajando hasta algún lugar del país para encontrarnos y discutirlo todo, en tres jornadas memorables.
¿Es posible encontrarnos sin nuestros cuerpos presentes? ¿Qué es lo que en definitiva mantiene vivo el encuentro?
Desde hace 35 años esta ceremonia se repite incansablemente, y se multiplicaron por miles las que llegan para iniciarse como un ritual llevadas por sus amigas, novias, hermanas, compañeras de estudio, militancia o vecinas. La pregunta: “¿fuiste alguna vez a un Encuentro?”, abre la puerta al viaje iniciático que nunca más nos devuelve igual que a la partida.
Ese ritmo constante formó la base más sólida que tiene un movimiento político y social como el feminismo argentino. Esa tozudez de atravesar kilómetros para llegar al rincón más lejano y así pasar tres días debatiendo, construyendo una sociedad más justa, reclamando por las ausencias que la violencia nos provoca. Esa premisa de recorrer todas las provincias para fortalecer y apoyar las demandas locales, con las Madres de Plaza de Mayo, los organismos de derechos humanos, las comunidades originarias, movimientos sociales, sindicales y estudiantiles. Muchas de estas dirigentas que hoy son parte de la conducción política del Estado, abrevan de estas tradiciones de lucha y resistencia.
Distanciamiento
La circulación comunitaria del covid-19 en todo el territorio nacional impide las reuniones, el contacto físico, las concentraciones, el tránsito interjurisdiccional. Todas actividades que se conjugan en un Encuentro Plurinacional. Los cuerpos están más pegados que nunca y durante más tiempo. Ya desde los micros se muta -en segundos- de Disco a Unidad Básica.
En las escuelas se duerme, se debate y se come. También en muchas se baila y se organizan jornadas o plenarios. El distanciamiento social -única manera de evitar el contagio-, es simplemente imposible. Porque son los cuerpos liberados que se permiten todo: sudor, deseo, agotamiento. Pasan del calor al frío, hediondos, del cansancio al baile frotándose con otros cuerpos igual de transpirados y pegajosos, pero también perfumados, mojados o encremados. Horas encerradas en un aula, más de 45 tortilleras debatiendo activismo lésbico, o 50 feministas hetero, bisexuales o transbianas argumentando por el aborto legal, el trabajo sexual o el borramiento del travesticidio. La temperatura sube en segundos y el vapor comienza a condensarse. Las manos no alcanzan para aventar el aire suficiente que enfríe el ambiente. Ni que hablar si toca, como este año, en una provincia calurosa y seca; donde los labios, al agitarlos para denunciar a la Iglesia, se agrietan.
Una cátedra a cielo abierto de formación política que, desde muy jóvenes, alienta a la confrontación de ideas efervescentes, envalentonadas, empoderadas. Intensidad discursiva que logró en el cabildeo articulado, leyes ejemplares de derechos humanos y reparaciones inimaginables a comunidades arrasadas por la violencia sexual. Más de tres décadas de transmisión de experiencia, de fogoneos impiadosos para llegar hoy a una sociedad donde feminismo ya no es una mala palabra.
También en la irreverencia, en no someterse a ninguna conducción o régimen político: está el Encuentro. En la autodeterminación que, en pocos minutos, desvía el rumbo de la marcha para detenerse frente a la Catedral y dejar plasmado un mensaje. Invocando el dolor ancestral, siglos de violencia acumulada, como escudo refractario a los rezos inoportunos de feligreses horrorizados. Temerosos de la venganza endemoniada que los cuerpos desnudos agitan en bailes y movimientos desaforados. Exorcizando años de violencia institucional, oscurantismo y silenciamientos, complicidades, torturas, abusos y vejaciones; de broncas ancestrales, de furias legendarias, de denuncias irrenunciables en busca de reparación de tanto daño sintetizado en un dogma.
Porque el Encuentro somos todes, y no sirve de nada buscar una síntesis caprichosa que sostiene borramientos, segregación, hegemonías, para que ahora se acomode un poquito mejor el cistema[1].
Ocupación total
Los abrazos son el común denominador en el fin de semana del Encuentro. Todes se abrazan. Se entrelazan manos, dedos, piernas, brazos, como signo de alegría por cruzarse en esas circunstancias. Les ves abrazadas en las calles, caminando, dos, tres, cinco. Copan todos los rincones de la ciudad, donde hay feria se improvisan escenarios y se dan discursos. También partidos de fútbol que cada vez se reproducen más y más en las plazas y festejan con abrazo de gol, junto a las radios abiertas y los gazebos donde las organizaciones reparten propaganda, información y documentos. Los abrazos se concretan en la cola del baño, mientras esperan en el kiosco o la pizzería, entrando a la heladería o al supermercado con una cerveza fresca en la mano. Muchas se reconocen del año anterior y se presentan con otras del mismo sindicato: “Este año vine con las compañeras de base; juntamos 70”, festejan, abrazadas de alegría. Ninguna mesa está libre. Nunca. La comida tampoco alcanza. Nunca. Los baños son insuficientes. Siempre. Los bolsos se entrelazan como las manos y los cubiertos sobre los platos. Otra pasa y abraza a la hermana de la vecina que por fin se decidió: “Paola me insistió años, acá estoy, ahora no podía fallar, me trajo mi hija”. Se abrazan, saltan, festejan.
Así será a cada paso, los tres días y después, quizás, si algunas se quedan a “recuperarse” y aprovechan para vacacionar. Porque no se trata solamente de juntarse a luchar, discutir, militar, la propuesta también es sublevar los territorios, subvertir por unos días el orden establecido por un régimen patriarcal que intimida a quien intenta revelarse. Recuperar el derecho humano a la fiesta, a la participación plena de derechos, al ejercicio de la ciudadanía y de la democracia. Por eso, no es extraño que, en un país como el nuestro, con esta tradición política de organización, lucha y participación popular podamos sostener durante tantos años estos Encuentros multitudinarios que nos abrazan.
[1] Las personas cisgénero son las que mantiene la concordancia con el asignado al nacer; no la identidad transgénero.
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