Música

Cerca de la revolución 2.0

¿Qué está pasando con el folklore? ¿Estamos de nuevo ante un revival de la música nacional, esta vez de la mano del trap? Este texto indaga en la evolución de esa relación compleja entre la juventud y la tradición, y se propone pensar por qué artistas como Milo J o Maggie Cullen vuelven a recurrir a los sonidos folklóricos en pleno siglo XXI.

Por Sofía Fuentes
13 de noviembre de 2025

Una llama resplandeciente ilumina su rostro morocho color lodo. Está completamente abstraído por la voz de fondo que ríe, que canta, y le impide parpadear. Al costado del camino, unos niños corren río abajo. El latido de un bombo lejano marca el pulso de sus pasos, firmes sobre la tierra seca. “Voy detrás de tu horizonte fugitivo”, canta ella, y las palabras salen de su boca como el vaivén del agua sobre las piedras en la orilla. Vuelven ellos, esa horda de pupilas que brillan cada vez más. El fuego baila, las maderas ofician de refugio, y el río, en calma, se entibia “con el anhelo del agua que se va”. 

Dos generaciones dialogan a través de una canción. Son Mercedes Sosa y Milo J en Jangadero, la versión del jóven artista oriundo de Morón que completa su último álbum “La vida era más corta” (2025). Como si estuviesen en vivo y en directo, la Negra Sosa y Milo se vuelven contemporáneos. Y resurgen nuevos sentidos sobre el campo de lo popular. ¿Cómo logra intervenir el folklore en la escena actual? ¿Estamos, acaso, ante la presencia de la definición de una nueva identidad revolucionaria y popular? 

LA IDENTIDAD NO ES UNA PIEZA DE MUSEO 

Los ojos se le achinan al sonreír. Levanta la cabeza como si señalara a alguien al frente. La sombra de su sombrero negro se corre por un breve segundo. En la sobremesa de ¡Falklore, el especial folklórico del ciclo de encuentros de Mex Urtizberea, el Chaqueño Palavecino escucha con atención a los más jóvenes. “Para mi el folklore o no lo entendés y no te interesa, o lo amás y te interiorizas completamente. Es lo que en cualquier lado del mundo me devuelve acá”, dice Milo, que recorre la mesa hasta toparse con los ojos oscuros del Chaqueño, que lo mira con la seriedad de una leyenda. 

Frente a él, una joven Maggie Cullen, de 25 años, se acomoda en su asiento y agarra el micrófono. “Cualquier argentino, esté en Irlanda, Japón, Estados Unidos, vos le ponés un chamamé, y se da vuelta. Hay algo de que es mío”, dice la semifinalista de la tercera temporada de La Voz Argentina de 2021. Sobre ella descansa la aprobación de los varones de esa mesa, que asienten con un leve movimiento de cabeza al escucharla. 

No es la primera vez que los jóvenes se cuestionan el sentido de lo nacional. Así como Milo y Maggie, hay tantos otros artistas del mainstream que apuestan por el arte conceptual, por esa búsqueda de hacerse preguntas y desafiar los cánones de lo conocido. Ejemplos como Cazzu en Latinaje, Trueno en Bien o mal, la Rosalia en El mal querer, C Tangana en El madrileño, Bad Bunny en Debí Tirar Más Fotos, por mencionar algunos.

Como en su momento supieron serlo Mercedes, Soledad Pastorutti, Víctor Heredia o Atahualpa Yupanqui, hoy el folklore resurge en medio de discursos que fragmentan lo popular, en donde Argentina parece un país ajeno. Pero, como bien afirma Dante Sabato en Eje Z, la recuperación de lo folklórico “no puede leerse fuera de un contexto de resurgimiento de tradicionalismos (por derecha pero también por izquierda) que buscan restaurar algunas bases culturales para el orden social”. 

La palabra folklore proviene de folklor, creada por el arqueólogo inglés William John Thoms en 1846. En su etimología deriva de «folk» (pueblo, gente, raza) y de «lore» (saber, ciencia), que definen lo que conocemos como el «saber popular». El folklore es la expresión de la cultura de un pueblo. Son sus cuentos, música, bailes, leyendas, costumbres, artesanías, tradiciones, que definen la identidad local. 

“La identidad es una pieza de museo. Se construye y reconstruye a lo largo del tiempo. Y tiene que ver con el entramado social y, por supuesto, las juventudes hacen su aporte”, dice Magdalena Gomez, profesora de danzas folklóricas de la Escuela de Danzas Tradicionales Argentinas “José Hernández” de La Plata. 

Como bien explica Magdalena, hablamos de las juventudes en plural, como una categoría heterogénea que está en constante cambio. El antropólogo argentino Nestor García Canclini (1984) los ubica como agentes sociales con capacidad para apropiarse (y movilizar) los objetos simbólicos y materiales. Es evidente que en la sociedad actual brotan nuevas voces, provocadoras y diferentes, que conviven con lo tradicional, lo moderno y lo posmoderno. Para Magdalena, las juventudes aportan una mirada distinta que se relaciona con este rasgo identitario de ellos, como la novedad, la frescura, y el deseo de seguir descubriendo el mundo. 

¿Qué puntos tienen en común, entonces, la juventud y el folklore? Que son formas de tener los pies en el suelo, de habitar el territorio, como decía el filósofo argentino Rodolfo Kusch. El folklore se vuelve una respuesta a la construcción de una identidad que busca hacer la revolución desde la reivindicación del ser nacional. Una rebelión que encuentra en la música popular su mejor armamento de batalla. 

Desde la zamba, la chacarera, el carnavalito y el chamamé en el norte, pasando por la cueca y la tonada en la región cuyana (zona de mayor influencia chilena), la milonga en la pampeana, hasta llegar al chorrillero en la patagonia, el folklore argentino abarca un abanico de subgéneros que se entrelazan con las diferentes formas de bailar. No podríamos pensar una sin la otra. Ambas cobran la fuerza de una suerte de vanguardia capaz de conquistar cada rincón del país. 

LA MUJER QUE REVOLEA EL PONCHO 

A pocos kilómetros del Río de La Plata, una guitarra suena baja a través de los parlantes. Una gata maulla mientras ella se acomoda un rulo detrás de su oreja. “Lo que va aportando la juventud es esta mirada más moderna, pero porque también estamos rodeados de mucha música todo el tiempo”, dice Silvana Di Matteo, cantautora oriunda de General Belgrano, Buenos Aires, conocida por su trabajo como solista y en el grupo Regia de mujeres del folklore local. Su voz brota en su departamento platense con la suavidad de una brisa de verano. 

En su casa siempre hubo una radio prendida con la que escuchaba diferentes artistas pero principalmente a Soledad Pastorutti. Así como a ella y a tantas jóvenes mujeres, la presencia de la Sole marcó un antes y un después en su vida como artista. Aquella mujer de chaleco de cuero y faja de gaucho que revoleaba el poncho en cada escenario al que se subía, la hizo sentir que ahí había un lugar para ella. “Es difícil hacerse un espacio entre tanto varón porque hay mucha identificación con lo masculino”, reflexiona la joven artista que acaba de sacar “Serena, su tercer disco solista. 

Ya la mismísima Mercedes Sosa había sido testigo de esa mirada masculina sobre aquellas que se atrevían a poner un pie dentro del folklore. Cambia, todo cambia. Y hoy son cada vez más las artistas mujeres que elevan sus voces al viento. Silvana, Maggie Cullen, Juana Molina, Feli Colina, Juana Aguirre, Milena Salamanca, Rocio Araujo, Flor Bobadilla, Luciana Juri, Azul Fourcade, Camila Pino, por nombrar algunas, son las que hoy encarnan la fuerza intacta de las voces fundadoras del folklore hecho por mujeres. 

En 1962, un grupo de artistas comenzó a gestar un movimiento musical-literario en Mendoza, que proponía otras formas de pensar el rol del músico popular, la cosmovisión, la identidad, los modos de dar a conocer las producciones musicales, los estereotipos en el nicho, la relación entre tradición e innovación, la unidad latinoamericana, la globalización. Este movimiento fue conocido a través del manifiesto del Nuevo Cancionero Popular, escrito por Armando Tejada Gómez, en colaboración con Mercedes Sosa, Oscar Matus, Tito Francia y Eduardo Aragón, entre otros. Fue publicado en febrero de 1963, en el Círculo de Periodistas de Mendoza, para luego ampliarse a toda Latinoamérica. 

“Ese movimiento pone en cuestión estos temas que se trataban habitualmente en las canciones. El amor, el paisaje, y en darle voz a aquellos y aquellas que no tenían”, analiza Magdalena, con precisión docente, y resalta el papel fundamental del manifiesto en un contexto social y político complejo, donde se estaba gestando una reconfiguración del sentido nacional que había sido expropiado por quienes tenían el poder. Una denuncia de parte de un sector de la cultura, que se había desconectado de la realidad. Y que hoy parece estar más cerca de lo que parece. 

LO POPULAR ESTÁ EN MOVIMIENTO 

Es verano de 1982. Mercedes está de pie sobre un escenario repleto de músicos varones que la acompañan. Bajo, guitarra criolla, batería, bombo legüero, charango, acordeón. A sus pies, cientos de personas le cantan como en un rezo. Aplauden, saltan, y hacen la seña de la victoria.

La mujer de barbilla ancha alza sus manos al cielo y cierra los ojos con lentitud, como si así pudiera mirar hacia adentro. Luego se acomoda el poncho rojo que cubre sus hombros y canta: “Cambia, todo cambia. Pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre. Ni el recuerdo ni el dolor”.

Como si vibrara en otra frecuencia, dirá luego Charly Garcia sobre la vuelta de Mercedes Sosa post dictadura. Una frecuencia valiente y fuerte que cobra vida con las nuevas juventudes del siglo XXI. 

Estamos ante la presencia de un momento cultural clave, o como decía Margaret Mead (Cultura y compromiso; 1974), de una reconfiguración del pasado y el presente en búsqueda de un futuro que es cada vez más incierto (o por lo menos en Argentina). La precariedad de las subjetividades contemporáneas queda deshojada en el instante mismo en que los artistas se salen de los parámetros de lo esperado para dar rienda a un sonido con los pies en el suelo

Mientras algunos levantan banderas yankees en nuestro territorio hispanohablante, o incluyen la celebración del día de Acción de gracias en el calendario nacional, el folklore se vuelve una forma de hacer la revolución, o de estar cerca de ella como decía Charly. Y aún así, cuando todo parece olvidado, despreciado o cohibido, la danza y la música folklórica permanecen y se trasladan de generación en generación. Porque, como decía Garcia Canclini, lo popular está siempre en movimiento.